Publicidad
El mal de una sociedad de excluidos Opinión Crédito: Agencia Uno

El mal de una sociedad de excluidos

Diego Ancalao Gavilán
Por : Diego Ancalao Gavilán Profesor, politico y dirigente Mapuche
Ver Más

La pregunta es si nuestros líderes políticos y gubernamentales están a la altura del conflicto. Me temo que aun ni siquiera logran entender la profundidad de la crisis en la que estamos hace ya tanto tiempo. Un buen primer paso, sería que bajaran su dieta parlamentaria a la mitad, como para comenzar a creerles y se transformen en interlocutores válidos.


Soy mapuche; y como la gran mayoría de mi pueblo, nací en el seno de una familia golpeada por la pobreza, la marginación y la brutalidad de la discriminación y el violento tratamiento al que estamos sometidos los excluidos de la “modernidad”.

Sé que muchos se sienten sorprendidos por el modo en que los hechos se han desencadenado, incluso estiman que las conductas que se han evidenciado, no corresponde a la identidad más propia del chileno. En cambio, para mí, no es más que el lógico resultado de la adopción de un sistema al que no le importan los seres humanos, sino la búsqueda egoísta del bien individual, a través de la acumulación de bienes y riqueza, sin límites. En este sistema, la competencia la gana el que juega mejor las reglas del mercado y establece el lucro como su fin último en la vida.

Entiendo muy bien que los hechos recientes no tienen una sola explicación y que muchas reacciones desmedidas, no tienen justificaciones suficientemente válidas o son directamente condenables. Todo ello es cierto, pero esto no debe distorsionar el centro del problema y las causas que lo originan. Les recuerdo que mi pueblo ha vivido, desde la llegada de los usurpadores, una situación permanente de “estado de excepción” en la cual se nos ha tratado como violentistas, criminales y se nos aplican leyes que procuran la asimilación y el desprecio.

En consecuencia, puedo hablar con propiedad de aquello que sufren diariamente una mayoría de chilenos que hasta hoy, se habían mantenido en el silencio, el anonimato y la desesperanza. Y como me siento parte de esa mayoría, me permito expresar mi visión de lo que nos está pasando.

Lo primero es decir que los métodos por medio de los cuales, se ha buscado mantener una suerte de paz artificial, ha devenido en una reacción perfectamente comprensible. ¿Cómo se puede alcanzar la paz, con agentes del Estado golpeando y disparando a civiles inocentes, tan solo por ejercer el legítimo atributo democrático de reivindicar derechos que han sido arrebatados? La señal de enviar a militares a las calles y establecer el toque de queda, son otras formas de vejación al pobre, al excluido, al pueblo en definitiva, que, llegando al límite máximo de la tolerancia, lo único que aspira es a ser parte de una sociedad del buen vivir en que sean tratados con básicos principios de dignidad.

Lo que sí debería sorprendernos, es que agentes del actual gobierno, culpen a los ciudadanos por manifestarse en contra de las AFP que entregan pensiones miserables, del remate inescrupuloso de 38 ríos en tiempos de sequía, de la contaminación extrema del medioambiente y hoy, de una unilateral e injusta alza de los pasajes del metro. Es decir, por enésima vez, se pretende que el pueblo de Chile, asuma una carga económica que evite tocar los impuestos del 1% más rico del país. Con esto, se cae en el abuso de no crear normativas que estabilicen la economía y protejan a los ciudadanos corrientes, en un proceso de desregularización, que ha dejado a los chilenos a merced de los banqueros, las grandes empresas y en general, de los privilegiados, que mantienen esas garantías a costa del esfuerzo de una mayoría oprimida.

Algunos voceros oficialistas, han manifestado firmemente que ante estos hechos de desobediencia civil, se debe hacer cumplir la ley. Como todos sabemos, el “Estado de derecho”, ha sido el escudo protector de una minoría que no está dispuesta a ceder ni un milímetro de su bienestar, aunque ello se sustente en un sistema eminentemente injusto. Así, ante el “lumpen violento”, la fuerza pública ha sido siempre la solución. ¿No será que esa “normalidad” que se quiere recuperar, es la que ha enquistado la desigualdad?

Todo esto resulta ser trágicamente similar a la política represiva en contra del pueblo mapuche, que se aplica con toda la fuerza de la ley del Estado, precisamente para no devolver los derechos reclamados, y, además, proteger a empresarios que explotan los territorios reclamados. Es esto lo que ocurre con el pueblo de Chile, a quien se le aplica el mismo método, con tal de proteger a los intereses siempre voraces, de empresarios que encuentran en el sistema de partidos políticos de todos los colores posibles, a su mejor aliado.

