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Darío Sztajnszrajber, el filósofo argentino que a «martillazos» rompió el mito de que la filosofía no importa CULTURA

Darío Sztajnszrajber, el filósofo argentino que a «martillazos» rompió el mito de que la filosofía no importa

Tal como su programa de televisión que cautivó a la audiencia argentina, convirtiendo la filosofía en un interés de masas, su libro «Filosofía en 11 frases» ha alcanzado el mismo éxito, al vender 70 mil ejemplares en el país vecino y estar más de 20 semanas entre los más vendidos. Todo una proeza para la filosofía. Sztajnszrajber estuvo de visita en Chile y habló con el programa televisivo «Sello Propio» de El Mostrador. Acá un adelanto.


El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber (Buenos Aires, 1968) es todo un fenómeno. Su último libro, Filosofía en 11 frases (Paidós) ha vendido 70 mil ejemplares en el país vecino y ha estado más de 20 semanas en la lista de los más vendidos. A comienzos de noviembre visitó Chile, donde realizó, entre otras actividades, una charla abierta en el Zócalo de la Municipalidad de Recoleta. Darío Sztajnszrajber cobró fama internacional cuando, fuera de todo pronóstico, logró masificar el gusto por la filosofía entre los jóvenes, por conocer la opinión de los grandes pensadores de una manera cotidiana, para impulsarlos así a cuestionarse y cuestionar el mundo, a hacerse las preguntas que sí importan.

Contra lo que pudiera creerse, el filósofo argentino repitió la fórmula del éxito de su programa de TV con el libro Filosofía en 11 frases, que también presentó en Santiago y que no es sencillo ni mucho menos.

«No entendemos por qué se vendió tanto», admite el trasandino al programa de televisión «Sello propio» de El Mostrador. El bestseller también arrastró con su anterior obra ¿Para qué sirve la filosofía? (Planeta). Ahora intenta explicar ese éxito.

Entre otros aspectos, lo atribuye al fomento de ciencias y humanidades durante los gobiernos kirchneristas, mediante la creación de un canal cultural en 2007 y de varias universidades en las zonas más humildes del país.

Explicando el éxito

«Hay muchos fenómenos en juego», reflexiona. «Uno de ellos es que la filosofía argentina encontró un momento de mucha difusión, sobre todo a partir de lo que fue el proyecto del Canal Encuentro, que apostó a la divulgación de las disciplinas científicas», como la biología, la historia y la matemática.

Este canal público era uno cultural, iniciativa de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (2003-2015).

Gracias a eso, la filosofía tuvo sus programas. Él mismo condujo uno llamado «Mentira la verdad», con 52 capítulos, mientras su colega José Pablo Feinmann tuvo «Filosofía aquí y ahora».

«Estos programas fueron rápidamente asimilados en el aula. En la gran mayoría de las escuelas argentinas se trabaja filosofía con los programas audiovisuales, con lo cual rápidamente los chicos adolescentes se erotizaron con la filosofía, se engancharon, se enamoraron, se la apropiaron. La encontraron como algo que les generaba preguntas, cuestionamientos. Se dio rápidamente un maridaje entre ser adolescente y hacer filosofía», explica.

A esto se sumaron fenómenos como la serie de televisión española «Merlí», adquirida por Netflix, que tuvo gran éxito. Esta serie cuenta la historia de un profesor de filosofía que trata de hacer pensar a sus alumnos, con métodos poco ortodoxos.

Revolución de la filosofía

Gracias a esto, al menos en Argentina, la filosofía dejó de ser la materia «aburrida, solemne, improductiva», según el filósofo, que ha sido parte de una revolución donde la filosofía también es combinada con charlas y otros espectáculos.

Él mismo en la actualidad tiene un programa de radio, «Demasiado humano», que se puede escuchar por Internet, e hizo durante un año una columna de filosofía y fútbol en un programa deportivo. «Tocala», de TyC Sports.

«La filosofía empezó a circular fuera de su lugar clásico, natural, y empezó a tener injerencia directa en los medios y en lo público», destaca. Una prueba de eso ocurrió cuando se debatió el aborto libre en el Parlamento argentino, donde varios filósofos fueron invitados a exponer su punto de vista.

«Se empezó a visualizar que la filosofía proponía un lenguaje diferente al común, y que era interesante, que otorgaba un sentido diferente a la forma en que uno está acostumbrado a pensar las cosas. Fijate que la filosofía no da respuestas, no busca certezas, no tranquiliza, no brinda seguridad. Genera todo lo contrario –angustia, incertidumbre–, pero ambas te reconcilian con tu zona de libertad, con la sensación de que le podés escapar al sentido común, a lo que otros necesitan que vos pienses. En ese sentido hoy pegó hondo la filosofía porque hoy brinda esa sensación de que uno puede, hasta donde puede, apropiarse de sí mismo».

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Cómo hacerla entretenida

Sztajnszrajber tiene una larga carrera como docente, también de filosofía. Por eso sabe desde hace mucho que se trata de una disciplina «discriminada» en el currículo, como lo demuestra el reciente –e infructuoso– intento en Chile de convertirla en una materia optativa.

Un ejemplo de esta «discriminación» es haberlo obligado a dar la materia un lunes a las 7.30 de la mañana, «cuando tus alumnos… están dormidos».

