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“Le dedico mi silencio” de Mario Vargas Llosa: de vuelta en las entrañas del Perú CULTURA|OPINIÓN

“Le dedico mi silencio” de Mario Vargas Llosa: de vuelta en las entrañas del Perú

Nicolás Bernales
Por : Nicolás Bernales Escritor y columnista literario. Ha publicado el libro de cuentos "La Velocidad del agua" (Ojo Literario 2017), por el cual se adjudicó el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en el área de creación. En 2023 publicó la novela "La geografia dell` esillio", Edizioni Ensemble. Roma.
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Vargas Llosa sabe de utopías y fracasos, de desilusiones y de anhelos. Las ha tratado, o mejor dicho las ha mostrado de la mano de la ficción, encarnada en sus personajes, a través del arte de novelar por más de medio siglo. Acá nos encontramos con un nuevo intento.


Durante la lectura de la novela es imposible dejar de lado el anuncio de que se trataría de la última ficción de Mario Vargas Llosa. Así lo dijo el autor en la prensa y lo confirma en una nota al interior del libro. Luego de leer el párrafo final, cuando el protagonista se prepara para tomar una telaraña de buses hacia el distrito de San Miguel en Lima, «donde ahora está su hogar»; damos vuelta la página embargados por un inquietante vacío y encontramos lo siguiente: «Creo que he finalizado ya esta novela. Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré».

El efecto de este anuncio nos ha acompañado a lo largo de las páginas de Le dedico mi silencio y en cierta medida nos preguntamos si condiciona su lectura. En la novela no nos vamos a encontrar con las grandes construcciones a las que nos tiene acostumbrado el escritor peruano. Esa arquitectura exquisita donde las piezas calzan de a poco y de forma perfecta. Siempre en función de la historia, no como artificio, experimentación o muestra de pericia técnica, que sí posee. Y hemos visto en su manera de novelar las complejidades de la existencia. Conversaciones en la catedral, La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo, son algunos ejemplos donde se combina con habilidad la política, la violencia, la historia, las circunstancias de sus personajes, habitantes de nuestro fallido continente.

No, acá estamos frente a una novela que parece más contenida y simple. Estamos de vuelta en las entrañas del Perú. Transitamos por sus calles, lugares nocturnos, cafés y barrios, entre clases sociales, historia reciente y pasada, de la mano de un elemento unificador: su música. Los valses, marineras y polcas. La huachafería y el sonido criollo de un país, como elemento capaz de terminar con las diferencias que lo han azotado a lo largo de su historia. Quien comienza a ver esta idea con ensueño y entusiasmo es Toño Azpilcueta, el protagonista de la novela, un experto en la música peruana que pasa sus días en peñas y tertulias, para luego desperdigar artículos sobre su pasión en distintas revistas especializadas, ocupación que lo mantiene al tres y al cuatro, destinando a su familia a una vida de apreturas y al amparo del sacrificio laboral de su mujer.

Una invitación para ir a ver a un guitarrista desconocido le cambia la vida. Esa noche, al oír a Lalo Molfino, tiene la certeza de que está frente al mejor guitarrista del Perú. Un Perú asolado por la violencia de Sendero Luminoso, en los momentos en que el grupo terrorista comienza a perder su poder y en la novela aparece como ruido de fondo, ruido que contrasta frente a la armonía creada por el talento de Molfino. Pero Toño no se detiene solo en los acordes arrancados a la guitarra, se detiene en el silencio que genera a su alrededor, en cada uno de los espectadores. Un silencio taurino, profundo, extático, comparado al que se produce en las corridas de toros. Un silencio reverencial. «No, no era simplemente la destreza con que los dedos del chiclayano sacaban notas que parecían nuevas. Era algo más. Era sabiduría, concentración, maestría extrema, milagro. Y no se trataba sólo del silencio profundo, sino de la reacción de la gente. El rostro de Toño estaba bañado por las lágrimas y su alma, abierta y anhelante, deseosa de reunir en un gran abrazo a esos compatriotas, a los hermanos que habían atestiguado el prodigio.» Es en ese momento exacto, en esa escena cuando surge en el protagonista la idea de escribir la biografía del músico. Es en ese momento cuando el escritor peruano nos atrapa y decidimos acompañar a Toño Azpilcueta en su proyecto, que al correr de las páginas va tomando dimensiones inabordables.

