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“Boogie sudaka”, la investigación que desnuda el analfabetismo cultural de los músicos chilenos La inusual fraqueza del libro es obra del crítico músical Fabio Salas

“Boogie sudaka”, la investigación que desnuda el analfabetismo cultural de los músicos chilenos

Mezclando los acontecimientos de su propia vida, marcada por la UP, la dictadura y la transición, cuenta cómo el rock le salvó la vida y combina critica sin compasión y elogio a músicos, escritores y políticos. «Sentía la necesidad expresar ciertas cosas que mucha gente piensa y siente pero que por comodidad, cobardía, oportunismo o falta de espacio, prefiere callar», cuenta.


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Un libro de antología para comprender las últimas cuatro décadas de la música chilena -en especial el rock- acaba de publicar el crítico musical Fabio Salas (Santiago, 1961) con su obra “Boogie sudaka – Memorias de un rockero chileno” (Editorial Ocholibros).

Lanzado en la última versión de la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa), en esta obra escrita en primera persona repasa “el rock chileno, el rock clásico, los discos, las películas, los libros, las polémicas, las tocatas y conciertos”, según reza la contratapa, contando la historia “de cómo el rock comenzó a ser asumido por una generación como un modo de vivir que después se hizo cultura y verdad en una era de nunca asumida decadencia”.

En su libro, con una franqueza inusual en la literatura (y por qué no decirlo, en la sociedad) chilena, Salas rescata a grupos como Aguaturbia, Fulano y Massacre, y no tiene piedad en criticar al escritor Alberto Fuguet o la Concertación.

Por ejemplo, tras calificar al rock chileno como “creatura de segundo orden”, reitera que “sigue siendo un referente mediocre”, con “mucho genio canonizado de tal por sus amigos de la prensa, como Álvaro Henríquez, y pocos poetas y artistas de verdad como Pancho Sazo o Florcita Motuda”.

“Nunca nuestros rockeros más relevantes han tenido un capital cultural ni siquiera presentable”, escribe Salas. “La mayoría de los músicos que entrevisté y conocí en estos cuarenta años de rock eran ignorantes en materia musical, conocían poco del mismo rock y de otras músicas como jazz o docta, sencillamente nada. Y qué decir de su analfabetismo literario y artístico, nada de nada en cuanto a cine, danza, pintura o cualquier otra obra de creación, por no mencionar su nulidad extrema en conocimientos de filosofía o cultura contemporánea”.

“La mayoría veían en el rock un vehículo para tener dinero y muchas minas en el camarín, pero no había en ellos una actitud valórica ante la música o cierto vestigio de responsabilidad comunicativa en las cosas que cantaban o componían”, remata.

Un testimonio necesario

Aguaturbia

Aguaturbia

Salas cuenta a El Mostrador Cultura+Ciudad que «Boogie Sudaka» nació como consecuencia de una conversación entre amigos “donde nos planteamos escribir un testimonio conjunto de la música que siempre hemos escuchado. Como suele suceder, el único que se tomó en serio esa tarea fui yo”.

“Entonces, concebí la idea de escribir un libro de memorias rockeras como referencia sobre la música chilena, la academia y la historia local. De esta manera también cerré una etapa de mi vida de escritor, la que dice relación con los escritos sobre rock, ya que ahora estoy concentrado en proyectos de ficción narrativa. Y como se trata de un libro que testimonia lo vivido, no había que guardarse nada”, agrega.

Añade que además sentía la necesidad expresar “ciertas cosas que mucha gente piensa y siente pero que por comodidad, cobardía, oportunismo o falta de espacio, prefiere callar”.

“Nuestro país necesita devolverle al lenguaje su categoría de verdad, al contrario de lo que sucede hoy donde todos los poderosos hablan sin decir nada verdadero. No creo ser portavoz de nadie pero siento que alguien alguna vez tiene que ponerle el cascabel al gato y por eso las cosas que escribo o digo las expreso de esta manera, con un énfasis y fuerza que provocan escozor pero que no dejan de tener un asidero real tras de sí. Mucha gente puede sacar sus propias conclusiones de todo ello”, expresa.

Adiós al Canto Nuevo

Lo cierto es que a nivel musical, Salas fue un melómano desde muy temprano. “A los doce años era un amante natural de la música, que vibraba tanto con Steppenwiolf o Ten Years After como con los Amerindios y Tito Fernández, y para nadie había contradicción alguna en aquello”, escribe en su libro.

También fue un fanático de Los Beatles, cuyas canciones conoció durante la UP. Ya en dictadura, “la música de los Fab Four era sencillamente un embrujo más real que los padecimientos que veía en los noticiarios de la televisión y que esa certeza de estar viviendo una pesadilla que amenazaba con durar toda la vida”.

Fulano

Fulano

Ellos serían los grandes responsables de que salas sobreviviera los 70 “con esperanza y coraje. Este mérito no le corresponde a Marx ni al Che Guevara ni al caimán barbudo ni a todas esas mentiras de la Sierra Maestra, o de Nicaragua con que trataron de embaucarnos en los ochenta. Fueron Los Beatles”.

Luego sería el turno del rock progresivo, con Emerson, Lage & Palmer, Yes o King Crimson, y Frank Zappa… mientras llegaba el momento de despedirse del Canto Nuevo. Esto último Salas lo condensa con el relato de su asistencia a un acto cultural en una población de Santiago en 1980.

