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Crítica de cine: “Chicago Boys”, la inmoralidad del «milagro» económico chileno

Crítica de cine: “Chicago Boys”, la inmoralidad del «milagro» económico chileno

Revelador para nuestra memoria audiovisual es el largometraje documental de Carola Fuentes y de Rafael Valdeavellano: aparte de clarificar ciertos aspectos desconocidos del proceso de cambio hacia un sistema de libre mercado, que vivió el país desde mediados de la década de 1970 ; la pieza resulta una ágil crónica sobre la historia de ese grupo de economistas locales, que realizaron sus estudios de posgrado en la universidad norteamericana, donde se enseñaban las doctrinas monetaristas de Milton Friedman.


“La mitomanía es un vicio sudamericano. Poseemos una enorme capacidad para demoler los hechos verídicos y cubrir el lugar con una pátina de leyenda, de magia, de ultratumba. El mito es un fruto de la infancia de los pueblos. Una compensación, una explicación equivocada”

Joaquín Edwards Bello, en Mitópolis

La complicidad e instigación de los civiles de distintas esferas de la sociedad, para que las Fuerzas Armadas derrocaran al Presidente Salvador Allende, el día martes 11 de septiembre de 1973: aquella es la primera conclusión que arrojan los 85 minutos de Chicago Boys (2015), los que se observan con interés, adrenalina y convicción. Incluso, se tenía preparado un programa de política económica para que el nuevo gobierno lo aplicara, apenas lo estimase conveniente: las hojas del documento conocido posteriormente como “El Ladrillo”, bautizado así por la forma que adquirieron sus fotocopias, gruesas y voluminosas, debido a la tecnología reproductora utilizada antaño.

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Sin una voz en off, la película de Carola Fuentes y de Rafael Valdeavellano, deja en claro ese punto y muchos más (en secuencias que intercalan cuñas de entrevistas y desconocidas imágenes de archivo caseras, proporcionada por los mismos “Chicago”): que la idea del golpe, por ejemplo, nació entre los brindis de whisky que se servían en los salones de la Cofradía Naútica del Pacífico Austral (emplazada en Algarrobo), en noviembre de 1972. Que Roberto Kelly (un ex oficial de la marina) fue el nexo con los altos mandos de la Armada (José Toribio Merino), y que mientras la conspiración se fraguaba, los economistas chilenos que habían estudiado en Estados Unidos, bajo el alero de las doctrinas monetarias neoliberales de Milton Friedman (en su mayoría jóvenes profesores de la Universidad Católica de Santiago); discutían la “modernización” radical que, apenas sucedido el bombardeo y posterior incendio de La Moneda, sufriría el Estado chileno, en un hecho histórico, político y social, que cambiaría la cara del país hasta el día de hoy (la tesis de los autores).

Los directores se sirven de editadas conversaciones con Ernesto Fontaine Ferreira-Nobriga (fallecido en 1974), Sergio De Castro, Rolf Lüders, Pablo Baraona y Ricardo Ffrench-Davis Múñoz, quienes estudiaron en la Universidad de Chicago y tuvieron clases directamente con el citado Nobel de Economía y Arnold Harberger, para narrar todo aquello: que el Chile del presente nació en esas aulas rodeadas por la nieve, en la Norteamérica de los años ’50, y que el acontecimiento del Golpe de Estado, les dio la oportunidad a esos intelectuales, de aplicar sus ideas de ingeniería social y financiera (la mayoría ejerció funciones durante el gobierno militar), prácticamente sin oposición política, salvo la esbozada por los nacionalistas corporativistas, que se reunían en torno a la figura del general Gustavo Leigh.

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A diferencia de otras obras del género, y que buscan explicar a grandes audiencias, fenómenos de la historia política reciente del país, los realizadores (Fuentes y Valdeavellano), echan mano a un engranado guión y a elaboradas técnicas de montaje y de edición: las cuñas nunca aburren, al contrario, son contundentes y reveladores, y se escuchan ya sea cuando en el encuadre de la cámara se observa a los declarantes, o bien inéditas escenas de las mencionadas grabaciones domésticas, efectuadas por los mismos protagonistas del relato, durante la temporada que pasaron cultivándose en la fría Chicago.

En efecto, la primera fortaleza audiovisual de este documental se atestigua en las decisiones y en el trabajo de libreto, efectuado por los autores: se recurre a numerosas fuentes, incluso la narración se divide en partes temáticas, pero el relato fluye, es rápido, certero, se entiende, y se comprende a cabalidad, aunque el espectador no sepa nada del asunto, o no tenga la menor idea de quiénes fueron esos muchachos que alegan no haber sabido nada de crímenes o de torturas, cuando ellos elevaban a cifras insospechadas, los ingresos global y percápita de la nación.

Asimismo, el montaje proporciona los elementos necesarios para darle un sentido cinematográfico y no periodístico, a la inmensa labor de investigación desplegada por los documentalistas: la cámara se sube a un avión y recorre el cono de Sanhattan, y de las autopistas, paño urbano en el que se alza el orgullo de pobres de los santiaguinos posmodernos, o bien, se dirige al campus San Joaquín de la Universidad Católica, para registrar la Misa en honor a la mujer fallecida (una chilena), del profesor Arnold Harberger. O un dron, vuela sobre los manifestantes, en plena Alameda, que protestan contra el sistema y la calidad de la educación, en el contexto de las masivas marchas de 2011.

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La mezcla de secuencias poco conocidas, con archivos de época, de la televisión de los ´70 y de los ‘80, más los planos capturados en la actualidad, se matizan, y se enriquecen, con ese audio pletórico de información sustanciosa y de confesiones: Sergio De Castro, sin ir más lejos, explica que fue una decisión personal de Augusto Pinochet (previo consejo de sus asesores), quien inclinó el peso de la balanza, que permitió la aplicación de “El Ladrillo”, en sus más radicales abstracciones, sobre la existencia de millones de chilenos. “Porque antes de Pinochet, los militares tenían ideas estatistas en economía”, manifiestan los protagonistas, los muchachos de Chicago.

Este documental es como un viento huracanado: tiene vitalidad técnica y de contenido, cosa difícil de lograr, y que constituye una muestra del talento de sus cineastas: cuentan bien una historia compleja, valiéndose de imágenes que “actúan” y se mueven, cuestionan los últimos 42 años de la trayectoria de la República, y también, plantean preguntas, dejan pensando a sus interlocutores (el público): es cierto, gracias a las medidas aplicadas por los discípulos de Friedman, Chile nunca había sido tan rico, por lo menos en números “macro”. Pero aquello, se trasluce, se entiende, sin que Fuentes y Valdeavellano insistan, se consiguió, se logró, gracias a la fuerza, al crimen, debido al asesinato de cerca de tres mil ciudadanos, y al temor, al egoísmo, a la indiferencia, y a la avaricia del resto, que esperaban por la casa propia, el automóvil cero kilómetro y la televisión a colores.

Y quizás porque surgió de la sangre, de la traición y de la inmoralidad, es que la legitimidad de las ideas diagramadas por los Chicago, sean tan discutidas y combatidas, más allá de su éxito y aceptación práctica por parte de la élite política, y de una mayoría amplia de la población. Pues este es un largometraje que destruye y entierra mitos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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