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Llora por mí, Argentina: las empresas chilenas que fueron a ganar y volvieron con los bolsillos vacíos


Si Evita dijo “volveré y seré millones”, los empresarios chilenos debieron contentarse con un “volví sin millones”. El tamaño no importó: los Luksic, los Ibáñez Scott, el ex ministro de Hacienda, Sergio de Castro y Gener cuando era chilena, engrosan parte de la larga lista de los que perdieron en su apuesta trasandina.

Llegaron en la época de Carlos Menem cuando las condiciones económicas eran las mejores en la historia para la inversión extranjera. Economía abierta, agresivo plan de privatizaciones y un mercado de 35 millones de habitantes. En Chile las empresas estaban consolidadas y buscaban crecer. Qué mejor que nuestros vecinos. Y partieron en fila: las eléctricas, los bancos, las inmobiliarias, los industriales, los supermercados. Se hablaba de la avalancha chilena en Argentina, porque desde la electricidad a los pañales estaban en manos de empresarios nacionales.

La retirada comenzó en 1999, un año antes de que Menem dejara la presidencia. Por un lado, los empresarios se toparon con otra idiosincrasia, sindicatos fuertes a los que no estaban acostumbrados, impuestos provinciales, regionales, federales y una corrupción a la que tampoco estaban acostumbrados. Por otra, Argentina cambió: aterrizaron las multinacionales y el país tenía acceso al crédito internacional. La competencia de Carrefour, WalMart, Ahold y todas las grandes supermercadistas que se instalaron en Argentina dio de baja a Ekono que debió vender sus 10 locales a Ahold (con la cual este año resolvió un largo litigio), porque no pudo contra ellas.

A los bancos les pasó lo mismo. Los chilenos apostaron a comprar bancos regionales: Corpbanca Argentina lo hizo en Cuyo; el Desarrollo en Entre Ríos, el Transandino también en Cuyo. El primero se lo vendió Alvaro Saieh al BBVA. El segundo, controlado por el Arzobispado de Santiago y como persona natural por Vicente Caruz, fue el más grande de los bancos chilenos en Argentina. Tenía el 15% del Banco Bisel, que llegó a ser el tercero en colocaciones, pero los números no dieron y el paquete terminó en manos del Credit Agricole, socio en Chile del Banco del Desarrollo.

A otro que le fue mal fue al Banco Transandino, del ex ministro Sergio de Castro, Juan Carlos Latorre y Sergio Reiss, que perdió, según cálculos de banqueros chilenos, unos US$ 10 millones en la pasada.

Gener, presidida en ese entonces por Bruno Philippi y gerenteada por Juan Antonio Guzmán, debió pedir la cesación de pagos de la que era la mayor central hidroeléctrica de Argentina, Piedra del Águila, en Neuquén, porque debió vender su energía a precios más baratos que sus costos.

Los Luksic perdieron mucho con Madeco así como Juan Rassmuss, el socio de CAP, con Cimet. El negocio fue grito y plata mientras la telefónica de Buenos Aires fue estatal,  ya que no había racionalidad en las compras y el mercado se repartía amistosamente. La privatización acabó con la buena racha, debieron comprar maquinaria, competir con cables extranjeros. Al final, en una década cada una hizo una pérdida superior a US$ 80 millones. Ambas siguen en Argentina con una operación menor.

En la producción de tubos de acero, Cintac —controlada entonces por el trío De Castro, Latorre y Reiss, y en un porcentaje minoritario por CAP— entró a Argentina con la compra de Tubos Argentinos. Le fue mal y CAP terminó comprándoles a sus socios.

El negocio inmobiliario fue otro que atrajo a grandes inversionistas chilenos que adquirieron paños enormes de terreno en Pilar, una zona muy exclusiva al norte de Buenos Aires. Socovesa (Eduardo Gras), Jacob Ergas (socio del Banco de Chile), los Menéndez Ross y Patricio Guzmán compraron 700 hectáreas en 1995. El plan de construir casas fracasó por las barreras sindicales, impositivas y la falta de crédito hipotecario para las personas. Así, terminaron vendiendo terrenos. A 17 años de su ingreso no han visto ganancias; tampoco pérdidas, según Socovesa.

En 2010 José Said y sus socios en Parque Arauco, que llegaron a ser los operadores más grandes de centros comerciales (Alto Palermo, Patio Bullrich, Mercado de Abasto, entre otros) pusieron fin a su experiencia trasandina. APSA, la filial en Argentina, tuvo varios años de pérdidas. Después de 13 años el balance, según una fuente de la empresa, no fue malo: recuperó la inversión y vendió su participación a su socio Irsa en US$ 126 millones.

Argentina fue la primera experiencia internacional de los empresarios chilenos. Muchos aterrizaron con la actitud de ser los jaguares de Sudamérica y fueron mordidos por una realidad que fue de más a menos y que tiene a los que se quedaron —aguantando sin chistar— a la espera de mejores tiempos con paciencia y humildad.

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