«Ahora que en el campo público de la belleza se hace visible el lesbianismo y la bisexualidad, las fronteras se vuelven más imprecisas. Las mujeres homosexuales dejan de ser las feas, las raras, las amargadas, las que no se depilan, las que querían ser hombres, las que odian a los hombres, las traumatizadas, las que buscan chicas porque ningún chico las quiere», plantea un artículo de la periodista María Jesús Méndez que fue publicado este martes en la edición en español de El Huffington Post y que reproducimos a continuación.
* Quizás alguna vez has escuchado como referencia a ti o a otra persona una frase que parece inocente, hasta cómica. Pero detrás de esas letras, detrás de ese falso piropo se esconde una realidad cruda y áspera, que refleja como el agua cristalina lo que ha sido durante muchísimos años la imagen de la mujer lesbiana.
«Eres demasiado guapa como para ser lesbiana». ¿Qué significa esto realmente? Nunca he escuchado: «Es demasiado guapo como para ser gay». Más bien lo contrario. «Es tan guapo, se viste tan bien, es tan encantador que parece gay».
Más allá de la aceptación social, situación política y legal del colectivo LGTB, durante muchos años se han atribuido determinadas características a cada colectivo: bisexuales, indecisos o incapaces de aceptar su homosexualidad; gays, ricos y guapos; lesbianas, feas, envidiosas de los hombres, masculinas.
Hace diez años salí del armario. Al igual que ahora, llevaba el pelo largo, vestidos, faldas, máscara de pestañas, lápiz negro de ojos y un toque de colorete. «¿En serio eres lesbiana? Pero si te planchas el pelo», «Pero si te maquillas», «Pero si eres femenina». Todos los «peros» que escuché –del ambiente universitario y de mi familia– estaban relacionados con la incapacidad de entender el lesbianismo fuera del pequeño y gris espacio que el imaginario colectivo le tenía reservado desde hace décadas.
Demasiado guapa como para ser lesbiana. Al menos para ser una lesbiana de verdad. Porque las falsas lesbianas, las de la publicidad y el porno, las que están hechas para nutrir las fantasías masculinas, sí son guapas, sí son sensuales.
Estamos en un momento en el que diversas mujeres públicas del mundo del cine, la televisión, la moda, el espectáculo –esfera normalmente reservada para los cuerpos más estilizados y las caras más hermosas– reconocen abiertamente que desean, aman, se enamoran, se proyectan, se emparejan, se desenamoran, se pelean, y se vuelven a enamorar, de otras mujeres. O sea, son lesbianas o bisexuales.
Los estereotipos crueles y absurdos que han ridiculizado a las mujeres homosexuales se dan de golpe con ellas, las que son admiradas por su talento, por su físico, por su forma de ser: Jodie Foster, Ellen Page, Elena Anaya, Patricia Yurena, Sandra Barneda, Cara Delevinge, Angel Haze, Ireland Baldwing, Vicky Beeching, entre muchas.
¿Dónde estaba el límite del lesbianismo y la heterosexualidad? ¿En la curvatura de una nariz? ¿En la línea de unos pómulos o la de una cintura marcada? ¿Qué diferenciaba a unas mujeres de otras más que el sexo de la persona que escogían?
Ahora que en el campo público de la belleza se hace visible el lesbianismo y la bisexualidad, las fronteras se vuelven más imprecisas. Las mujeres homosexuales dejan de ser las feas, las raras, las amargadas, las que no se depilan, las que querían ser hombres, las que odian a los hombres, las traumatizadas, las que buscan chicas porque ningún chico las quiere.
La visibilidad de las famosas es fundamental para la comunidad lésbica. Aporta algo que ha tardado muchos años en llegar: la normalización. Cala como intensas gotas de agua en los estereotipos duros como piedras.
Seguimos en ello. Día a día derribando estereotipos. Las que estamos fuera de la televisión lo hacemos por la calle. Abrazando a nuestras chicas y robándoles besos en los escenarios más cotidianos: supermercado, metro, frutería, autobús, cafetería, oficina, universidad. Mostrando que somos una gama de colores y posibilidades. Morenas, negras, blancas, rubias, pelirrojas, católicas, agnósticas, islámicas, budistas, rapadas, medio rapadas, de melena y de pelo largo. Más o menos guapas, depende del ojo que nos juzgue. Armarizadas, libres, medio libres. Pero valientes. Cada una a su manera, eso sí. Pero valientes.
* Por María Jesús Méndez, publicado en El Huffington Post.