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¿Hacia dónde debe ir la DC? Opinión

¿Hacia dónde debe ir la DC?

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En el Chile de hoy, esta crisis de representación se deriva de muchos factores, pero los principales tienen que ver con la falta de confianza de la ciudadanía en la política de los partidos y la corrupción que ha afectado de manera generalizada a las instituciones. Si no se toma en cuenta esta situación y se cree que la política del partido podrá volver después de la pandemia como si no hubiese ocurrido nada en el país, especialmente después del 18 de octubre, es no querer hacerse cargo de esta nueva realidad.


Los camaradas Jorge Burgos e Ignacio Walker, han recientemente dado a conocer un artículo en el que plantean algunas tesis acerca de lo que, a juicio de ellos, debería ser el rol y la estrategia política de la DC en los próximos tiempos.

Dentro de lo que nos parece un legítimo y deseable debate, nos hemos permitido entregar algunas consideraciones y discrepancias con dichas tesis, las que quisiéramos expresar en los siguientes puntos:

Los camaradas Burgos y Walker han planteado que la Democracia Cristiana debe perfilarse como un partido de centro reformista, en que la DC debe ser una minoría dirimente y no subordinada y, todo esto, dentro de lo que ellos denominan la hora de la diversidad y no de la unidad.

Creemos que estamos en un caso evidente de voluntarismo político en que se confunde lo que nos gustaría que las cosas fueran con lo que realmente son.

En efecto, los partidos políticos se constituyen en una dinámica tensión entre aquellos que ponen el énfasis en los intereses más que en los valores y entre aquellos que están básicamente por conservar la sociedad tal cual es y los que quieren transformarla. La Democracia Cristiana nació a la vida política para impulsar valores y para transformar la sociedad y hacerla más democrática y justa.

En este sentido, lo planteado por Burgos y Walker en las primeras líneas del escrito, en cuanto a que “cada partido tiene que aparecer frente a su electorado y al país, como lo que es realmente”, agregando que «solo desde esa posición será posible construir caminos de convergencia desde la coherencia y no del mero oportunismo electoral”, nos parece acertada, pero, lamentablemente, dicha frase no termina por profundizarse o al menos especificarse un poco más en lo que es y/o la razón de ser de la DC. Esto nos parece esencial, ya que de ello se deriva el componente fundamental para responder a cualquier duda o deseo acerca de la «posición y clasificación” de la Democracia Cristiana en el ámbito político.

Estamos absolutamente convencidos de que la DC chilena consta de un conjunto de valores y un cuerpo doctrinal, los que acorde con cada realidad y momento histórico, nos lleva a definir y optar por el logro de determinados objetivos en lo político, sociocultural y económico, lo que constituye  lo esencial de nuestra ideología y proyecto de sociedad.

A partir de esta matriz doctrinal e ideológica y en una perspectiva del corto y mediano plazo, los democratacristianos debemos cuestionar y oponernos a un orden social que contiene flagrantes injusticias sociales, como son la extrema desigualdad y una agresiva concentración de la riqueza; tenemos que comprometernos por cambiar la actual Constitución y, sobre todo, proponer que en el nuevo texto constitucional  los derechos sociales, económicos y culturales participen en condición de verdaderos derechos, a la vez de garantizar la propiedad pública de los recursos naturales del país; debemos también implementar un nuevo sistema previsional solidario y digno; debemos apoyar el establecimiento de una renta universal básica para que muchos chilenos pueden vivir su cuarentena y el período pospandemia en paz; implementar una nueva política impositiva, definitiva y claramente progresiva, para el porcentaje de la población de mayores ingresos.

Son precisamente estas opciones, entre otras, y las acciones que se deriven de ello y no nuestros deseos u opciones individuales, las que dilucidarán ante el país el rol que la DC jugará en los próximos meses y años, así como también lo que nos llevará a encontrar más naturalmente las posibles alianzas o unidades (unidades en la diversidad) con otras fuerzas políticas y así darle un Gobierno a Chile que implemente las necesarias e impostergables transformaciones que nuestra sociedad demanda.

Hay una cierta tendencia mecanicista y error en parte del análisis del texto en comento, particularmente en la identificación clases sociales-partidos. La actual sociedad chilena ha alcanzado una suficiente complejidad que hace que dicha identificación entre partidos políticos y clases sociales sea algo más que discutible. Los partidos no representan necesariamente clases medias, altas o trabajadoras y actualmente se habla incluso de más de una clase media. Por lo tanto, querer patentar que la Democracia Cristiana representa a las clases medias y que las opciones más progresistas del partido pueden llevar a que ellas se identifiquen con la derecha, no corresponde a la realidad.

