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Un viaje, una historia:  Verónica, la Cazadora de meteoritos y el cementerio de Mariposas de Atacama Región de Antofagasta

Un viaje, una historia: Verónica, la Cazadora de meteoritos y el cementerio de Mariposas de Atacama

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En esta segunda entrega de «Viajes con histora», David González ingresa al desierto de Atacama para encontrarse con Verónica Reyes, una orfebre santiaguina que de cuando en cuando se introduce sola en el desierto más árido del mundo en busca rocas estelares, pedazos resilientes de un pasado cósmico, con el fabrica diversas joyas, que, a su vez, nos recuerdan la naturaleza azarosa de la vida.


Siendo las 4 de la tarde, según el astro rey, la sombra de Verónica Reyes se da un baño, como una extensa lombriz de oscuridad en un terreno carmesí. Está a 4.900 metros de altura y camina sola en medio de una quebrada en pleno desierto de Atacama, el viento se levanta de improviso y la tumba al suelo. Ella intenta salir del lugar, pero tiene que cruzar la cima de un pequeño cerro, que para ese momento parece inalcanzable. El viento la bota al suelo una y otra vez, sin poder volver a su refugio; la soledad por primera vez la embarga. Y en su cabeza aparece cada decisión, cada desafío que libró, para quedar atrapada aquí.

Con cualquier cambio que hubiera tomado en su vida, no estaría ahora a merced del desierto. En el lenguaje poético se dice que nadie puede cortar una flor sin perturbar una estrella; así un parpadeo puede llevar a la catástrofe. Ese es el efecto mariposa.atacama6

Verónica Reyes es cazadora de meteoritos y orfebre. La conocí hace años cuando me invitó a buscar meteoritos al desierto de Atacama, viene cada año en búsqueda de los restos de dos aerolitos que cayeron hace más de 5 mil años en la región de Antofagasta: el Imilac y Monturaqui.

Son pocas las personas cuerdas que se atreven a vivir en medio de la soledad del altiplano, solo para encontrar un trozo de piedra estelar. Verónica se atrevió hace años a convivir con este universo llamado “Atacama”, donde las noches son un poema y los días un flagelo a la piel; ella debió tomar decisiones drásticas que cambiaron su vida para siempre, siguiendo el sueño de convertir los meteoritos en joyas.

Su vida rutinaria (si se puede llamar así) se divide entre su casa en Santiago y sus estadías cerca de los cráteres, a unos cuantos kilómetros del Salar de Atacama. En la capital trabaja como orfebre, mientras que en el desierto se convierte en una jardinera que busca y selecciona piedras como si fueran flores delicadas, intentando encontrar  la más bella, codiciada  y preciosa de todas, para transfórmalas en joyas de gran valor y únicas en su estilo.

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Esto que parece increíble tuvo un costo familiar enorme, Verónica debió separarse de sus hijos por mucho tiempo, lo que causó dolor y remordimiento hasta que este desolado paisaje le dio la oportunidad de sanarse. No en vano se presenta sola ante el desierto como la secreta posibilidad de encontrarse a sí misma. El escritor Etgar Keret decía: “El fantasma del abandono crea, de por sí, solo su propia realidad, hasta que lo enfrentamos en el espejo del alma”.

Sentadao frente al cráter de Imilac y con ese mareo y dolor que da la altura a una persona acostumbrada a vivir a nivel de mar como yo, pensaba en cómo pasaron las cosas hace miles de años para que estuviéramos allí, porque si una simple roca no se hubiese desviado unos cuantos metros de su órbita hace 5 mil años, no existiría el cráter y Verónica no habría llegado aquí.

En el desierto no cantan los gallos, ni trinan los pájaros, la sombra de la noche te congela, el viento y la sequedad lo dominan todo, pero cada día mariposas desesperadas, heroicas en su soledad, cruzan el desierto de Atacama buscando una oportunidad de llegar al mar, pero caen abatidas antes de llegar a su destino bajo el peso implacable del desierto; es un viaje triste y melancólico como en una obra de Chejov. Así como un cometa cruzó millones de kilómetros para ver su muerte, las mariposas aletean millones de veces buscando inconscientes su cementerio oculto.

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En ese cementerio Verónica debió encontrarse consigo misma, en esa misma lucha que dan las mariposas por intentar cruzar el desierto en busca del mar, perdida en las rocas petrificadas y resecas por el sol del desierto; cálculos inertes, apáticos, como traídos de otros tiempos.

Verónica es de esas mujeres que han aprendido las cosas a pulso. La orfebrería la aprendió porque lo deseaba. Demoró un año en saber lo que necesita sobre meteoritos; cremomento más importante de su vida fue el salir de esa quebrada, dominar al viento y no dejarse vencer como una mariposa.

La ciencia ha descubierto que detrás de la fachada del caos, existe un orden más profundo en donde todo está comunicado y entrelazado sin importar el tiempo que trascurra. Así un pequeño cambio que puede introducir una variación en nuestras vidas, puede traer también, en una de esas, la armonía.

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