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Crítica de cine: “Ella se va”, las iniciaciones tardías del crepúsculo Protagonizada por Catherine Deneuve se exhibirá en el 5° Festival de Mujeres (24 al 29 de marzo)

Crítica de cine: “Ella se va”, las iniciaciones tardías del crepúsculo

Esta bella película de la actriz y directora francesa Emmanuelle Bercot, estuvo nominada al Oso de Oro en la Berlinale de 2013. Y en efecto, el crédito que abordamos en las siguientes líneas, configura una obra donde no sólo resplandece el trabajo de la histórica intérprete europea, sino que la trama que revela el libreto, su puesta en escena, la factura de la fotografía, y la atrevida cámara de la autora, expresan en una logradísima realización, las intenciones artísticas y fílmicas, que se desean manifestar: las de una subterránea búsqueda amorosa y existencial -por parte de la personaje principal-, pero acaecida cuando ya se emprenden el tránsito por la curva y la recta final, de una biografía femenina: acá, bajo una de las actuaciones más recordables en su madurez, de la rubia que fue leyenda y locura durante la década de 1960.


“Guiado por mi estrella / Con el pecho vacío / Y los ojos clavados en la altura / Salí hacia mi destino. / He vivido una vida que no puede vivirse / Pero tú, Poesía, no me has abandonado un solo instante”.

Vicente Huidobro, en Últimos poemas

Ellaseva1Ella se va (Elle s’en va, 2013), tiene secuencias extrañas y conmovedoramente hermosas. Una de esas: Bettie (Catherine Deneuve), ya inició el camino para ir a recoger a su nieto, el pequeño de unos seis años, el descendiente de su única y problemática hija. En medio del trayecto, se detiene en un pueblo de la Bretaña gala, y con la excusa de conseguir un cigarrillo (las tiendas a las que podría recurrir se encuentran cerradas), se produce una conversación en apariencia trivial, con un anciano, lugareño del minúsculo centro urbano.

La ambientación es la de una pieza interior, perteneciente a una de esas casas que bien podrían tener o cien, como quinientos años de antigüedad: entonces, Bettie, una mujer que bordea los 70 años, habla con el hombre acerca de temas que bien podrían entenderse casi en la esencia o misterio de la vida: él, le dice, por ejemplo, que no se casó, ni engendró una progenie, pues perdió a su gran amor en la juventud, y ésta, antes de morir, le sugirió y le aconsejó, que permaneciera soltero, que llevase un pasar y unos días tranquilos. “Le hice caso”, dice el viejo a la Deneuve, mientras le arma el pucho. La iluminación que prevalece en el cuadro, estimula la sensación de melancolía, añoranza y cotidianidad, tal si de una pintura barroca de Johannes Vermeer, se apelase.

Pues uno de los tópicos dramáticos de la cinta que analizamos, se detiene, en efecto, sobre esa faceta de las relaciones humanas: el contraste entre el hecho de fundar una familia, y la paz que significaría, hipotéticamente, evitar hacerlo.

Esa perspectiva, una mirada sobre los vínculos filiales, observados como la ampliación de un campo de batalla afectivo y emocional, se puede rastrear en numerosos créditos del cine francoparlante, desde los célebres apellidos que conforman la filmografía de la Nouvelle Vague (Truffaut o Chabrol), hasta en las obsesiones creativas de directores más o menos contemporáneos: en François Ozon, en André Téchiné, en los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, y en Philippe Claudel, por citar los títulos de unos realizadores galos conocidos en las reseñas que hemos infringido por estas páginas

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Valiéndose de una cámara que se desplaza continuamente (en señal de transcurso y avance del tiempo ficcional), pero también para indicarnos que los cambios a los que se ve sometida la protagonista, son asimismo de carácter “interno”, la autora, Emmanuelle Bercot (París, 1967); igualmente elabora una estrategia audiovisual que, entre otros objetivos, tiene por misión plantearse una imagen que sitúa en el espacio rural (el noroeste de Francia), el espacio cinematográfico ideal, a fin de que Bettie, se encuentre casi por casualidad, al azar e inesperadamente, con un trance vivencial semejante a una tardía y postrera plenitud personal.

