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Un problema de comunicación

Un problema de comunicación

Andrés Alburquerque
Por : Andrés Alburquerque Periodista El Mostrador Deportes
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Jugaba Unión Española contra Argentinos Juniors un amistoso (¿1986, 1987?), y partí al estadio Santa Laura con la sana intención de ver a Claudio Borghi. Antes de los 30 minutos, el árbitro (cuyo nombre también olvidé), decidió expulsar al Bichi debido a un insulto. Ahí se acabó el partido que quería ver.


A raíz de lo mismo, en cierta ocasión le pregunté a Gastón Castro, ex internacional chileno, por qué los árbitros expulsaban a los jugadores que insultaban a los jueces. Su respuesta, obvia, apuntó a la falta de respeto, al menoscabo de autoridad.

Nunca he estado de acuerdo con este tipo de expulsiones. En cancha, los jugadores pueden y deben reaccionar ante lo que consideran una injusticia, y sus pulsaciones no están como para pedir perdón frente a lo que consideran una exageración o una falsedad.

A ese mismo árbitro le expuse un caso que, a mi modo de ver, tira por la borda cualquier argumento. En un Mundial juvenil, un futbolista chileno se acercó a un árbitro bielorruso y le sacó la madre, entre varios otros insultos irreproducibles. Sin gesticular, sin alzar la voz. El juez lo miró, le sonrió y le dio una palmada en la espalda. O sea, se trata sólo de un problema idiomático. Si te entienden, te expulsan; si no te entienden, te sonríen.

Según el informe arbitral, este fin de semana Humberto Suazo fue expulsado “por emplear lenguaje ofensivo y grosero en contra de mi persona”. El juez especificó que el Chupete le gritó “la puta que te parió”. El delantero lo niega, y ninguno puede presentar pruebas, por lo que prevalecerá el escrito del árbitro, aunque me parece difícil de creer que un jugador de su experiencia reaccione tan airadamente y ante un foul tan evidente.

El asunto es replicado en muchas canchas, todos los fines de semana. Y no solamente en el fútbol, por lo que entiendo que todos los árbitros consideran que faltarles el respeto es una falta grave que debe castigarse a ultranza.

Los futbolistas paraguayos encontraron hace muchos años la solución. Cuando quieren insultar a un juez, le hablan en guaraní. José Saturnino Cardozo era un experto en el tema, e increpaba en duros términos a árbitros chilenos y mexicanos sin recibir ni siquiera tarjeta amarilla. “El truco es no mostrarse enojado”, decía con soltura.

No pretendo que garabatear al hombre encargado de impartir justicia quede sin sanción. Solamente busco que los árbitros tengan una mayor amplitud de criterio y entiendan que así como los futbolistas, ellos también son vulnerables a cometer errores.

Y en estas últimas semanas se ha apreciado en nuestro torneo una creciente cantidad de fallas referiles que han influido en resultados. Quiero creer que los errores son involuntarios, fruto de la mala apreciación o la falta de preparación, y por lo mismo me atrevo a sugerir que los árbitros sepan que la autoridad no se mide en cantidad de tarjetas amarillas o rojas. La mayor autoridad se adquiere con la excelencia.

Si un jugador reacciona con un chilenismo ante lo que considera una equivocación arbitral, vamos, hay que entenderlo. Prueben, en vez de sacar una tarjeta, con una sonrisa y una palmada en la espalda. Sólo para ver qué sucede

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