Molfino es un personaje difícil y enigmático, muere tiempo después de la presentación y deja pocas huellas. Toño comienza una investigación que lo lleva al lugar de origen del guitarrista, va en busca de su familia y amores, de las bandas con quien colaboró. Estos pasos le entregan datos borrosos, a veces contradictorios y no del todo comprobables. Pero si hay uno que se nos da con extrema claridad, Molfino es encontrado en medio de un basural en Puerto Eten, a punto de ser comido por las ratas. Salvado por un curita italiano que oyó su llanto en medio de la inmundicia. Este origen trágico lo hermanan con el periodista, quien sufre de un temor atávico hacia los roedores, les teme y los presiente a su alrededor a lo largo del libro.

La novela intercala capítulos donde se cuenta la vida de Toño Azpilcueta y luego donde se habla en un tono más cercano al ensayo sobre la música y el Perú. Esos capítulos pueden ser parte de los artículos escritos por el protagonista, como también parte del libro en que está trabajando. A veces la parte de ficción se asoma sutilmente en el ensayo y viceversa. El libro y los procedimientos de Toño van ganando en ambición y tamaño, con el riesgo de desbordarse. Comienza a aparecer ese afán a veces peligroso en nuestro continente, la búsqueda de nuevas utopías. La ilusión de que existe algo superior, capaz de solucionar todos nuestros problemas y desde esa creencia querer darle forma al mundo.

El libro de Toño se va transformando en un tratado sobre el Perú, desde el Imperio inca a la introducción de la lengua de Cervantes, la vida colonial, el Virreinato. Desde la república con sus golpes militares hasta un país agobiado por las divisiones determinadas por la injusticia y la riqueza, por los que hablan un idioma u otro. Siempre bajo la esperanza de que la música va a revolucionar esta decadencia y ponerlo todo en orden.

A las pocas páginas comenzamos a entender que la contención y la simpleza son aparentes, que no importa la conexión de uno con ese tipo de música, sino la comprensión de lo que la música puede lograr en una sociedad y como su flujo no material puede servir de conducto para contar la historia de un grupo de personas y tal vez la historia de un país. Schopenhauer afirma que la música es el único arte capaz de revelar la verdad sobre la naturaleza del ser: «Lo que hay de íntimo en toda música, lo que nos da la visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible, que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que presta voz a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda realidad, y, por consiguiente, sin sufrimiento.»

Vargas Llosa sabe de utopías y fracasos, de desilusiones y de anhelos. Las ha tratado, o mejor dicho las ha mostrado de la mano de la ficción, encarnada en sus personajes, a través del arte de novelar por más de medio siglo. Acá nos encontramos con un nuevo intento, no sé si llamarlo un “canto de cisne”, pero sí hay algo de juego genial y de belleza al querer poner las esperanzas que cada tanto necesitamos en la música de un país. Un sonido que envuelve a un grupo de personajes entrañables alrededor de Toño Azpilcueta, y quienes por un momento se dejan llevar por el entusiasmo y la esperanza de que las cosas mejoren, tal vez fuera de toda realidad. Esa realidad que intuimos en la presencia de las ratas, en los basurales, en las callejuelas de los barrios bajos, en la mente del protagonista. No quiero aventurarme a concluir qué o a quienes representan, se lo dejo al autor, se lo dejo al lector. De lo que no me cabe duda, es que Vargas Llosa se despide haciendo música, se despide cantando.

Ficha técnica:

“Le dedico mi silencio”, Mario Vargas Llosa, Editorial Alfaguara. 303 pág.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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