Asimismo, es evidente que las adscripciones partidistas de la sociedad cada vez son menos claras y, por tanto, no se puede hablar de centroizquierda o derecha, porque dichas categorías no necesariamente expresan la diversidad y heterogeneidad sociopolítica de la sociedad, lo que está demostrado con el hecho de que la votación de Michelle Bachelet no fue solamente de izquierda y tampoco fue solo de derecha la votación de Sebastián Piñera. Adicionalmente, hay que destacar que la representación política esta severamente cuestionada y los ciudadanos no se sienten representados ni por los partidos ni por las instituciones. Este es un fenómeno mundial y todas las encuestas así lo demuestran.

En el Chile de hoy, esta crisis de representación se deriva de muchos factores, pero los principales tienen que ver con la falta de confianza de la ciudadanía en la política de los partidos y la corrupción que ha afectado de manera generalizada a las instituciones. Si no se toma en cuenta esta situación y se cree que la política del partido podrá volver después de la pandemia como si no hubiese ocurrido nada en el país, especialmente después del 18 de octubre, es no querer hacerse cargo de esta nueva realidad.

Explicar el triunfo de Piñera en la última elección presidencial por los votos que se fueron de los independientes y del centro a la derecha, además de lo ya señalado en el punto anterior, nos parece, con todo respeto, un análisis muy simplista y metodológicamente incorrecto. El tema trasciende sin dudas estas reflexiones, pero convengamos en que se trata de un típico caso de multicausalidad con presencia de variados factores y variables.

Baste recordar la crisis transversal del mundo político por los vículos dinero-política, en que los partidos de Gobierno aparecieron claramente comprometidos; la mala comunicación e información acerca de las significativas transformaciones del Gobierno de Michelle Bachelet, más allá de sus errores; la falta de asertividad y claridad de los partidos de la coalición oficialista para apoyar algunos proyectos emblemáticos de ese Gobierno, en lo que la DC no pasó desapercibida desde el primer momento; el suceso Caval; el espectáculo dado por el PS y la propia DC en las nominaciones internas de sus precandidaturas presidenciales, en fin, por último, algo que ustedes deben saber en cuanto a que en una votación de solo el 48% del padrón electoral, en medio de un gran desinterés por la política y con una alta volatividad del voto ciudadano, cualquier elección consta de una caja de sorpresa o una inclinación en un sentido u otro no siempre posible de estimar.

Se observa una contradicción fundamental del artículo que afecta a lo medular de las tesis de los autores, lo que queda de manifiesto al contrastar las dos afirmaciones más emblemáticas del texto con la conclusión del mismo. El sostener que “esta no es la hora de la unidad de la oposición, sino de la diferenciación” y la aspiración que “ la DC sea una minoría dirimente y no una minoría subordinada”, son postulados que se tornan confusos y claramente contradictorios, al concluir con un no disimulado llamado a un proceso de convergencia, en los hechos a una posible unidad, con otras fuerzas políticas (socialcristianos, socialdemócratas, socialistas democráticos y social liberales) ¿Qué hace la diferencia entre este grupo de partidos de oposición y otros con los que se podría converger ? ¿A partir de qué expediente o circunstancias, salvo cierto prejuicio, la DC sería en esta agrupación una minoría dirimente y no una minoría subordinada?

La Democracia Cristiana debe promover e impulsar coaliciones estables de Gobierno que tengan acuerdos programáticos claros y directamente relacionados con los cambios que son necesarios en nuestra sociedad. Ello debe plasmarse en un nuevo pacto social que tenga básicamente los siguientes componentes, algunos de los cuales ya fueron mencionados:

1) Llevar a término en el corto y mediano plazo el proceso constituyente, con dos objetivos esenciales, entre otros: que los derechos sociales, económicos y culturales participen en condición de verdaderos derechos, estableciéndose como disposiciones constitucionales de principio, y que el nuevo texto constitucional garantice la propiedad pública de los recursos naturales del país

2) Perfeccionar la democracia como forma de vida y mecanismos de solución de conflictos, promoviendo una cada vez mayor interacción entre todos los actores de la sociedad para abordar problemas no solamente nacionales sino globales, impulsando políticas públicas ojalá consensuadas entre los diversos actores. Esto va a requerir un perfeccionamiento de la democracia para otorgarles más poder a los ciudadanos y complementar de esta manera la democracia representativa con una democracia participativa y deliberativa, estableciendo mecanismos tales como la rendición de cuentas, plebiscitos sobre temas fundamentales, términos anticipados de mandatos, etcétera.

3) Promover la disminución de las viejas y nuevas desigualdades en la sociedad chilena. Entre estas nos parecen especialmente significativas las inequidades entre las regiones y entre comunas dentro de las regiones, así como las desigualdades de vida al interior de las ciudades, que tienen que ver con la seguridad ciudadana, el acceso al transporte público y el derecho a vivir en ciudades no contaminadas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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