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Escritor chileno Benjamín Labatut: «La ciencia y la literatura avanzan por caminos paralelos» CULTURA Crédito: Julieta Labatut

Escritor chileno Benjamín Labatut: «La ciencia y la literatura avanzan por caminos paralelos»

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Marco Fajardo Caballero
Por : Marco Fajardo Caballero Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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El candidato al Premio Booker será parte de la próxima edición del festival de ciencia Puerto de Ideas Antofagasta, que comienza el lunes. «La ciencia y la literatura son dos formas de construir el sentido del mundo. Son maneras de entender el lugar que ocupamos en el universo, pero también son, en un cierto sentido, ficciones, hermosas alucinaciones que –al ser compartidas por gran parte de la humanidad– se vuelven extremadamente sólidas y poderosas», asegura.


Una conversación sobre ciencia y literatura realizará el escritor chileno Benjamín Labatut (Rotterdam, 1980) en la próxima edición del festival Puerto de Ideas de Antofagasta, que comienza el lunes.

El autor conversará con la periodista María Constanza Castro sobre el tema «Monstruos y milagros de la ciencia» el domingo 18 de abril a las 18:00 horas en la web del evento.

Será un diálogo, en formato entrevista, sobre las principales ideas y personajes que aparecen en su libro «Un verdor terrible», adelanta.

«Hablaremos de las epifanías de los dos fundadores de la mecánica cuántica –Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger; de Karl Schwarschild, el astrofísico que encontró la primera solución exacta a las ecuaciones de la relatividad general, mientras moría de una enfermedad necrotizante en el frente ruso de la I Guerra Mundial; del matemático Alexander Grothendieck, que buscó tocar el corazón de las matemáticas antes de perder la cabeza y caer en el silencio absoluto; y de la extraña trenza de química y alquimia que nace del primer pigmento sintético –el azul de Prusia–, se convierte en cianuro, atraviesa la historia del arte europeo, envenena a Rasputín, le hace crecer un tumor en el estómago a Napoleón en su exilio en la isla Santa Elena, se cuela en las venas de Alan Turing, y acaba inundando las cámaras de gas del Holocausto».

Trayectoria

Labatut pasó su infancia en La Haya, Buenos Aires y Lima, y a los catorce años se estableció en Santiago de Chile, donde estudió periodismo en la Universidad Católica.

Su primer libro de cuentos, «La Antártica empieza aquí» (Alfaguara, 2009), ganó el premio Caza de Letras 2009, organizado por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Editorial Alfaguara. En 2013 fue merecedor del Premio Municipal de Literatura de Santiago de Chile.

Es autor también de «Después de la luz» (Hueders, 2016), una serie de notas científicas, filosóficas e históricas sobre el vacío, y de la reciente novela «Un verdor terrible» (Anagrama, 2020), la que ha sido publicada por las editoriales más prestigiosas de Latinoamérica, España, Alemania, Italia, Reino Unido, Brasil, Portugal, Países Bajos, Francia, Suecia, China y Estados Unidos.

Ciencia y literatura

Al ser consultado sobre el vínculo de ciencia y literatura, Labatut comenta que para él «son dos formas de construir el sentido del mundo».

«Son maneras de entender el lugar que ocupamos en el universo, pero también son, en un cierto sentido, ficciones, hermosas alucinaciones que –al ser compartidas por gran parte de la humanidad– se vuelven extremadamente sólidas y poderosas», expresa.

«La ciencia es una forma de ordenar los hechos del mundo, es un intento –muy valiente y muy peligroso– de medirle los pies a dios. La literatura es igual de ambiciosa: quiere empalabrar la realidad, ajustar todo el caos de nuestra experiencia, tanto interna como externa, a las historias que podemos crear con ese invento caprichoso y volátil, sin el cual nunca habríamos salido de las cavernas, y que todos usamos cotidianamente, sin comprender su verdadero poder: la palabra escrita».

Aunque ambas son hermanas, Labatut recalca que cada una tiene sus ámbitos: «más allá de los límites de la ciencia, está todo el reino de la imaginación, y allí es donde brilla la literatura».

«Eso nunca lo debemos mirar a huevo, porque hasta el ser humano más ignorante vive, en gran parte, hundido en su imaginación. La literatura no es sólo lo que está en los libros: nace de una facultad humana –la facultad narrativa–, que todos poseemos y ejercemos continuamente».

«Un verdor terrible»

Labatut explica que quiso relacionar estos tópicos en su último libro, «Un verdor terrible», porque la mayor parte de lo que escribe proviene de una obsesión personal por ahondar «en los fundamentos de nuestra visión de la realidad».

«Me fascina la gente que puede ver cosas que otros ni siquiera sospechan, o aquellos que son tan valientes como para cruzar los límites de la sabiduría aceptada. Porque allí, más allá de los bordes de los mapas, es donde hay dragones», reflexiona.

