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Constanza Michelson: «nuestros tiempos no dan tregua al silencio y aceleran la vida» CULTURA

Constanza Michelson: «nuestros tiempos no dan tregua al silencio y aceleran la vida»

Acaba de publicar su libro de ensayos «Hacer la noche», surgido en plena pandemia. «Tomé el hilo de la catástrofe psíquica: una forma de ruina  que, mucho más acá de la guerra, está presente en las depresiones graves, en ciertos tipos de fatiga crónica, en el sinsentido de la ansiedad también. De ahí que el libro se divide en ‘Desvelos’ que trata de lenguajes que amenazan con dejarnos caer en la ruina mental. Y ‘Velar’ que es sobre aquellos lenguajes y experiencias, que por contrario, amortiguan, ensanchan el mundo: hacen la noche».


Un nuevo libro donde reflexiona sobre «Dormir y despertar en un mundo que se pierde» ha publicado la psicoanalista y escritora Constanza Michelson.

Se trata de «Hacer la noche» (Paidós) es un libro de filosofía que consiste en una serie de ensayos.

Este libro surgió «en mi propio insomnio. Un insomnio con arritmia y miedo. Coincidió con el comienzo de la pandemia. Me di cuenta que mucha gente no estaba pudiendo dormir. En Google Trends se disparó la palabra insomnio el año 2020. Encontré mucha literatura sobre el insomnio en el siglo XX, en el periodo de las guerras. Se lo compara al estado de catástrofe psíquica en la guerra: un estar despierto pero sin existencia».

Modo existencial

– ¿Cómo es entendida “la noche” en términos de este ensayo?  

– La noche es entendida como un modo existencial, como una forma de pensar, de leer la realidad: a contraluz. La noche desde el mito de la creación no es pura tiniebla, la pura oscuridad implica en el pensamiento un romanticismo trágico. Mientras que la noche humana, creada tras el día, es la metáfora “del final del día”: momento de pensamiento solitario, la reflexión resguardados de la información invasiva y el pensamiento en masa.

Nuestros tiempos son el de la luz blanca (sin sombra como la luz de mall), que no dan tregua al silencio y aceleran la vida. No es casual que tanta gente tenga insomnio, ansiedad y problemas de atención. La vida bajo la luz blanca es hiperestimulación pero no da tiempo para armar sentido. 

– ¿Se puede deshacer la noche o es un estado, una transición, inherentemente humana?  

– La noche es muchas cosas en los mitos y la narrativa. Es sobre todo un tiempo “que se hace”, no está dado. Como Penélope o Scherezada: inventan un tiempo para retardar la muerte. En ese sentido, la noche es una especie de amortiguador de la cronología implacable hacia nuestra decadencia. En psicoanálisis se llamaría sublimación, pero es también la posibilidad humana de la poética, la imaginación, todos esos inventos que median con lo más tosco de la nuestra realidad material. Ubicaría en esos inventos también al deseo y la democracia. La noche es un recurso para la vida de las personas pero también para los pueblos, Lo utilizo en el libro como bisagra entre la salud metal y social. 

Origen del libro

– ¿En qué momento surgen estos textos? ¿En qué te encontrabas y cómo la pandemia fue permeando en tus reflexiones? 

– En mi propio insomnio. Un insomnio con arritmia y miedo. Coincidió con el comienzo de la pandemia. Me di cuenta que mucha gente no estaba pudiendo dormir. En Google Trends se disparó la palabra insomnio el año 2020. Encontré mucha literatura sobre el insomnio en el siglo XX, en el periodo de las guerras. Se lo compara al estado de catástrofe psíquica en la guerra: un estar despierto pero sin existencia: “cadáver despierto” escribió Pessoa, “peor que el terror es la mirada de conejo muerto” escribió Owen.

Tomé el hilo de la catástrofe psíquica: una forma de ruina  que, mucho más acá de la guerra, está presente en las depresiones graves, en ciertos tipos de fatiga crónica, en el sinsentido de la ansiedad también. De ahí que el libro se divide en “Desvelos” que trata de lenguajes que amenazan con dejarnos caer en la ruina mental. Y “Velar” que es sobre aquellos lenguajes y experiencias, que por contrario, amortiguan, ensanchan el mundo: hacen la noche. 

– En el libro se habla de la esperanza, no como un estado pasivo de espera o de un concepto teológico, sino como una manera activa y práctica de mejorar nuestras condiciones de vida o de saber que hay «algo más». En estos tiempos en que Chile atraviesa un proceso de cambio institucional, político y de gobierno, ¿qué beneficios podría traer para la convivencia en común resignificar la esperanza desde esta perspectiva?  

– La esperanza tiene que ver con la espera. Precisamente lo contrario de la depresión y la ansiedad; en la primera no se espera nada, en la segunda se espera todo pero ya. La esperanza, antes que un contenido es una actitud práctica y espiritual para sobrevivir. Es lo que decía Beckett sobre su obra Godot. Dice que pensaba a Godot como esa esperanza que mantuvo cuando escapaba de la guerra con su mujer. Una espera de nada, más bien una actitud de que el ser humano puede esperar algo más. Puede hacer algo por el mundo, por sus condiciones de vida. Tal actitud está íntimamente ligada a una política vitalista. En nuestro país esa clave ha sido abierta. Aunque nada está garantizado.

Crisis de salud mental

– En el libro dices cuestionas el concepto “crisis de salud mental” y en su lugar propones que se trata de la “situación subjetiva de una época”. Si así fuera, ¿qué lugar ocupa el lenguaje en esta situación subjetiva? ¿y qué es lo que provoca la sensación de malestar que nos lleva a hablar de “crisis de salud mental”? 

– Mi critica al concepto de salud mental es que asimila lo psíquico al modelo sanitario. No por nada está tanta gente medicada. Tal es un lenguaje que no abre la posibilidad del consuelo como una esperanza, parece antes un premio de consuelo, una anestesia y una condena diagnóstica. En ese sentido es un lenguaje de “desvelo”: nos puede convertir en un “cadáver despierto”.

Por otro lado, decir crisis de salud mental es suponer que entonces se puede superar la crisis, y lo que pienso es que quizá, cosas como la ansiedad, sean la forma de estar en el mundo que nos toca. De manera que requerimos hacer un esfuerzo más de lenguaje para comprender la complejidad que nos toca, para poder decir algo, antes que correr con demasiada prisa a la farmacia. 

– Este conflicto en el que el lenguaje no alcanza para armar una experiencia interior, ¿crees que se agudizó por la pandemia? ¿por qué?

– No estoy segura si se agudizó en la pandemia. Quizá los primeros meses, porque no sabíamos nada sobre esto. Ese sinsentido es ruina subjetiva, nos deja sin lenguaje, por lo tanto sin dormir: no se puede dormir si no hay garantías de que habrá amanecer (no se puede dormir sin mundo). Pero pasado los meses fuimos saliendo del terror y comenzamos a pensar cosas interesantes sobre cómo estábamos viviendo, vimos que tales formas no tenían nada de obvio. La angustia es una bisagra: puede llevar a buscar  anestesia, ya sea química o en ideas reaccionarias de un pasado mejor. Pero también abre la puerta a las preguntas más profundas e interesantes sobre nuestro lugar en el mundo. 

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