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Aclaración sobre el cambio climático antropogénico

Por: Alfonso Andrés Fernández


Señor Director: 

Esta carta pretende corregir conceptos y concepciones erróneas y/o incompletas sobre el cambio climático antropogénico (CCA) que fueron expresadas por Juan Pablo Caneo Chavarría en una misiva publicada el día martes 6 de Junio de 2017 en este medio. Las correcciones las hago con la convicción que estos errores pueden llevar a interpretaciones equívocas por parte de los lectores de este medio y porque regularmente analizamos este tipo de argumentos en un seminario de pregrado que ofrezco regularmente en la Universidad de Concepción y que se titula “Yo no creo en el CCA”.

En primer lugar, el autor de la carta cuestiona el consenso científico citando a tres climatólogos, quienes niegan el CCA. Es necesario indicar que ninguno de estos científicos rechazan la existencia del efecto de los gases de efecto invernadero (GEI) emitidos por actividades humanas. Todos ellos reconocen la sensibilidad del sistema climático a los cambios en la concentración de GEI. Algunos de los artículos científicos en que ellos han sido autores proponen que existen mecanismos naturales que ejercen retroalimentación negativa (negative feedbacks) a los efectos derivados del aumento de concentraciones de GEI en la atmósfera (ej. aquí). En otras palabras, estos estudios sostienen, al igual que el resto de la comunidad científica, que la temperatura global es sensible a un escenario con mayor concentración de GEI; en lo que difieren es en la magnitud de la sensibilidad.

Seguidamente, el autor de la carta sostiene que los cambios en el clima son algo normal y que ya han ocurrido en el pasado. Esa aseveración es cierta, pero incompleta como argumento para refutar el CCA. El problema con el CCA es que la tasa de aumento de temperaturas global (ej. grados Celsius por año) es más rápida al compararla con registros climáticos antiguos. Es esta inédita velocidad que obliga al resto del sistema climático a alcanzar tasas de adaptación coherentes con estos cambios. Sin embargo, no todos los componentes del sistema son capaces de adaptarse a esas tasas, como lo que ocurre con cierto tipo de plantas, que corren el riesgo de desaparecer (ej. aquí). De la misma forma, en la carta al director se expresa que una de las posibles explicaciones para los cambios observados es la actividad solar. El sol es obviamente el motor del clima, pero el incremento de temperatura global registrado actualmente es mayor que lo esperado si la variabilidad natural (controlada en gran parte por la actividad solar) fuera la causa. Si el sol controlara estos cambios, la atmósfera en su totalidad registraría aumento de temperatura. Sin embargo, son solamente las capas más bajas (tropósfera, entre 0 y ~16 km de elevación) que registran calentamiento significativo, mientras que zonas más altas (estratósfera, sobre los 16 km) registran enfriamiento. Eso es una clara evidencia de un proceso de intensificación del efecto invernadero producido por mayor concentración de GEI como resultado de las actividades humanas. Para explicarlo de manera más sencilla, en el sistema climático, los GEI son prácticamente “invisibles” para la radiación solar (a excepción del vapor de agua), por lo que la mayoría de la radiación solar atraviesa fácilmente cuando alcanza la zona de concentración de GEI (zona localizada fundamentalmente en la tropósfera).

Esta radiación alcanza la tropósfera, aumentando la temperatura en esta última y en la superficie. El resultado de este proceso es que la superficie emite energía devuelta a la atmósfera, pero en este caso a una longitud de onda para la cual los GEI no son totalmente invisibles. Así, una parte de esta energía emitida por la superficie es devuelta a ella desde la capa de mayor concentración de GEI. Los principios básicos del estudio del clima dicen que: (a) si la concentración de GEI aumenta y la cantidad de energía incidente solar no cambia (como es el caso en el presente), el efecto invernadero se intensifica y la temperatura de tropósfera debe aumentar; (b) esta energía se pierde para otras secciones de la atmósfera; y (c) como consecuencia, y ya que la cantidad de energía total del sistema se debe mantener, capas de la atmósfera que están arriba de la zona de concentración de gases invernadero (en este caso la estratósfera) deberían enfriarse para compensar por el calentamiento en secciones inferiores. Eso es lo que demuestra el estudio citado arriba y por eso el sol no es la causa.

Finalmente, la carta en comento señala que los modelos son incapaces de predecir el clima de la próxima semana. Hay que precisar que el tipo de predicción que el autor critica es sobre el tiempo atmosférico y no sobre clima. El tiempo atmosférico es lo que observamos diariamente, mientras que el clima corresponde a una visión de largo plazo (o el promedio de muchos estados del tiempo atmosférico, si se quiere). Por lo tanto, cuando en la carta se escribió al “clima de la próxima semana” debió haber sido escrito “el tiempo atmosférico de la próxima semana”. En ese contexto, es necesario aclarar que los modelos numéricos meteorológicos son bastante efectivos; una prueba concreta es la correcta predicción de las precipitaciones que ocurrieron esta semana en el Norte de Chile. En relación a los modelos numéricos del clima, que persiguen predicciones a largo plazo, un reciente estudio publicado en la revista Nature Climate Change muestra que modelos climáticos que se utilizaron a principios de 1990 para los primeros informes del IPCC, fueron capaces de simular la distribución geográfica del cambio del clima que vemos en el presente.

Atentamente,
Alfonso Andrés Fernández Rivera
Departamento de Geografía
Universidad de Concepción

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