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Candidata al Oscar: “La habitación”, la luz por todas partes

Candidata al Oscar: “La habitación”, la luz por todas partes

Nominada a cuatro premios de la Academia (mejor fotografía, adaptación de guión, director y actriz principal), el largometraje del realizador irlandés Lenny Abrahamson es una obra audiovisual profunda, audaz en su gestación y llena de significados artísticos y emocionales. La interpretación de la norteamericana Brie Larson, equivale a un trabajo perfecto, y el concurso del niño Jacob Tremblay, a su lado, resplandece. Presenciamos un filme bellísimo: la redacción del libreto, a su vez, se inspiró en la novela homónima de la escritora Emma Donoghue.


La historia que retrata «La habitación» («Room», 2015), sexto título de ficción del director irlandés Lenny Abrahamson (Dublín, 1966), sólo puede ser comprendida gracias a los hechos criminales de secuestros conocidos en las últimas décadas, tanto en algunos países de Europa (Austria, especialmente), como en Estados Unidos: víctimas sometidas a contextos de encierro prolongado, y de reiterados abusos sexuales, en estructuras acondicionadas para tales efectos, con resultado de embarazos y de progenie, surgidos entre el delincuente y su víctima.

Esa es la situación argumental que retrata el crédito de Abrahamson, y cuyo argumento se basa en el texto literario de la novelista, y compatriota, Emma Donoghue (1969). Entre los trabajos anteriores del realizador, sobresale «Garage» (2007), una cinta premiada en Cannes de ese año, y donde la exploración cinematográfica que hacía su autor de la soledad emocional extrema, en un ambiente de tranquila y opresiva ruralidad, se repiten (en el ánimo y en el modo), ahora, en la cinta que analizamos.

Ma (el papel de Brie Larson), se encuentra, al momento de iniciarse la acción dramática, retenida contra su voluntad por más de un lustro al interior de un cobertizo, el que se haya confinado, a su vez, en la propiedad urbana del viejo Nick (encarnado por Sean Bridgers). Y producto de ese “vínculo” ha nacido Jack (el rol de Jacob Tremblay). En esas circunstancias y escenario pequeño, se proyecta la estrategia audiovisual contenida en esta película: una ruta fílmica del agobio y la cartografía audiovisual en torno a un espacio restringido y limitado, en reemplazo del mundo físico e inmenso, que se extiende afuera del cobertizo;  es decir, una realidad sólo vislumbrada en las imágenes televisivas (una ventana dimensional), y a través de la claraboya del techo, la abertura por la cual se filtra la luz, se estrella el viento sin aliento, y se posan algunas hojas muertas por el otoño y el invierno.

Contrapicados

Pese a la observancia de una localidad con fronteras claras y delimitadas, tal situación genera una problemática no mayor para el equipo realizador: enfocar un lugar único, mediante ángulos y planos, que evoquen el infinito propio de cualquier ambientación cinematográfica, siempre regidas por la dinámica surgida entre el centro del acción, y el fuera de campo ocular o del encuadre.

Las características descritas por esa “imposición” de la dirección de arte, provocan que la ubicación temporal creada por la cámara, se escinda gracias a la luminosidad y la composición de elementos fotográficos, de la habitación: el día y la noche, el paso de las semanas y de los meses, están divididos, así, por el cansancio de los rostros de los personajes, las visitas del secuestrador a sus cercanos rehenes, las labores cotidianas dentro del garaje, los trotes del lente y las perspectivas señaladas por el foco: de contrapicado y en primeros planos, preferentemente.

Así, las diferentes posiciones de la máquina grabadora definen una estrategia del movimiento, bajo los conceptos de lo estrecho y de la finitud del espacio físico y cronológico: cambian las jornadas, pero la régie (puesta en escena) es la misma: un par de sillas, un lavamanos, la cocina, un baño, un armario, y una cama.

