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Crítica de cine: “Mía madre”, el sonido de la memoria

Crítica de cine: “Mía madre”, el sonido de la memoria

Nanni Moretti, el “Woody Allen italiano”, regresa a la cartelera santiaguina con este drama  intimista y totalizador, de elevadas aspiraciones audiovisuales, en el cual, también, se permite los minutos para incluir una que otra secuencia hilarante. Con las notables actuaciones de John Turturro y de Margherita Buy, y la creación escénica de una Roma moderna, simbolizada en estudios fílmicos, espacios cerrados y salas de hospitales, atestiguamos el mejor largometraje del realizador europeo, desde que grabó “La habitación del hijo”, en 2001.  


“Ocio increíble del que somos capaces yo he estado almacenando / mi desesperación durante todo este invierno”.

Enrique Lihn, en La musiquilla de las pobres esferas

El nombre de Nanni Moretti (1953) equivale a una marca registrada y al seudónimo del autor de una filmografía, que eleva el status y las ambiciones de la alicaída industria cinematográfica italiana, después de la desaparición física, artística e intelectual, de esos genios (Rossellini, Visconti y compañía) que la difundieron por el mundo y para la historia, luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, durante el siglo pasado.

Así, en Mía madre (2015), su decimotercer crédito de ficción, el artista retorna a los tópicos que ya trató en filmes como La misa ha terminado (1985), o La habitación del hijo (2001): la desesperación y las pérdidas que se esconden detrás de una rutina diaria, donde los afectos familiares, y a final de cuentas el encuentro consigo mismo, parecen ser la única vía de escape y la solución a esa interrogante, de índole cósmica y existencial. Aunque, también, el empecinamiento en cumplir bien ese “trabajo”, ya sea como directora de cine (el caso de Margarita, la protagonista de esta cinta), o el oficio de ser hija, sean una manera loable de resolver la disyuntiva planteada por la construcción audiovisual del presente título.

Mia Madre 5

A este respecto, los pasos artísticos y fílmicos que plantea aquí, Nanni Moretti, serían los siguientes: una táctica de planos, encuadres, ángulos y movimientos de cámara, destinada a configurar una realidad diegética (ficticia), de la ciudad de Roma, en la que prevalecen las calles modernas, los estudios de rodaje de Cinecittá, las salas de tratamiento y de espera, propios de un centro de salud, y las terrazas y los interiores de departamentos, que podrían pertenecer a cualquier espacio reconocible de una urbe posmoderna y globalizadora.

En esa perspectiva, observamos un cambio radical en relación a sus últimos créditos: pues desde Caro diario (1993), hasta llegar a Habemus Papa (2011), una de las obsesiones o fijaciones del realizador italiano -ganador de la Palma de Oro de Cannes y un ícono de la contracultura y del cine “político” de la década de 1980-, fue fijar una suerte de hoja de ruta e imaginario en torno a la capital peninsular: de sus cuadras y esquinas más reconocibles, ya sea el Vaticano, pasando por el Coliseo, y el barrio de Monti (corazón bohemio de la ciudad) y luego recorrer el Campitelli.

Shots from "Mia Madre"

Pero insertar a sus roles protagónicos (Margherita Buy y John Turturro, añadido el mismo Giovanni), en esos parajes agrestes y anónimos, por llamarlos de alguna manera, contempla otra finalidad audiovisual, aún más profunda: situar los dramas íntimos y personalísimos de éstos, en el contexto de posibles problemáticas de niveles y resonancias mayores o, directamente, al medio de conflictos sociales, en una referencia obligada al Neorrealismo.

Porque, claro, no es casualidad que “Margarita”, la actriz que encarna a la aproblemada realizadora, y el norteamericano Turturro, el rostro de un intérprete, involucrado “en una película dentro de la película” -que trata sobre la lucha sindical en una fábrica-, languidezcan maniatados (dentro de las fronteras de la trama “macro”), por insatisfactorias circunstancias personales: la soledad sentimental, las turbulencias románticas y triviales de un vínculo de pareja, el cansancio y la pérdida de la vocación profesional, o bien, por el temor y el miedo, ante la moldeable actualidad y el incierto futuro.

Mia Madre 3

Moretti, asimismo, exhibe una precisa cavilación en torno al hecho de grabar una cinta, y al ánimo de registrar ese proceso documental, pero en los márgenes particulares de la ficción. En efecto, el instante exacto de la gestación audiovisual y de sus estrategias creativas -sobre los cuales el realizador italiano, había detenido la mirada en trabajos anteriores de su autoría (en Abril, de 1998)- los revisa, ahora, desde un punto de vista más “humano”, y menos político, que es como lo había esbozado, en el título recién referenciado: la intimidad de Margarita se despliega en un motivo que eclipsa, finalmente, lo que Mia madre pudiese guardar, en última instancia, de “purista” meditación práctica y cotidiana, en torno a las urgencias de rodar un crédito cinematográfico.

Persistimos en este punto: la acción de pensar un producto fílmico, desde la excusa de grabar una obra de ese tipo, como uno de los motores impulsores de la narración ficticia, equivale a pensar en la importancia del propio oficio del autor, y a preguntarse en la legitimidad intelectual, y estética, de ese propósito; también, en la existencia individual, y, por supuesto, en la biografía de los demás.

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Como si la espesura dramática de esta película, acompañada por la intención de crear otro artefacto audiovisual (en el vientre de ella), en el fondo confundiera la pregunta, la separación y los límites, entre vida y arte, entre realidad e ilusión, como si la consulta de Moretti fuera, sinceramente, por conocer la respuesta y lo oculto, detrás de la “verdad de las mentiras”, en la feliz expresión literaria y metafórica, de Mario Vargas Llosa.

La cámara del director romano muestra credenciales de madurez, sin duda: su foco tiene una habilidad innata para caminar alrededor de la comedia y del drama, para saltar encima del documental y de la fantasía, de sus pirotecnias y fotogramas de set, de sus técnicas de estudio y de montaje, como lo anotamos al comienzo de este texto: planos y cuadros, al servicio de un relato audiovisual, y de la sensaciones que con su exégesis, anhela azuzar su creador, en la mentalidad de las audiencias.

También, contar con una pareja de actores principales, de la calidad artística e interpretativa de Turturro y de Margherita Buy (inolvidable en su papel de El hada ignorante, del turco Ferzan Ozpetek), beneficia bastante y en demasía, a aumentar, en efecto, el peso y los decibeles cinematográficos, del producto final.

Mia madre, indudablemente, resulta un largometraje “sensible” y melancólicamente bello: la vitalidad y el tópico de cuestionarse “desde y sobre” la familia (una clave para entender la filmografía de Moretti); la figura y el peso insoslayable de los padres, en la formación y en el aprendizaje de todo ser humano, y el análisis de una emoción acerca de la frustración, cuando ya se alcanza una edad mediana, y restan unas pocas satisfacciones a la vista: ayudar a crecer a un hijo, reconciliarse con esa pareja de la que sólo se puede esperar un encuentro y una caricia casual (y a la distancia), y esperar qué, nada, sólo el ocio, convivir y aprender de la soledad, y a buscar, a escuchar el sonido de la memoria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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