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Crítica de ópera: “Otello”, la mejor obra dramática presentada hasta ahora en el Municipal Cuarto título de la temporada lírica 2014

Crítica de ópera: “Otello”, la mejor obra dramática presentada hasta ahora en el Municipal

Si lo analizamos como un todo, el espectáculo que apreciamos el último sábado, ha sido la mejor presentación dramática y musical, desarrollada sobre el escenario de la avenida Agustinas durante este año. Una puesta en escena clásica y conservadora, pero segura en sus ideas y en las emociones que deseaba interpretar, una soprano de primer nivel en la voz de la norteamericana Keri Alkema, y un par de acompañantes sobrios y dignos. Un coro imponente e interesantemente desplegado en ese coliseo movible y de madera, por el que apostó la régie.


En su libro de memorias Pretérito imperfecto (1976), el influyente crítico literario chileno, Hernán Díaz Arrieta, alias Alone, escribió que cuando las personas correspondientes, comentaban una obra de arte escénica exhibida en el país, aquellos se iban hacia los extremos en sus juicios: o la pieza en cuestión era muy mala, o resultaba excelente e imposible de superar en su factura.

Algo de eso ha ocurrido con las opiniones que se han redactado en torno al calendario lírico del Teatro Municipal de Santiago, en lo que ya fue el primer semestre de la temporada. El fenómeno se ha repetido con las visiones críticas acerca de Otello, de Giuseppe Verdi, cuyas funciones comenzaron ha correr su telón el sábado recién pasado, y continuarán desplegándose hasta el jueves 14 de agosto.

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El gran tema de discusión en este año musical, ha girado alrededor de la régie, la puesta en escena. En esta ocasión, la dirección ha recaído en la creatividad del argentino Pablo Maritano, joven y destacado coreógrafo formado profesionalmente en su país.

La idea dramática que el trasandino llevó a cabo en la oportunidad, la podríamos definir como clásica y conservadora, pero utilizados esos conceptos -en el terreno teatral y operático-, en el camino de su mejor sentido semántico y etimológico. Uniendo sus esfuerzos con los encargados de la escenografía y de la iluminación (Enrique Bordolini), más el diseñador de vestuario (Luca Dall’Alpi), Maritano se las ingenió para formular un  espectáculo coherente y en la mejor línea de lo que se espera de un título basado en el canon shakespereano.

No fueron nociones demasiado elaboradas ni tampoco novedosas. En realidad, ese carromato de madera, con trazos de coliseo medieval, se puede observar montado en cualquier proscenio de una ciudad de provincias europea que desea irse a la segura, sortear las críticas de los ortodoxos, y granjearse los aplausos de los incondicionales de Giuseppe Verdi y de “El bardo del Avon”.

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Pero así y todo, lo de Maritano ha sido lo más logrado que hemos visto al respecto, en lo que va del año, arriba de las tablas del recinto de calle Agustinas. Más que por su audacia artística, por tener en su trabajo una claridad meridiana acerca de los fundamentos que sostienen a una régie de ópera. Además, contó con el concurso de tres grandes intérpretes. Pues la soprano estadounidense Keri Alkema (Desdémona), el tenor lituano Kristian Benedikt (Otello) y el barítono azerí -de Azerbaiyán-, Evez Abdulla (Yago), se confirmaron como unos actores de un nivel por sobre la media a la que estamos acostumbrados a apreciar en los teatros sudamericanos.

Un par de detalles dignos de mencionar. Ese telón transparente, bordado de estrellas, que en la noche de un puerto de Chipre, cubre el amor que se profesan el moro de Venecia y su esposa, elevaron la intensidad argumental del primer acto. La disposición del coro, un factor esencial en este título, fue bien resuelta por el régisseur.

Situándose en las dos terrazas cóncavas de las galerías circulares, su despliegue no hizo otra cosa que resaltar su importante labor escénica, y las disposiciones de Verdi y del libretista Arrigo Boito, en ese punto en específico. De su calidad vocal, no hace falta derrochar palabras, ya conocemos la altura que le ha dado Jorge Klastornick, a ese cuerpo estable del Municipal: un sonido de volumen grato e imponente.

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Insistimos: el recurso de la gigante instalación de madera, se ha ocupado hasta la saciedad para el montaje de este crédito –la prueba se halla en innumerables Dvds, de fácil acceso por la web-, pero en vez de apostar por un minimalismo absurdamente entendido, o por una precariedad en la tramoya, confundida ésta con abstracciones escénicas de vanguardia, nos quedamos con la seguridad teatral propuesta por Maritano y su equipo. Mal que mal, de honrar los 450 años de Shakespeare se trataba el asunto, y el diseñador de vestuario, también, estuvo preciosista en ese campo de acción que le es propio.

Keri Alkema es una cantante que transita por un circuito internacional de exigencia vocal superlativo, y es muy probable que luego realice el salto a los recintos de mayor nombre en el mundo. Hermosa, agraciada de físico, y dotada de un timbre que cautiva y desafía la sensibilidad de principio a fin, es una diva en la real propiedad de la palabra. Su instrumento sonoro es bello y se mueve por las notas musicales con la destreza de una artista a la que le es posible encarnar roles de mezzo y personificar papeles de una soprano lírico-spinto. Su intervención en escena, fue la cima más alta del global de características estéticas que hemos señalado en este texto.

El tenor Kristian Benedikt (Otello), redondeó una buena interpretación, regular, bastante pareja, aunque lo suyo, más que en el elemento de su garganta, lo expresó con sus dotes de actor para enfrentar un repertorio que, por lo leído en su biografía, se conoce de memoria. Adjetivos semejantes podríamos implementar a fin de definir la participación de Evez Abdulla en esta producción: antes que un barítono que nos dejará grabada su voz en la memoria acústica, vimos a un Yago con toda su pérfida y dramática maldad.

 

La orquesta, bueno, ya lo sentenciamos en la bajada de estas líneas. Antonello Allemandi es un conductor que pasea su batuta por los conjuntos musicales de los mejores teatros del orbe: el MET, el Covent Garden, por el Real de Madrid, por el Liceu de Barcelona. Y leer a Verdi, para él, debe ser una experiencia aprendida desde niño. Al comienzo, a la Filarmónica le costó un poco digerir un estilo distinto al de su maestro titular, aunque después, la experiencia del milanés se impuso, y ciertas descoordinaciones formales, quedaron en el olvido hacia el segundo acto.

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