Sin embargo, ese contexto lo ayudó a trabajar con métodos pedagógicos para no solo hacer una clase donde se repitieran ideas sino «que realmente fuera un acontecimiento filosófico».

Por eso, cuando fue invitado a hacer filosofía en los medios, ya disponía de un arsenal de recursos. El objetivo fue actuar siempre con la misma lógica: sin perder la rigurosidad de la filosofía, «encontrar un formato que genere interés, y sobre todo cotidianizarla».

«Que cualquier pudiera darse cuenta que, leyendo a Aristóteles o a Nietzsche, podía entender cosas propias: ‘Por qué te peleaste con tu mejor amigo, por qué tenés que trabajar de algo que no te realiza'».

La filosofía, parte del cotidiano

Porque aunque la filosofía parece hablar de las grandes cosas, en realidad «está hablando de lo más inmediato», según el argentino. Y es así que puede resultar para el común algo interesante, «liberador», en sus palabras.

«A mí me pasaba al revés: yo no podía creer que mis alumnos no se engancharan con la filosofía», recuerda hoy. «Cómo no te vas a enganchar con esas grandes preguntas que te atraviesan todo el tiempo… uno puede estar viajando en un micro y decir: ‘Estoy viendo. ¿Qué significa ver?'».

Son preguntas que «uno se hace todo el tiempo, pero que las considera inútiles. ¿Por qué me voy a colgar (pegar) en hacerme preguntas acerca de qué es una nube, si tiene forma, de por qué las cosas tienen forma o color?, si tengo que llegar rápido al trabajo, marcar la tarjeta…».

«La filosofía nos reconcilia con una dimensión de la existencia que también nos constituye. No somos solo maquinitas productivas. Somos también seres que nacimos para morir. Y si somos seres que nacimos para morir, nuestro lenguaje es el de la pregunta, porque no tiene sentido haber nacido para morir, y no hacemos otra cosas que querer entender. Como eso angustia, en vez de asumirla, como dice Heidegger, huimos a la cotidianeidad. Y creemos que nos realiza más un partido de fútbol o el amor, que hemos inventado para atravesar una existencia que, en el fondo, supone un marco de gran incertidumbre».

Filosofía en 11 frases

Para escribir su último hit, Filosofía en 11 frases, que va de Heráclito a Foucault, confiesa que tenía 70 frases seleccionadas. Las considera «puertas de acceso a la filosofía», que «excitan intelectualmente», y son un buen punto de partida para discutir diversas cuestiones.

Cada una es explicada en su origen, en las diversas interpretaciones que ha tenido, en un libro «que es como una novela, que no es condescendiente, que es de divulgación pero no es un manual». Con un lenguaje que intenta ser cotidiano, «pero no deja de ser filosófico».

Obviamente debían quedar las más conocidas, como «Pienso, luego existo» de Descartes. Pero había otras que tenían más que ver con él mismo, como «Ama y haz lo que quieras», de San Agustín, «y que hoy nos posibilita pensar en el amor y sus límites, o la posibilidad de trascenderlos». O «Dios ha muerto», de Nietzsche –porque él nació en el seno de una familia judía religiosa– y «que te inspira a pensar, te abre».

También está «El hombre es el lobo del hombre», que «permite pensar la política, en relación a cómo nos relacionamos».

Es otra de las frases «que me dieron la posibilidad de transitar por los grandes temas de la filosofía, como el amor, el poder, la muerte, la amistad», pero también hacer una «historia de la filosofía y sus grandes épocas».

Jóvenes y redes sociales

Finalmente, consultado sobre su visión sobre los jóvenes y las redes sociales, Sztajnszrajber señala que hay una lectura obvia: que generan un reduccionismo, y no solo por la rapidez, «mientras el pensamiento siempre es de la demora, más el filosófico, por su entrecomilla ‘inutilidad'».

Sin embargo, al mismo tiempo, «con los recursos tecnológicos podés generar una demora del pensamiento».

«Se puede pensar de un modo y de otro. A mí las redes me posibilitaron una reinvención propia del quehacer filosófico», dice, en alusión a que en una época usaba mucho Twitter para «vomitar ideas», donde el limitante de caracteres lo usaba para trabajar con, «te diría, una poética distinta».

«Vos podés leer Twitter como una red social que lo que hace es banalizar todo, porque reduce todo a 280 caracteres, o lo podés pensar como un dispositivo que te exige tener una creatividad para que esos 280 caracteres rindan», ejemplifica.

«En general, creo que hay que tener una relación hospitalaria con lo nuevo. ¿Qué significa eso? Abrirte a lo nuevo. No significa abrirte a lo nuevo y que lo nuevo te lleve puesto, sino no tener el prejuicio previo, que es la forma más común de inmunizarse uno frente a algo que no maneja».

Esto último el argentino no solo lo cree respecto a las redes, sino también en cuanto a los derechos y los cambios sociales.

«El ser humano cambia todo el tiempo, y la tecnología no es algo que viene de afuera a someternos. En todo caso, nos sometemos a nosotros mismos, y la tecnología es una herramienta más. Siento que a veces le echamos la culpa a la tecnología para no hacernos cargo de nuestra propia responsabilidad», comenta.

«Twitter, Facebook, Instagram pueden ser un nuevo formato de sujeción de lo humano a lo humano, o todo lo contrario: formas que posibiliten nuevas lógicas creativas y nuevos ejercicios de emancipación», concluye.

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