Publicidad
[Opinión] Una Rojita que ya no sonroja pero que impide soñar

[Opinión] Una Rojita que ya no sonroja pero que impide soñar

Con pundonor y amor propio, la selección Sub 17 se ganó el aprecio generalizado y pasó a octavos de final del mundial. Pero es mejor mirarla con cautelosa expectativa, porque carece de herramientas para llegar a la cima.


Mesura.

Es la única actitud posible ante esta Rojita sub 17 que contra todo pronóstico clasificó a octavos de final del mundial.

El pequeño logro -el mínimo que le pedía la ANFP para darse por satisfecha en su rol de anfitriona- no puede hacer olvidar los más que merecidos recelos y temores que despertaba este equipo hasta antes de que Miguel Ponce lo enderezara en los últimos siete meses, cuando lo tomó tras la humillación sufrida en el Sudamericano de Paraguay al rematar último, con solo derrotas.

Porque si fuese por méritos objetivos, la selección no habría jugado este mundial. Simplemente debido a que otras nueve la habían aventajado en el sudamericano guaraní.
Ahora a muchos se les ha abierto el apetito. Pero los ingredientes no dan como para relamerse los bigotes.

Es cierto, los dirigidos de Ponce pasaron por encima de este latino Estados Unidos. Pero tuvieron que bregar contra la corriente para sacarle un empate a Croacia y naufragaron ante Nigeria, que con su 5-1 estableció las justas diferencias entre una potencia a este nivel y un elenco hartos escalones más abajo.

Hasta ahora, y no hay dónde encontrar algo que respalde un mejor comentario, la Rojita se ganó el paso a octavos de final del mundial gracias a una tremenda fuerza de voluntad que no tenía la que dirigió hasta marzo el argentino Alfredo Grelak.

Ese amor propio le permitió no dejarse avasallar por el adversario, como ocurrió en tierras guaraníes, y pelear los partidos. Le sirvió frente a croatas y estadounidenses, pero no ante las águilas nigerianas, que volaban demasiado alto como para alcanzarlas solo brincando con empeño.

Ahora, con el objetivo mínimo cumplido y la tranquilidad que da aquello, veremos si Ponce logró inculcarle al equipo algo más que espíritu de lucha. Si, por ejemplo, estructuró un armazón defensivo que con menos nervio puede batirse con más seguridad. Si el mediocampo puede controlar el balón y el ritmo del partido con más sabiduría que ganas. Si el fiato entre Marcelo Allende y Luciano Díaz y los atacantes puede ser más equilibrado y no depender únicamente de algunos pases geniales del loíno y del albo, como ha sucedido hasta el momento.

Eso sí, hay que admitirlo. Lo de Ponce es elogiable. Porque le tocó bailar con la fea.

Reflejando los altibajos propios de una competencia interna débil, que impide garantizar inalterablemente un piso de calidad, esta generación 1998-1999 es de baja marea. Muy distante de la de 1987-1988 guiada por Sulantay, o de la 1993-1994 comandada por Salas.

A la actual nada le sobra. Y mucho le falta. Pero impulsada por su espíritu de lucha y el apoyo en las graderías (gracias a las entradas a precio popular), se ha sobrepuesto a sus limitaciones para actuar con decoro.

Por eso a Ponce hay que sacarle el sombrero. Con poca materia prima supo convencer a los suyos de que con ambición y entrega se puede soslayar las debilidades y seguir avanzando.

Ahora le toca lo bravo. Hoy, con el cierre de los grupos E y F se sabrá su rival en octavos de final.

Con un poco de suerte le puede tocar un adversario del nivel croata y estadounidense. O sea, ganable si se hace un muy buen partido. Pero si en cambio debe enfrentar a gigantes como Nigeria, Brasil, Alemania, Mali o Francia, nada tendrá que hacer. Como lo demostró la goleada nigeriana, la Rojita no posee armas físicas, técnicas ni tácticas para pararse de igual a igual.

Sin embargo, aun en este último escenario, de una eliminación en octavos, poco podría reprochársele a esta selección. La que hasta a mitad del año solo provocaba sonrojos y que actualmente despierta cariño y simpatía. Incluso un pequeño orgullo si se le mira con algo de chovinismo patriotero.

Publicidad

Tendencias