En efecto, Víctor Hugo decía, que si el pueblo cae en tinieblas y comete hechos, incluso censurables, la culpa no es de los que viven en tinieblas, sino, de los que han provocado aquellas tinieblas. Por supuesto, la culpa no es de los que manifiestan su descontento, en su gran mayoría con métodos pacíficos y a quienes el primo del Presidente (Chadwick) trata genéricamente de vándalos, sino de los que han hecho leyes injustas que sostienen las más brutales diferencias. Que, permiten que el propio Presidente no pague las contribuciones de bienes raíces durante más de 30 años en su casa de veraneo, y luego pague una multa ridícula. Y hoy hable inescrupulosamente de guerra contra un enemigo poderoso, que es a quienes ellos han abusado hasta el cansancio. Estas son las cosas que han terminado por agotar la paciencia del pueblo.

El problema de fondo frente a la coyuntura que vivimos, es un sistema político absolutamente desprestigiado y una democracia totalmente cooptada, por un conjunto de poderosos y algunos lacayos que les sirven. Esto ha derivado en que hoy, millones de personas no se sientan representadas por ningún partido ni movimiento político. Y es que esta democracia, casualmente, termina siempre beneficiando a los mismos. Esta es la verdadera “silla musical”, un juego cuyas reglas y cuyos participantes son conocidos por todos.

En todo esto, hay algo que resulta muy penoso. En momentos como estos, se multiplican los llamados a la unidad nacional y a la recuperación del orden perdido, a través de gestos de utilitaria humildad y rostros visiblemente compungidos. Esto siempre ocurre, cuando alguien ve peligrar sus privilegios y sienten de verdad el riesgo de perder lo que “con tanto sacrificio” han conquistado. Cuando esto ocurre, cualquier esfuerzo teatral es conveniente, aunque sea estéticamente muy grotesco.

Ahora incluso, aparecen parlamentarios o líderes de opinión, que, viviendo de dietas u honorarios que son un verdadero insulto al pueblo, proponen soluciones y dan cátedras de cómo interpretar el problema y las soluciones más adecuadas. Estamos hablando de los mismos que han tenido o tienen el poder desde incluso antes de la recuperación de la democracia y cuya incompetencia política está más que comprobada. Ellos son parte del problema y, en ningún caso, de la solución.

Son los mismos que me han tratado de “antisistema”, como si eso fuera una especie de insulto, (hoy más bien parece un alago). Son los que han criticado la necesidad de una asamblea constituyente para generar un nuevo pacto social o cuando sostuve la urgencia del perfeccionamiento de la democracia con una participación activa del pueblo en las principales decisiones del país. Son los mismos que no han querido hasta hoy, otorgar el reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas.

Me refiero a esos hipócritas que hablan del pueblo y de la pobreza, cuando en realidad han sido ellos los que han producido la pobreza generalizada que hoy tenemos y esta infraestructura del Estado derecho, que la han transformando en una fábrica de desigualdad. Y cuando hablo de pobreza, incluyo a esa amplia “clase media”, que vive en la fragilidad más absoluta.

Para ellos, es fácil hablarles a los pobres o verbalizar contra la discriminación, desde una estrategia espuria, aunque bien pensada, que los mantenga en su posición. Los vientos siempre les son favorables. Esa es la “estabilidad” que ha posibilitado el saqueo del país. No señoras y señores, ya basta de mentir y robarle al pueblo.

Esa estabilidad política, se basada en una estrategia inmoral que permitió la ley de Pesca, las AFP, la deuda del impuesto territorial de las forestales, la privatización del agua, a la medida de empresarios y en contra de la ciudadanía. Esa estabilidad es la que tiene a Chile capturado entre la dicotomía de la extrema pobreza y extrema riqueza. Mientras no se enfrenten y resuelvan los problemas más agudos que existen y se haga justicia, difícilmente habrá la paz social que necesitamos.

La pregunta es si nuestros líderes políticos y gubernamentales están a la altura del conflicto. Me temo que aun ni siquiera logran entender la profundidad de la crisis en la que estamos hace ya tanto tiempo. Un buen primer paso, sería que bajaran su dieta parlamentaria a la mitad, como para comenzar a creerles y se transformen en interlocutores válidos. Y, por si no se habían dado cuenta, nosotros somos el pueblo haciendo política y el primer requisito para estar aquí, es la decencia.

Seguramente, se aproximan días difíciles, por lo que llamo a todos a realizar los cambios que nos acerquen al ideal de los pueblos indígenas y que se denomina el buen vivir. Ese ideal requiere de una actitud esencial ante la vida y los grandes desafíos humanos, que practicaron con excelencia el Mahatma Gandhi y Matin Luther King: la no violencia-activa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias