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Bolaño en 1973: el día que el escritor estuvo a punto de ser asesinado CULTURA

Bolaño en 1973: el día que el escritor estuvo a punto de ser asesinado

Marco Fajardo
Por : Marco Fajardo Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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El periodista Juvenal Rivera prepara actualmente un libro sobre los días que el prócer literario, de cuya muerte se cumplieron veinte años el pasado sábado, estuvo bajo arresto en Concepción en noviembre de 1973, poco después del golpe militar. Lo detuvieron unos carabineros porque no tenía pasaporte y tenía acento mexicano. Lo salvó un detective que había sido compañero de curso del autor en un liceo en Los Ángeles. Un mes antes, funcionarios de la institución uniformada habían asesinado en la capital penquista a dos estudiantes ecuatorianos de la misma edad de Bolaño, acusados de ser terroristas extranjeros, el mismo cargo que le imputaron a él. Rivera además señala que el arresto impactó profundamente al escritor. “Sin duda que fue fundamental. De alguna forma, Roberto Bolaño ha representado en su obra la situación de cientos de jóvenes idealistas en Latinoamérica de los años 60 que se enfrentaron a la ferocidad de las dictaduras, que pese a sobrevivir en el exilio, quedaron definitivamente a la deriva, buscando algún nuevo camino que seguir”, comenta.


El periodista Juvenal Rivera reconstruyó los días de arresto que sufrió el escritor Roberto Bolaño, de cuya muerte se cumplieron veinte años el sábado pasado, tras el golpe de Estado de 1973.

Rivera prepara actualmente un libro sobre el episodio, tras una investigación que lleva varios años. Según la misma, Bolaño llegó a Chile en agosto de 1973 con el proyecto de integrarse a la editorial Quimantú.

Tras el derrocamiento del gobierno constitucional del presidente Salvador Allende, Bolaño se hallaba en Concepción cuando, a fines de octubre, fue detenido por Carabineros en un bus a la salida de la ciudad penquista, en el retén de Carabineros de Chaimávida. Lo arrestaron por andar sin pasaporte y su acento mexicano.

Fue recluido en el cuartel de Investigaciones de la ciudad. Se salvó porque allí se encontró con dos detectives, ex compañeros de liceo de la ciudad de Los Ángeles, que lo reconocieron. Fue liberado a principios de noviembre y poco tiempo después abandonó el país.

Bolaño en 1973.

El amigo de infancia

Para la reconstrucción de la historia que realizó Rivera hay un personaje central, un amigo de Bolaño llamado Fernando Fernández. Habían sido amigos de infancia en Los Angeles.

“Cuando Bolaño volvió a Chile en el crucero Donizetti a principios de septiembre de 1973 para trabajar en la editorial Quimantú, quien lo esperaba en el puerto de Valparaíso era Fernando Fernández, que viajó especialmente para recibirlo. Curiosamente no se encontraron. Un mes más tarde, el propio Roberto llega a la casa de su amigo en Concepción”, cuenta Rivera.

“A lo largo de estos 25 años, más aún después de la muerte del escritor en 2003, la búsqueda de Fernando Fernández se convirtió en una pequeña obsesión. Lo busqué en muchas partes, consulté por él en distintos lugares, muchas veces siguiendo pistas completamente equivocadas. Guardando las proporciones, era como Arturo Belano y Ulises Lima buscando a su Cesáea Tinajero”, afirma, en alusión a los personajes de la novela “Los detectives salvajes”, que lanzó al autor a la fama.

“Me demoré en encontrar a ese amigo de la infancia para corroborar ese antecedente. Fue particularmente esquivo en las muchas ocasiones que quise entrevistarlo. Varias veces me dejó plantado. Su testimonio era fundamental. El año pasado finalmente nos sentamos a conversar. He vuelto a hacerlo varias veces para ir precisando los detalles”, cuenta Rivera.

La versión de Bolaño

Al periodista además le había llamado la atención que el arresto de Bolaño incluso fuera puesta en duda y se le atribuyera a su fecunda imaginación y no a un episodio que efectivamente ocurrió en su vida.

El propio escritor recordó el episodio en una descripción muy pormenorizada en el cuento “Carnet de Baile” del libro de cuentos “Putas asesinas” (2001).

Allí se lee:

“En noviembre, mientras viajaba de Los Ángeles a Concepción, me detuvieron en un control de carretera y me metieron preso. Fui el único al que bajaron del autobús. Pensé que me iban a matar allí mismo. Desde el calabozo oí la conversación que sostuvo el jefe del retén, un carabinero jovencito y con cara de hijo de puta (un hijo de puta revolviéndose en el interior de un saco de harina), con sus jefes de Concepción. Decía que había capturado a un terrorista mexicano. Luego se retractó y dijo: terrorista extranjero. Mencionó mi acento, mis dólares, la marca de mi camisa y de mis pantalones”.