“Los chicos y chicas partieron el acto reivindicando el folk popular ante la hegemonía imperialista del rock y de la música que tocaban en las radios y que narcotizaban las mentes de los jóvenes chilenos, en circunstancia que lo único que tocaban era música disco, y rock, nada…”, escribe. Luego vino un desfile de cantores y grupos “que desafinaban, que usaban la música algunos de ellos como medio para liar con jóvenes obreras”.

Cuando no cantaban temas del trovador cubano Silvio Rodríguez, sus propias canciones “eran de una pobreza casi genética y todo daba más una sensación de extrema pobreza flagelante que de una generación combativa y creadora que buscaba expresarse”.

Censurado

Esta franqueza ha acompañado a Salas de por vida, con consecuencias, ya fuera trabajando en medios de cualquier color político. Así fue a fines de los 80, en el diario La Época, donde sufrió a manos de “un tipo experto en el arte de trepar puestos (…) que hablaba de morigerar mis artículos ya que mis opiniones eran demasiado contundentes. Todos y cada uno de los escritos que publiqué en ese medio fueron censurados y ninguno de ellos jamás se publicó en forma original y fiel”.

Lo mismo pasó luego en el diario La Nación, “donde al momento de irme tuve que escuchar a la editora de espectáculos decirme en mi cara  que yo escribía cosas muy inteligentes para un público que no estaba a la altura de mis ideas”.

Salas también repasa su estadía en la radio Carolina, en 1992, “un antro de puros dirigentes de la UDI y miembros del Opus Dei”, un medio que “diseñaba su programación acorde al ranking semanal que todos los lunes llegaba a la radio en el ejemplar correspondiente de la revista yanqui Billoboard. Lo cual era simplemente una pelotudez. ¿Por qué tenían los oyentes chilenos que asimilar o digerir el pop intragable de lo peor de la producción corporativa fonográfica estadounidense?”.

En esa época, además, el escritor Alberto “Fuguet y su rat pack coparon la escena cultural de los 90 con total impunidad avalados por la coraza comunicacional de El Mercurio y co-optaron cuanto espacio comunicacional y cultural hubiera, siempre con un discurso conformista y que mantenía el status quo”, reflexiona con Cultura + Ciudad.

“Alguna vez había que pasarles la factura, lo mismo a esos rockeros chilenos que reciben patente de genios cuando en realidad son unos mediocres que sólo se miran el ombligo”.

Casi suicidado

Como tantos chilenos, Salas y los suyos fueron marcados por la UP, el golpe militar y la dictadura.

“Lo que más me marcó como ser humano fue el gobierno de Salvador Allende”, cuenta ahora. “Al final de mi niñez supe que yo y mi familia formábamos parte de algo esencial para el futuro y la felicidad colectiva. El principal efecto que tuvo el golpe de estado fue que me reveló con una violencia demasiado fuerte para mi sensibilidad de púber la presencia del mal y el término de la inocencia”, dice.

En ese contexto, el propio Salas relata que el rock lo salvó del suicidio, luego que junto a su familia fuera testigo del “desplome de su sentido histórico y personal”, y sus parientes y amigos sufrieran exilio, tortura y otras desgracias producto de la violencia militarista.

“Cuando vives una adolescencia acosada por la represión y el miedo y cuando tienes muchas cosas que compartir y que se degradan en el silencio y la soledad, siempre sobreviene la idea del suicidio”, dice. El rock and roll lo salvó de esa opción.

“Una vez lo conversé con Ian Anderson, de Jethro Tull, y él me planteó que muchas veces en sus giras recibió testimonios de fans que relataban casos como el mío pero que si bien él como artista está eximido de esa responsabilidad redentora, sí comprendía el efecto sanador y resiliente que su música podía provocar en los rockeros”, señala.

La maldita Concertación

Hoy nadie, ni la izquierda, se salvan de sus críticas. “No puedo negar que mi condición de izquierda me ubica a un lado del espectro, pero también supe después que había mucha mala conciencia en mucha gente que se decía de izquierda pero que no actuaban acorde a esos ideales”, afirma.

“Al final, el examen de la condición humana te lleva a cuestionarte muchas cosas con objetividad, tal como aparece en el libro y creo que a la postre lo que más cuenta es actuar con coherencia y rectitud, cualidades que en mundo concertacionista siempre escasearon y cuya resultado estamos padeciendo ahora”.

Para Salas, “hace mucho que en Chile dicen que está todo bien cuando en realidad está todo mal: curas pedófilos que quedan libres, criminales torturadores que andan por la calle, corrupción, robo, cohecho, autoridades y legisladores que ejercen con conflicto de interés. Y en su opinión también en la cultura sucede lo mismo”.

En esa misma línea critica a la Concertación, que hizo un “daño incalculable con su doctrina Aylwin”. “¿Se puede vivir ‘en la medida de lo posible’? No, absolutamente no. Y ahora tratan de componer las cosas que ellos mismos perpetraron en colusión con la derecha, y lo que da bronca es que la plata alcanza para todos , lo mismo que el lugar en la pista de baile y la mesa debiera estar servida para todos porque para todos hay cabida y no sucede así”.

“Santiago tiene su propio muro de Berlín invisible y real que comienza en la Plaza Italia y llega hasta la Patagonia y el Altiplano erigido por la codicia de unos ricachones que se lo llevan todo mientras nos dan una educación, salud y viviendas de mierda y después esperan que les demos las gracias y votemos por ellos”, asevera.

“La lucha de clases existe aunque el empresariado fáctico lo niegue. Ésa es la gran verdad. Y si alguien quiere entrar en detalle con estas críticas que lea directamente este libro para que advierta hasta dónde nos han metido el dedo en la boca todos estos años”.

 

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