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Chema Madoz: Esa sutil sublevación de la poesía CULTURA|OPINIÓN

Chema Madoz: Esa sutil sublevación de la poesía

Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Demuestra una gran sensibilidad poética, legitimada por una óptica que subroga los códigos visuales de su entorno más próximo, emancipando las formas y llenándolas de significados.


En lo que a mí respecta, referirme a José María Rodríguez Madoz (“Chema Madoz”, España, 1958) es reencontrarme con una manera de ver en la fotografía un terreno propicio para elaborar metáforas visuales, construidas desde el simbolismo y la resignificación. Aunque, no me termina de sorprender que para su ejecución no recurra al Photoshop, ni ningún tipo de intervención digital. Lo que desde siempre ha despertado en mí, un particular interés en su trabajo, que dada la plusvalía creativa se convierte en un ejercicio de clarividencia donde el artista ve, lo que otros no. Algo que pueden apreciar en “La Galería Elvira González”, con una cuarta exposición del fotógrafo madrileño que presenta su trabajo más reciente realizado entre los años 2021 y 2023.

Si bien el modo de adentrarse en la esencia de las cosas es un misterio, en esta revelación se conjuga un hecho compositivo con el cual redefine su propio ingenio, con cautivadoras imágenes en blanco y negro, en donde el dramatismo se expresa bajo una dominante tensional con la que redibuja magníficas fabulaciones, prevaleciendo en ellas una relectura inimaginable, cuando los objetos cobran vida propia, creando registros iconográficos construidos desde la contigüidad del opuesto, entreverando la hiperrealidad de lo concreto con la liviandad de lo mágico, pero curiosamente expresado a través de un bodegón minimalista. Pero en donde, si llega a aparecer una persona, es sólo un elemento vasallo en su poética, sacada de la experiencia de ser hijo único, y con esa idea de soledad que lo hace buscar la manera de entretenerse consigo mismo, y lo demuestra en el recorrido de su obra.

Un repertorio que da cuenta de la dimensión de un artista que habla con la sutileza de lo inusitado. Un alquimista de la imagen, con el coraje suficiente para no fiarse de lo evidente y sacar de la privación cotidiana a sencillos objetos que, a la sazón del vuelo poético, pierden su condición de subalternos para transformarse en primeros actores.

Lo paradojal es que, al reelaborar su carga semántica, no sólo va de lo denotativo a lo connotativo, sino que mimetiza contextos distantes entre sí, contrariando la lógica del observador, y a su vez maravillándolo con una sucesión de imágenes aparentemente imposibles, no así para este laborioso artista, que examina, resignifica, y sobre todo metamorfosea un abanico de respuestas binarias, donde se funden lo cercano con lo adverso y lo frívolo con lo sustancial. Algo que se corrobora tanto, en esa ingrávida contundencia, como en la autenticidad de su obra, que pone especial énfasis en revertir la pasividad de las cosas, mediante un pensamiento lateral con el que descubre la poesía oculta en cada objeto.

Composiciones intangibles que afloran desde el minimalismo a modo de reflexión estética y conceptual en cuyo constructo se demuestra, no sólo la gran sensibilidad poética del artista, sino su profunda convicción por cambiar el enfoque de una representación tautológica que insiste en entender las cosas desde una sola óptica.

En esa lógica Madoz apuesta por un juego paralelo en el cual su interpretación. “Para mí es importante que la imagen siga manteniendo un cierto misterio, un cierto interés, que no sea algo que se agote. Me gusta que perdure en esa fotografía algo que siga ejerciendo sobre el espectador un cierto atractivo, que te permita convivir con ella con el paso de los años”. Práctica que, sumada a la complicidad del observador, amplifican las visiones y lecturas, validando la sublevación de la forma y su posibilidad de trascendencia. Por medio de una revisión en torno a los elementos, al sacar a la luz su real magnitud. Condición en la cual aparece otro de sus componentes claves: La ironía que, exceptuando la genuina catarsis, representa todo un giro metafórico, donde querámoslo o no, la sorpresa nos atrapa.

Una operatoria que, al trasgredir ciertos cánones de belleza, se enfoca en el hombre y su problemática, pero bajo una retórica visual donde los objetos toman la palabra, reconociendo una pulsión intima en la que ronda la presencia afín de Rene Magritte, Duane Michals, Joan Brossa, Ernesto Marenco e incluso Nicanor Parra, con sus artefactos visuales, donde siempre está la opción de ironizar. Lugar destacado que se funde con lo onírico, en un sutil enfrentamiento de ejes tensionales donde lo poético domina las acciones, pero no desde la lírica, sino más bien aproximándose a lo metafísico y sus diversas ramificaciones inconscientes.

Sin prejuicio de lo cual Chema Madoz, demuestra una gran sensibilidad poética, legitimada por una óptica que subroga los códigos visuales de su entorno más próximo, emancipando las formas y llenándolas de significados. Razón valedera para ser reconocido con el Premio Kodak (1991), Premio de Fotografía Piedad Isla (2014), la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes (2019), el Premio Nacional de Fotografía del Ministerio de Cultura de España, el Premio PhotoEspaña y el Premio Higasikawa Overseas Photographer del Higasikawa PhotoFestival (Japón), todos el año 2000, pero principalmente por ser un artista que sabe bien diferenciar, la entelequia de la poesía y traducirla en una realidad mágica, distanciada de las aprensiones mundanas algo que además se puede ver en el documental “XXI Chema Madoz”.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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