Y la cinética se entrega a las manos del talento de los actores, y a la forma en que la cámara los exhibe. Un logro ideológico y de procedimientos técnicos: un interior “cerrado”, una táctica de montaje hecha espontáneamente, en la praxis, hilada por el profesional encargado de la fotografía, y la construcción de un universo diegético (ficticio). Un triunfo tanto de la calidad del libreto, como de las órdenes dictadas por la mente audiovisual y narrativa de su realizador.

Cuatro nominaciones

«La habitación» disputa cuatro premios Óscar, en esta edición 2016. El primero, a la dirección autoral. Lenny Abrahamson demuestra sus credenciales sin complejos: planificación y complejidad artística a la hora de llevar sus ideas minimalistas a la práctica, pensamiento fílmico en cuanto a delinear un estilo de rodaje y una manera de expresar motivos temáticos, y autoridad y conocimiento de situaciones dramáticas, a fin de dirigir a un par de buenos intérpretes, pero todavía jóvenes y en pleno desarrollo y crecimiento cualitativo, de sus potencialidades de desdoblamiento.

El segundo galardón por el que compite este equipo, es el referido a la fotografía, conocido en el circuito anglosajón como de “cinematografía” o de cámara, según la traducción. Luz y acción, aquí se complementan para entregar una conjunción de virtudes audiovisuales encaminadas a proveer de atributos escénicos y cinéticos, a la necesidad de tener que grabar una cinta dentro de los márgenes visibles de un puro y único cuadro. Asimismo, la claridad de los fotogramas, ayuda a realzar la gestualidad y las variantes fenotípicas que ofrece la actuación femenina de Brie Larson, la tercera nominación por la que corre el largometraje de Abrahamson.

La protagonista de «La habitación» derrocha un número de condiciones abrumadoras: presencia escénica, numerosos registros y capacidad de procedimientos gestuales, y una naturalidad pasmosa, a fin de personificar una figura tan herida, frustrada, abatida y ansiosa, como el rol que le correspondió en esta ocasión abordar.

Larson encarna a una joven estadounidense, veinteañera, de clase media acomodada, con pretensiones universitarias, y prisionera de un psicópata que abusa de ella constantemente, y quien, además, le engendra un varoncito, Jack, al que debe cuidar, enseñar y educar con la creencia –para sus infantiles sentidos- de que esa dependencia trasera, el cuarto de atrás, sería el cosmos y el unívoco teatro en el que se respira y se sufre. El desempeño de la chica nacida en Sacramento, California, hace veintiséis años, en ese tramo de locura existencial, deviene con el simple calificativo de “impresionante”.

Por último: la competencia por la estatuilla que felicita el traslado desde un relato en formato de novela, hacia los canales simbólicos de un guión cinematográfico. La destreza narrativa de esta cinta ya la hemos denunciado (secuencias y planos que exhiben estados emocionales y dramáticos en el contexto de una escena huérfana y solitaria, durante gran parte de sus 118 minutos de duración), y tal cuestión es una victoria del libreto que orienta las decisiones del montajista, y de los dones escriturales de la libretista y su entendimiento intelectual, por parte del realizador, el citado Lenny Abrahamson.

Metáfora audiovisual de una esclavitud transformada en liberación (una granjería del poder redentor de la fantasía y de la imaginación), «La habitación» evidencia la frustración y del dolor que acechan a una vida juvenil –que transitaba por su mejor momento-, pero que, de pronto, por un acontecimiento “atómico”, se ve irremediablemente quebrada y demolida, víctima de un cambio traumático.

Una hermosa película, que también se refiere a la esperanza, a la entrega filial y maternal, y a las segundas, a las terceras, y a las cuartas oportunidades: un grito de libertad y de rebelión en ese trecho (cuando se piensa que nos encontrábamos sin salida), se avizora todo perdido, y estábamos obligados a permanecer prisioneros en el oculto cuarto de atrás, atestados y amarrados, de nosotros mismos.

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