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4S o el veredicto popular Opinión

4S o el veredicto popular

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Cristián Zamorano Guzmán
Por : Cristián Zamorano Guzmán Analista y doctor en Ciencias Políticas.
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Ahora, irónicamente, cuando estos o por lo menos los partidos estuvieron ausentes de la campaña ganadora, debemos tener confianza en los políticos para manejar los días posteriores al “4S”. Y, paradójicamente, se reforzará la institución –el Senado– que debía desaparecer. Sin embargo, hoy existe el consenso en cuanto al hecho de que la Constitución vigente debe ser reformada para luego abrogarla. Todos sabemos que, en el contexto de cualquier elección, en una universidad estatal como en lo que concierne a un plebiscito, lo que se promete en campaña –incluso personas que se comprometen mucho y que son decisivas en la victoria, incluso imprescindibles–, una vez que se otorga el poder y las responsabilidades, los mismos ganadores “olvidan” sus compromisos, los minimizan, los dilatan. A pesar de que la razón, a todas luces, indique que deben respetar lo prometido. El domingo las urnas hablaron, hay que saber escucharlas. Sobre todo cuando el mensaje es tan nítido. Por ende, existe entonces, acá, una ventana de oportunidad para hacer las cosas en el sentido correcto y en dirección de la gente.


Al inicio del estallido social, el economista Sebastián Edwards afirmó que, en Chile, “el experimento neoliberal estaba completamente muerto”, siendo citado en un artículo por el reputado semanario liberal inglés The Economist. Siempre se ha escuchado hablar del laboratorio chileno en el cual los “Chicago boys”, a partir de la mitad de los años 70, pudieron materializar sus ideas. Ese experimento habría empezado a derrumbarse a partir del 18-O, titubeando el famoso botón de muestra del modelo neoliberal en nuestro vecindario. Domingo 4 de septiembre 2022, ese mismo se reivindicó o, a lo menos, frente a un dilema, fue rescatado.

¿Qué pasó justamente?

En primer lugar, se debe subrayar que los «obligados» a ir a votar dejaron ver que eran antioficialismo –o lo que podría confundirse con la sensación de ser antipolíticos– y “anti-Convención”. Sin duda, el comportamiento de ese segmento responde a lo propuesto por esta misma Convención, desde su inicio, desde que se empezó a hablar del tema de los “prisioneros políticos”, caóticamente, en la inauguración de una asamblea constitucional. El desempeño de sus personajes, sus promotores, una cierta soberbia en el actuar de ellos, hicieron que la opción Apruebo terminara siendo un fracaso. Todo partió con una apoyo de 80% para un cambio constitucional, para terminar perdiendo un millón de votos.

El perfil del los Apruebo podían ser diversos, no lo son menos quizás los del Rechazo, pero estos últimos se manifestaron en contra de un modus operandi bien preciso de hacer política y una contingencia que nos tiene a muchos agobiados. El Gobierno, siendo el rostro de esta campaña, va a tener que asumir espectacularmente esta paliza. En el peor de los casos, se lo harán asumir. A toda costa. Ahora, hay numerosas cosas que deben ser replanteadas, esperando que no se pongan entre paréntesis para luego desaparecer. Todo lo que ha sido enfoque de género, lo que se relaciona con las minorías sexuales, con los pueblos originarios, esa impresión de priorizar temas “societales” más que sociales, de “segmentos” más que temas transversales, todo aquello ha hecho que la “generación dorada” de la política criolla haya conocido su primera derrota brutal. Histórica. Y como un símbolo, en la elección más votada de todo nuestro recorrido como país. La primera vertiginosa caída de unos ídolos.

El domingo se cerró un capítulo de la Historia de Chile. Una ambigüedad. El domingo, por descarte, se validó “democráticamente” a la Constitución de Jaime Guzmán. La obra del régimen de Augusto Pinochet. Sus resultados empíricos fueron preferidos a otra opción, que no fue, o bien armada ni bien explicitada. Porque el día de hoy es la Constitución de 1980 la que rige. Hasta nuevo aviso. Y además, después de una elección donde millones de personas de todas clases sociales se manifestaron. Donde los más “humildes” votaron por aquella. El origen discutido, a justo título, de esa Constitución, hoy ya no se discutirá más de la misma manera. Si es que ese argumento se discutirá aún. Las derivas de la matriz institucional que sacaron en un momento dado a millones de personas a la calle, no hacían llamado –a lo que podemos entender sobre la base de los resultados del pasado domingo– a una refundación total. Acá, no habrá fotos con estatuas derrumbadas como cuando todo un sistema se derrumba. En realidad, sigue de pie.

Ahora, irónicamente, cuando estos o por lo menos los partidos estuvieron ausentes de la campaña ganadora, debemos tener confianza en los políticos para manejar los días posteriores al “4S”. Y, paradójicamente, se reforzará la institución –el Senado– que debía desaparecer. Sin embargo, hoy existe el consenso en cuanto al hecho de que la Constitución vigente debe ser reformada para luego abrogarla. Todos sabemos que, en el contexto de cualquier elección, en una universidad estatal como en lo que concierne a un plebiscito, lo que se promete en campaña –incluso personas que se comprometen mucho y que son decisivas en la victoria, incluso imprescindibles–, una vez que se otorga el poder y las responsabilidades, los mismos ganadores “olvidan” sus compromisos, los minimizan, los dilatan. A pesar de que la razón, a todas luces, indique que deben respetar lo prometido. El domingo las urnas hablaron, hay que saber escucharlas. Sobre todo cuando el mensaje es tan nítido.

Por ende, existe entonces, acá, una ventana de oportunidad para hacer las cosas en el sentido correcto y en dirección de la gente. Chile habló. Claro y fuerte. A acatar lo que ha querido decir. Sin malentendidos, falsas promesas, cuentas mezquinas, y con más prolijidad. Y, por supuesto, imprescindiblemente, con otros actores en el reparto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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