“Durante algunos días estuve encerrado en Concepción y luego me soltaron. No me torturaron, como temía, ni siquiera me robaron. Pero tampoco me dieron nada para comer ni para taparme por las noches, por lo que tuve que vivir de la buena voluntad de los presos que compartían su comida con migo. De madrugada escuchaba cómo torturaban a otros, sin poder dormir, nada que leer, salvo una revista en inglés que alguien había olvidado allí y en la que lo único interesante era un artículo sobre una casa que en otro tiempo perteneció al poeta Dylan Thomas”.

“Me sacaron del atolladero dos detectives, ex compañeros míos en el Liceo de Hombres de Los Ángeles, y mi amigo Fernando Fernández, que tenía un año más que yo, veintiuno, pero cuya sangre fría era sin duda equiparable a la imagen ideal que los chilenos desesperada y vanamente intentaron tener de sí mismos”.

Detective salvador

Lo cierto es que Rivera no sólo confirmó el relato, sino además entrevistó a uno de los detectives, Ruperto Arriagada, quien estuvo en el lugar de los hechos junto a su colega Renato Czischke.

Ambos eran detectives novatos en la unidad de Investigaciones de Concepción, que además había sido intervenida por Carabineros tras el golpe y estaba bajo su tutela. Arriagada reconoció a Bolaño en la dependencia policial y luego trabó contacto con él.

“En este proceso conversé con muchas gentes. Con compañeros de curso, vecinas, amigas y cercanas. Además de Fernández, destaco a Roberto Arriagada, un detective con quien Roberto se encontró en el tiempo de su reclusión en Concepción. Fueron compañeros de curso en el Liceo de Hombres de Los Angeles. No fueron amigos ni nada parecido. Solo que se ubicaban”, cuenta el periodista.

“Él aporto valiosísima información para hacerme una idea muy detallada de lo que fue ese tiempo de reclusión. También para entender el contexto, de cómo él mismo detective estuvo preso por algunos días en la isla Quiriquina por sospechas de ser partidario de Allende”, cuenta Rivera.

Fue desde ese cuartel que avisaron a la familia de Fernando Fernández que su amigo estaba detenido allí, y fue a la casa de Fernández a la que Bolaño se dirigió tras su liberación, antes de abandonar Chile definitivamente.

El caso de los ecuatorianos

Rivera comenta que Bolaño tuvo suerte, en alusión al caso de dos estudiantes ecuatorianos que fueron víctimas del terrorismo de Estado en Concepción, y detenidos bajo circunstancias similares.

El 16 de septiembre fueron arrestados, también en el retén de Carabineros de Chaimávida, Felipe Campos Carrillo, de 23 años, y Fredy Torres Villalba, de 19 años. Campos cursaba la carrera de kinesiología mientras que Torres lo hacía en Ingeniería.

Habían llegado becados a Chile durante la Unidad Popular para estudiar en la universidad penquista. Premiados por su buen desempeño, provenían de familias humildes y no tenían militancia política. De hecho, pertenecían a una congregación bautista.

Sin embargo, en vez de ser recluidos en la comisaría de Investigaciones, terminaron en la Cuarta Comisaría de Carabineros de Concepción.

Fueron brutalmente torturados. José Florentino Fuentes Castro, sargento de Carabineros en retiro, condenado por el Caso Degollados, admitiría años después haber participado en las torturas de ambos detenidos. Después se los llevaron junto al estudiante de filosofía de la Universidad de Concepción, Héctor Roberto Rodríguez Cárcamo, a la desembocadura del río Biobío, en el sector de Boca Sur, y los ejecutaron de varios disparos en la cabeza, el 19 de septiembre.

Los cuerpos de los ecuatorianos fueron recuperados luego por pescadores, mientras el de Rodríguez Cárcamo nunca apareció. Por el caso fue condenado el jefe del Servicio de Inteligencia de Carabineros (Sicar), coronel Sergio Arévalo Cid. En 2013, el ministro Carlos Andana lo sentenció a 20 años de prisión por los asesinatos.

Impacto

Rivera además señala que el arresto impactó profundamente a Bolaño.

“Sin duda que fue fundamental. De alguna forma, Roberto Bolaño ha representado en su obra la situación de cientos de jóvenes idealistas en Latinoamérica de los años 60 que se enfrentaron a la ferocidad de las dictaduras, que pese a sobrevivir en el exilio, quedaron definitivamente a la deriva, buscando algún nuevo camino que seguir”, comenta.

“Esa sensación de desazón, de abandono, de perplejidad, se nutre de su propia experiencia vital, de quien llegó con 20 años al país para sumarse a ese proyecto cultural que representaba la editorial Quimantú, para terminar sumido en la más profunda incertidumbre por una detención que bien pudo costarle la vida”, concluye.


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