La manera en que la directora aprovecha esa circunstancia dramática, para ofrecer un meditación artística, en torno a los laberintos cruciales por resolver de una mujer, que se acerca a la etapa final de su derrotero, la relaciona con las motivaciones de otra cineasta europea ejemplar: la catalana Isabel Coixet.

Así, visualizamos a una Bettie sola, viuda, devenida en una empresaria gastronómica arruinada, y que vive con una madre enferma, algo senil y postrada en una cama. De pésima relación familiar con su única hija (encarnada por la actriz Camille Dalmais), de pronto recibe el llamado de ésta para que la ayude a cuidar a su hijo, durante unos días, mientras ella resuelve unos asuntos personales.

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El viaje para ir a buscar al menor, las jornadas que transcurre junto a su compañía, y las instancias que se suceden en el trayecto que comparten, provocan en la psicología del rol interpretado por Deneuve, la entrada a una etapa de cuestionamientos trascendentales en su forma de encarar la existencia hasta ese momento; y en el fondo, unos estímulos que la sitúan en la coyuntura de enfrentar sus miedos, complejos sentimentales, y traumas más ocultos, y paradójicamente, también, en el hecho de experimentar una sexualidad activa y extraña para una mujer de su edad, en romances con hombres más jóvenes, y hasta en el hallazgo fortuito del amor definitivo.

Ese tratamiento argumental, como afirmamos, Bercot lo complementa con un logrado lenguaje fílmico: planos difíciles que demuestran su destreza e inteligencia detrás de la cámara, tanto en la dirección, como en el montaje de una cinta; una fotografía que combina mañanas nubladas y encapotadas, noches frías y de lluvia, con tardes de sol radiante (en una variante lumínica que reflejan las estaciones anímicas de su personaje estelar); y en cuadros de un simbolismo bello y desconcertante: nos referimos, sin ir más lejos, a esas “tomas” medias y áreas (de “picado”), que exhiben a una Bettie fumando, de impermeable amarillo, cansada, el peinado desordenado, en medio de un camino rural que representa, en una perfecta metáfora visual, los rumbos que puede seguir tanto en su trayectoria cotidiana como en su “destino vital”, apoyada la espalda en el automóvil, y mirando perdidamente el horizonte, bajo un evidente estado de pasmosa introspección.

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Ella se va, asimismo, presenta puntos de equivalencia –literarios y audiovisuales- bastante sorprendentes con un largometraje de estreno reciente en nuestra cartelera: con Alma salvaje, del canadiense Jean-Marc Vallée, un crédito que le valió por su rol, a la estadounidense Reese Witherspoon, una nominación como Mejor Actriz en los últimos premios Oscar (2015). Sin embargo, la diferencia es que cuando para el personaje de la película norteamericana, el tópico del viaje, del movimiento y del desplazamiento, configuraban el inicio de una nueva fase en su vida, durante una etapa cronológica, en que dar un giro es realmente una posibilidad y un atajo hacia otras rutas de hallazgo consigo misma; en el filme de Bercot, las revelaciones y el instante del auto descubrimiento, se registran en una madurez etaria y temporal, donde las cartas parecen echadas, sin retorno ni vuelta atrás, eso, por lo menos, con el propósito de revertir errores y malas decisiones de peso indiscutible.

Pero los quiebres con buenos augurios, pueden germinar en cualquier parada y sobre una berma anónima de la carretera, cuando menos uno (o una) se lo piensa, opinan los guionistas (la misma directora y el escritor Jérôme Tonnerre); y el clímax en el que se generan esas sorpresas, acá, no puede ser mejor y más adecuado: en un hotel de veraneo, arrebatado al norte italiano, construido al lado de un lago paradisíaco: como si para hallarse y saber quién es el ser que tenemos reflejado sobre el espejo, nada mejor que confrontarse con la belleza ordinaria y majestuosa, de una postal pedestre al alcance de la mano. Y esa alma que se mira, no es otra que una Catherine Deneuve magistral y rutilante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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