Si se llegara a confirmar que el exteniente Ronald Ojeda fue secuestrado para ser trasladado fuera de Chile –que es la principal hipótesis que manejan quienes investigan el caso–, no sería la primera vez en la historia del país que sucede algo semejante.
El secuestro del exteniente 1° venezolano Ronald Ojeda Moreno, hace más de una semana ya, ha sido calificado por muchos personeros (incluyendo a la ministra del Interior) como una operación inédita en Chile y ha significado, además, que en distintos medios de prensa se utilice el término “extracción”, que es el eufemismo que utilizan las agencias de inteligencia para referirse a secuestros o rescates de personas burlando pasos fronterizos, policías locales y servicios rivales, que es una de las hipótesis que existe en el caso.
La “extracción” más conocida a nivel mundial fue la del excomandante de las SS nazis Adolf Eichmann, ocurrida en Buenos Aires en 1960, cuando un grupo de agentes del Mossad llegó en febrero de ese año a la capital argentina, con el fin de confirmar una información que les había entregado el fiscal alemán Fritz Bauer, en orden a que un germano de apellido Klement, que vivía en la calle Garibaldi, en la localidad de San Fernando, era en realidad el criminal de guerra.
Luego de vigilarlo por poco más de dos meses y constatar que así era, los israelíes lo secuestraron el 11 de mayo de aquel año y lo llevaron a una de las siete casas de seguridad con que contaban. El 19 de mayo fue embarcado en forma clandestina en un vuelo de las líneas El AL. El 23 de mayo de ese año el entonces primer ministro de Israel, David Ben-Gurión, anunció que Eichmann estaba “detenido”. Pese a las protestas argentinas, por la violación de su soberanía, Eichmann fue sometido a juicio en Jerusalén, siendo condenado a muerte.
Una de las “extracciones” más famosas de la historia de la inteligencia chilena fue la que se produjo un par de meses después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, cuando Erich Honecker –que por aquel entonces gobernaba con mano de hierro en la antigua Alemania del Este– dio la orden de “extraer” desde Santiago, a como diera lugar, a uno de los hombres más buscados por la dictadura: el entonces secretario general del Partido Socialista, Carlos Altamirano. La orden llegó al HVA, el brazo exterior de la tristemente célebre Stasi (la policía secreta de Honecker), dirigida por Markus Wolf. En su biografía, este relataría años más tarde que la misión fue encomendada a uno de los agentes más legendarios que tuvo el HVA en Chile, Paul Ruschin, más conocido como “el agente Pablito”.
Para ello, Ruschin y otro agente –los únicos que se quedaron en el país luego del golpe– acondicionaron un doble fondo en la maleta de un automóvil y, haciéndose pasar por dos vendedores de joyas alemanes, pasaron hacia Mendoza con Altamirano escondido en el doble fondo, burlando los controles fronterizos.
Otro hecho semejante ocurrió en septiembre de 1987, cuando el entonces subdirector de Famae (Fábricas y Maestranzas del Ejército), el teniente coronel Carlos Carreño, fue secuestrado a la salida de su casa en calle Simón Bolívar (La Reina) por sujetos que parecían destapar una alcantarilla y que vestían cascos y ropas de obreros. Como se relata en el libro Operación Príncipe (coescrito por Miguel Bonasso, Laura Restrepo y Roberto Bardini), los ejecutores del secuestro eran miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) Autónomo; es decir, la facción que no acogió la orden emitida en 1986 por el Partido Comunista –que había creado al FPMR– en orden a dejar las armas.
Luego del secuestro, Carreño fue conducido a una “casa de seguridad” en algún lugar de Santiago, donde permaneció 10 días. De allí lo llevaron a otra vivienda, desde la cual, a fines de noviembre, lo sacaron en una camioneta en la cual iban tres frentistas, la cual se dirigió hasta el paso fronterizo de Agua Negra, cerca de Paihuano.
A Carreño le habían puesto un bigote falso y gafas negras y además roncaba profundamente al momento del control, pues le habían administrado flunitrazepam, medicamento que –dicen los autores del libro– “era capaz de desmayar elefantes”.
