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Las mujeres podemos ser rectoras Opinión

Las mujeres podemos ser rectoras

Marcela Tapia Ladino
Por : Marcela Tapia Ladino Candidata a la Rectoría de la UNAP 2020-2024
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Las estructuras universitarias tampoco son neutrales al género, las relaciones y las interacciones en su interior son el reflejo de lo que ocurre en la sociedad y se expresan en asimetrías de todo tipo. Por lo tanto, un proyecto universitario que incluye el género debe tener en cuenta los modos en que operan dichas desigualdades en el interior de la institución.


Este año asumió la rectoría de la universidad de Aysén la académica e investigadora Natacha Pino constituyéndose en la primera mujer que alcanza el sillón rectoral de las universidades estatales CUECH. Sin duda un hito tremendamente importante en la historia de la educación pública estatal porque sintoniza plenamente con las demandas actuales de mayor protagonismos de las mujeres y de representatividad en las instituciones de educación superior. Ello porque la historia de la incorporación de las mujeres a las universidades y luego, el acceso a cargos de dirección, estuvo marcada por obstáculos, prejuicios y estereotipos. Para comprender la importancia de este hecho siempre es bueno revisar la historia.

Una primera dimensión a revisar es el derecho al acceso. En Chile el ingreso de las mujeres a la educación superior se concretó gracias al decreto Amunátegui de 1877 que les permitió acceder a un espacio que, hasta esa fecha, era de dominio masculino. Aunque la medida fue valorada en su época, el acceso fue lento y estructurada fundamentalmente de acuerdo a la socialización de género. De hecho, las carreras a las que accedieron las primeras mujeres con mayor facilidad fueron del ámbito de la educación, enfermería y trabajo social, carreras que son una extensión de las tareas asignadas a las mujeres en el ámbito público. Sin embargo, aquellas que eligieron carreras “propias” de los hombres de época, como Derecho o Medicina debieron sortear una serie de dificultadas. Algunas irrisorias a nuestros ojos, como que los padres las llevaran personalmente a la universidad o que auscultaran los cuerpos de humanos de estudio, separada por un biombo de sus compañeros varones. No fue fácil para Eloísa Díaz, Ernestina Pérez y Eva Quezada las primeras médicas chilenas, quienes fueron tratadas con motes como “marimachas” o “casquivanas” por irrumpir en un ámbito que “no era para señoritas”.

Una segunda dimensión a tener en cuenta es la matrícula. Durante el siglo XX el acceso de las mujeres a las universidades fue creciendo de manera progresiva en concordancia con la democratización en el acceso a la educación superior, el crecimiento de la clase media y hacia fines del siglo por boom de universidades privadas de los años 90 en adelante. Sin detenernos en pormenores, hoy la matrícula femenina en los planteles universitarios alcanza al 53,7% del total, pero al revisar la proporción de académicas, esta es de 41,3%. En el caso de las mujeres que acceden a la cátedra verificamos avances también han estado marcadas por las desigualdades dado que, por ejemplo la carrera investigativa no es neutral al género. Sabemos bien que la docencia consume gran parte de nuestro tiempo y que la investigación queda relegada a tiempos fuera de la universidad, ello porque el tiempo no es un recurso igualmente distribuido en la sociedad. Aunque contemos con títulos y grados, las mujeres seguimos ocupándonos principalmente de las tareas domésticas y de cuidado y eso supone tiempo. Esto se traduce en desventajas a la hora de competir por una mejor jerarquización o postulación a proyectos competitivos, que son los que valoran los sistemas de ciencia y tecnología y los de acreditación. Estas desigualdades en la carrera académica, tienen su correlato en el salario dejando, regularmente, a las mujeres en una situación de desventaja.

Una tercera dimensión es revisar lo que ocurre a nivel directivo donde apreciamos que el acceso de las mujeres no se condice con esta historia de progresión al acceso a la educación y al aumento de la matrícula que venimos relatando. De acuerdo a datos publicados por el Observatorio de Género en la Educación Superior, del total de universidades, privadas y estatales, sólo 5 cuentan con rectoras y los 55 restantes son varones. A nivel de vicerrectorías, 26 universidades no cuentan con mujeres vicerrectoras cargo y en 19 planteles sólo tienen a una mujer en dicho cargo. De modo que nos enfrentamos a la paradoja de haber logrado acceder a la educación a fines de siglo XX y al aumento sostenido de matrícula no sin dificultades. Por ejemplo se mantiene la feminización de las carreras en áreas como la salud y educación y aunque crece lentamente la matrícula en disciplinas masculinizadas, todavía queda mucho por avanzar. Sin embargo, en los cargos directivos, de toma de decisión estratégica, mantenemos una baja presencia a pesar que los tiempos son cada vez más favorables.

Las elecciones a Rectora/or de la UNAP son una gran oportunidad para corregir el déficit de representación de las mujeres en la toma de decisiones, pero no solamente. Hoy estamos de acuerdo en aumentar la participación de la mujer en todos los estamentos, estudiantil, administrativo y académica, así como en los cargos directivos, pero también es relevante que quienes lleguen a ellos encarnen una agenda con enfoque y sensibilidad de género. Ello porque las estructuras universitarias tampoco son neutrales al género, las relaciones y las interacciones en su interior son el reflejo de lo que ocurre en la sociedad y se expresan en asimetrías de todo tipo. Por lo tanto, un proyecto universitario que incluye el género debe tener en cuenta los modos en que operan dichas desigualdades en el interior de la institución. En el último hemos visto cómo se han develado el acoso sexual y la violencia machista, hechos que movilizaron a las estudiantes el 2018 y 2019 y que nos ha dado lecciones para evidenciar y poner fin a una serie de prácticas que habíamos normalizado.

La actual rectora de la Universidad de Aysén acuñó una expresión inspiradora durante la asunción del cargo, que me motivó a la hora de tomar la decisión por participar en la carrera rectoral: “las niñas también pueden ser rectoras” con la que me permito parafrasear el título de esta columna.

Dra. Marcela Tapia Ladino

Candidata a la Rectoría de la UNAP 2020-2024

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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