«Los marginados del modelo, aquellos que se sienten ajenos y despreciados, que rechazan al empresariado por injusto y abusivo, al Estado porque los oprime y porque se alía con el mundo empresarial contra ellos, y no sienten que seamos realmente seres humanos iguales: ‘No estoy dispuesto a consensuar nada con nadie, porque nadie solidariza conmigo. Tengo mucha rabia y se las voy a hacer sentir’. No rompen el Cristo por ateos (ideología – religión), lo hacen por antiorden establecido. Esa gran diferencia en la conceptualización es la que no comprenden las élites actuales, lo cual las ha llevado a tener diagnósticos errados, basados en paradigmas obsoletos, desde la política o la ideología, y una comprensión lineal de la sociedad».
Si el próximo domingo hubiese un plebiscito preguntando si queremos conservar el Chile en que habitamos de la forma en que está, otra vez ganaría la opción NO.
La mayoría concuerda en que Chile vive una crisis política e institucional. Las diferencias de aproximación radican en cómo interpretar esta situación: negativamente, entendiéndola como una regresión a etapas anteriores, lo cual empuja a reencontrar “el equilibrio que tuvimos” o, por su lado positivo, como un cambio evolutivo necesario para alcanzar un nuevo equilibrio que responda mejor a los desafíos que enfrentamos en el mundo global de las sociedades modernas, hiperconectadas y avanzando hacia la economía colaborativa.
Es la diferencia entre “reordenar” y recrear, entre un pasado que no volverá y un futuro que se abre. Es la dicotomía entre “hay que recuperar la confianza” (por supuesto, de la población en nosotros: la élite) y “debemos crear una nueva confianza” (entre todos, solidaria, una confianza fundada en acciones y no ciega como antaño).
No cabe duda de que habitamos un país injusto, y esa es la percepción que existe. La historia que se contó respecto del esfuerzo, el estudio y las posibilidades que se abrían no se ha visto reflejada en las oportunidades reales de buena parte de los chilenos. La igualdad de oportunidades, al ser el piso para la meritocracia, es un aspecto esencial para progresar dentro de un modelo de mercado. Al no concretarse, se produce un gran quiebre con el modelo, como consecuencia de una injusticia percibida.
De ello y otros factores aflora un afán de cambiarlo (casi) todo, pero no hay confianza como para que ese cambio sea conducido por una élite política, económica y moral bastante desprestigiada ante los ojos de la mayoría: existe la creencia o convicción de que su origen es ilegítimo, desde el poder, el dinero o los privilegios de casta.
Como reacción, el Chile de hoy vive un proceso de fuerte demanda de espacios colaborativos, solidarios, consensuales y de defensa del ser humano como centro. Pero junto con ello persiste un afán individualista (por ejemplo: no al lucro en educación, pero siempre que mi hijo no sea igualado con los otros perdiendo su ventaja en la competencia por escalar), y una demanda por orden y protección del Estado como garante de la seguridad y y el progreso (por ejemplo, ante la delincuencia, los abusos y colusiones, o ante nuevas formas, como el matrimonio igualitario).
Y también están los marginados del modelo, aquellos que se sienten ajenos y despreciados, que rechazan al empresariado por injusto y abusivo, al Estado porque los oprime y porque se alía con el mundo empresarial contra ellos, y no sienten que seamos realmente seres humanos iguales: “No estoy dispuesto a consensuar nada con nadie, porque nadie solidariza conmigo. Tengo mucha rabia y se las voy a hacer sentir”. No rompen el Cristo por ateos (ideología – religión), lo hacen por antiorden establecido. Esa gran diferencia en la conceptualización es la que no comprenden las élites actuales, lo cual las ha llevado a tener diagnósticos errados, basados en paradigmas obsoletos, desde la política o la ideología, y una comprensión lineal de la sociedad.
El gobierno de la Nueva Mayoría, en estos dos años, ha avanzado en su programa de necesarias reformas, que apuntan a corregir muchas de las desigualdades descritas, pero ha tenido dificultades para cumplir sus objetivos: unas reformas han debido cambiarse y otras enfrentan dificultades para lograr los acuerdos políticos y sociales necesarios. Adicionalmente, ha ido corrigiendo su diagnóstico inicial, flexibilizándolo de cara a las reacciones sociales generadas por el diseño y la forma en que fueron planteadas las reformas.
El gran riesgo que visualizamos es que el debilitamiento de las instituciones, leyes, normas, reglas y enforcement, y la ambición insana (abusos, colusiones, aprovechamientos, afán desmedido de lucro) persistan mucho tiempo, y entonces el emergente solidario, que busca el cambio hacia un sistema más colaborativo mediante reformas, sea desplazado, capturado o cooptado por quienes quieren “romper con todo”.
Daniel Fernández Koprich
Director Ejecutivo de Memética
Ex presidente de directorio de Metro, ex gerente general Enap, ex director ejecutivo TVN
Pablo Reyes A.
Ingeniero
Director de Plataforma Áurea
Académico Universidad Adolfo Ibáñez, investigador asociado en el Instituto de Sistemas Complejos de Valparaíso.
Coautores del libro «La nueva élite: la transición evolutiva de la sociedad chilena»