Además, tanto él como los secuestradores viajaban con documentos uruguayos. La camioneta también tenía placas patentes de ese país, por lo cual no levantaron ninguna sospecha y así pudieron pasar a Argentina y luego llegar a Sao Paulo, donde lo liberaron el 2 de diciembre.
A inicios de 2001, varios meses antes de los atentados contra las torres gemelas, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Chile pidió a la PDI cooperación para investigar las actividades de varios ciudadanos de origen libanés que tenían negocios en Iquique, especialmente en la Zona Franca (Zofri), el más notorio de los cuales era Assad Barakat, el cual –a juicio de la CIA– era jefe de una célula del Hezbolá libanés que estaba radicada en la triple frontera entre Paraguay, Argentina y Brasil, en la zona de las cataratas de Iguazú.
En partir de los antecedentes aportados por la CIA, que se originaban en Paraguay, se abrió una investigación en la Corte de Apelaciones de Iquique, por el delito de financiación del terrorismo, la cual comenzó a ser investigada por la Brigada de Inteligencia Policial (Bipol) de Iquique, en conjunto con un grupo de oficiales de la PDI agrupados en lo que posteriormente sería llamado el Departamento de Asuntos Extranjeros (DAEX), de la misma institución.
Luego de los atentados de 2001 en Nueva York y Washington, la presión de la CIA sobre la PDI creció, argumentando que Barakat estaba vinculado también con Al Qaeda, algo que no tenía mucho sentido, dadas las encontradas vertientes a las cuales pertenecen ambos grupos: mientras Hezbolá es chiita, Al Qaeda (al igual que ISIS) no solo pertenece al ala sunnita del Islam, sino que dentro de esta forma parte del salafismo takfir, que considera que cualquiera que no sea salafista (por ejemplo, los chiitas) es un hereje e infiel.
A inicios de 2002, ansiosa por mostrar resultados, la CIA incrementó la presión sobre la PDI, pidiendo no solo resultados sino también algo insólito: que los ayudaran a “extraer” desde la misma Zofri a uno de los colaboradores de Barakat, Arafat Ismail, quien era estrechamente vigilado por los agentes de la agencia estadounidense, que por esas fechas ya ocupaban dos departamentos que operaban como casas de seguridad en Iquique.
Según ellos, Ismail tenía vinculaciones directas con Bin Laden y por ello pidieron a la Bipol que los detectives secuestraran a Ismail en uno de los pasillos de la Zofri, para luego trasladarlo hasta un sector del desierto cercano a Huara, donde los estaría esperando un helicóptero de la DEA (la agencia antidrogas de EE.UU.), el cual se lo llevaría hasta Bolivia. “Es algo muy sencillo”, explicaron sonrientes a los oficiales de la Bipol en Iquique sus congéneres de la CIA, pero se encontraron con una negativa rotunda. Uno de los partícipes de dicha reunión relató a El Mostrador que “les dijimos que eso era un secuestro y que no participaríamos de eso”, lo que no fue nada de bien visto por los norteamericanos, que ante ello decidieron dejar sin efecto la “extracción” de Ismail.
El caso más reciente es el relativo al agente del servicio federal de inteligencia de Rusia, el SVR (la ex-KGB) que decía llamarse Andrei Semenev, aunque su nombre real era Alexay Ivanov, quien llegó hacia 2005 o 2006 a Chile. De acuerdo con una investigación de The Clinic, el objetivo del sujeto –conocido por el nombre clave de “Antares”– era mimetizarse con el país, aprender el idioma y, desde Providencia (donde se estableció), apoyar a una red de espionaje que operaba en Nueva York, de la cual formaban parte algunos peruanos. Ivavov sobornó a dos funcionarios del Registro Civil de San Miguel y gracias a ello obtuvo una identidad chilena: Andrés Alfonso Vilches Carrasco.
En 2010, el FBI estadounidense detuvo a la red de Nueva York, de la cual formaba parte también una ciudadana peruana y, ante ello, Ivanov fue “extraído” de América Latina, acompañado de un equipo de “extracción” del SVR que lo esperó en Buenos Aires, desde donde lo trasladaron –usando identidades falsas– hasta Montevideo, para embarcarlo a Madrid y desde allí a Estambul (Turquía), donde Interpol, que seguía sus pasos, lo perdió definitivamente, sin que nunca más se haya vuelto a saber de él.