«Yo elegí ciertas ideas e historias muy específicas: las que apuntan a los límites de la comprensión humana, a las orillas de nuestra capacidad intelectual, porque aquello que no podemos entender siempre será lo más importante. De cierta forma, es lo que nos libera, porque desnuda el modelo de pensamiento que hemos construido. Ese modelo, esa imagen del mundo, sin el cual no podríamos siquiera poner un pie afuera de la casa, ordena nuestras vidas, nos da certeza, nos vuelves eficaces. El problema es que no sólo nos permite operar, sino que nos encierra en una jaula. Yo trato de mostrar los barrotes».

Influencias

En cuanto a las obras y autores que inspiraron este libro, Labatut admite que W.G. Sebald flota como un fantasma encima del texto, «porque me parece el prosista más delicioso del siglo pasado».

«Incluso utilicé uno de sus libros -‘Los anillos de Saturno’- como fuente, porque fue el único lugar donde pude encontrar datos sobre los cultivos de seda que llevaron a cabo los nazis, quienes dieron instrucciones atroces y detalladas sobre la manera en que los campesinos tenían que matar a los gusanos para extraer los hilos con que arman sus capullos».

«De alguna forma prefiguraron la lógica atroz de sus campos de exterminio: debían ser cosechados y luego suspendidos durante más de tres horas sobre una olla de agua hirviendo, para que el vapor los matara lentamente, sin que el preciado material con que se habían envuelto sufriera el más mínimo daño».

Agrega que en el montaje de la información, el más importante fue Adam Curtis, el documentalista inglés: de él supo que las uñas de Göring «eran de un rojo furioso cuando lo arrestaron, producto de su adicción a las drogas, y que los aliados tuvieron que volver a encender un crematorio –que los nazis habían usado para quemar a las víctimas de su programa de eutanasia– de forma de hacer desaparecer el cuerpo del jerarca nazi por completo, y evitar, de esa manera, que las generaciones futuras hicieran peregrinajes hasta su tumba».

«Curtis es inagotable, y toda su obra está en Youtube, a la espera de que lo descubran», resalta.

Sobre el tono y el registro –que es, mayormente, documental, o sea, más ligado a la no-ficción– Labatut reconoce como su mayor influencia es Eliot Weinberger.

Su libro «Algo elemental» es «primordial, de una belleza que sólo puede surgir de una observación directa, extática, demencial, sobre los hechos desnudos del mundo, ya que sólo una mirada fija de ese tipo puede descubrir la maravilla en cosas que son, a todas luces, absolutamente cotidianas. Él tiene el don de sacarle brillo a las piedras».

Artistas vinculan arte y ciencia

Labatut destaca que los artistas que vinculan arte y ciencia son «incontables», y pone como ejemplo al cineasta alemán Werner Herzog y sus últimos documentales sobre meteoritos, volcanes o Internet.

«En el arte, aquí en Chile, Juana Gómez ha hecho toda una investigación textil en base a las ideas de Adrian Bejan, sobre lo que él llama ‘el principio constructal’, que no es otra cosa que la creación de ciertas formas y patrones –cuya forma icónica es el árbol– y que surgen espontáneamente en los sistemas de flujo, ya sea en los deltas de los ríos, en las rutas de tráfico aéreo, o en la manera en que se propagan los rayos por la atmósfera», ejemplifica.

En literatura, su ejemplo favorito es Edgar Allan Poe: en 1848, dos años antes de morir, escribió «Eureka», un largo poema en prosa que consideró su obra maestra.

«El libro fue destrozado por la critica, vendió 500 copias y se lo tomó como una prueba más de su descomposición mental, y sin embargo está lleno de ideas que hoy forman parte del canon científico.

«Poe escribió que todo comenzó a partir de una partícula primordial que se divide en un flash instantáneo y crea la totalidad de la materia, ochenta años antes de que el padre Lemaître hablara del Big Bang. También habló de una futura contracción del universo -el Big Crunch-, de la equivalencia entre materia y energía (Einstein), y de la identidad entre luz, calor y magnetismo -que sólo fue formalizada por Maxwell en 1865-, además de la existencia de una fuerza repulsiva que contrarresta la gravedad, similar a lo que hoy llamamos energía oscura o constante cosmológica».

«La ciencia y la literatura avanzan por caminos paralelos», concluye el escritor. «Poe llegó a estas ideas mediante la alucinación. La ciencia tiene sus senderos, y algunos de ellos se acercan peligrosamente al delirio; esas son las historias que más me seducen, porque allí chocan los sueños locos de la razón y el saber oscuro que brota, sin cesar, de nuestro inconsciente».

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