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Opinión: Washington ahora debe probar que el sistema político aún funciona


Si los líderes estadounidenses adoptan un enfoque bipartidista, es posible minimizar el daño duradero, señala Laurence Fink.

Estados Unidos, como se nos ha recordado frecuentemente en días pasados, todavía pertenece a un pequeño club de naciones que en tiempos modernos nunca han dejado de pagar sus deudas intencionadamente. Pero, para entender los efectos a corto y largo plazo del reciente encuentro que casi sostiene el Gobierno de Estados Unidos con una catástrofe financiera, es importante darnos cuenta de que había más en riesgo que sólo un buen historial de pagos.

La confianza en Estados Unidos se deriva no solamente de nuestro crecimiento económico sostenido durante el siglo pasado, sino también de nuestra capacidad de conciliar las diversas opiniones políticas de la nación. Esto está ahora en peligro.

Los Estados Unidos siempre ha sido una nación que sienta precedentes. Nuestro surgimiento en el siglo XX como el portador de la divisa de reserva del mundo se debe a la confianza de los mercados globales en el soporte de nuestro sistema económico basado en principios democráticos y la capacidad de superar nuestras diferencias.

Con base en conversaciones con líderes empresariales y de gobierno, en Estados Unidos y el extranjero, puedo afirmar que esta confianza se vio gravemente afectada durante los 16 días del cierre del gobierno y la arriesgada apuesta sobre la extensión al límite de la deuda. Si bien ya todos podemos estar tranquilos porque el gobierno todavía está cumpliendo con sus obligaciones, nos equivocaríamos al pensar que hemos evitado un daño real y posiblemente duradero a la economía, a escala doméstica y mundial.

Las semanas de confusión política ya han minado el crecimiento, sacando aproximadamente $24 mil millones de dólares de nuestra economía. Esto es particularmente desafortunado en momentos en que los fundamentos económicos se han fortalecido y la recuperación de Estados Unidos ha tomado velocidad. El mercado inmobiliario ha ganado impulso, las ganancias corporativas han sido sólidas y Estados Unidos se ha estado preparando para un renacimiento en la manufactura gracias a menores costos en la energía derivados de nuevas tecnologías como el fracking.

Sin embargo, el entorno de mercado todavía presenta desafíos. La incertidumbre es alta y las discusiones políticas están orillando los fundamentales a un segundo plano. No es posible sobrestimar el impacto de esto en la confianza, en momentos en que los líderes de negocios deberían estar tomando decisiones que impulsen el crecimiento. Esto coloca a la economía estadounidense en un modo de pausa que, de proseguir, podría derivar en una desaceleración global.

Muchos directivos me han comentado que han pospuesto proyectos de inversión en fábricas y equipos, y retrasado sus decisiones de contratación, mientras esperan a ver cómo se desenvuelven los sucesos en Washington.

Aún más preocupante, es que el miedo se ha extendido al mercado de bonos. Muchos inversionistas extranjeros están ahora repensando su enfoque hacia la inversión en deuda estadounidense. Incluso un cambio marginal en la disposición de los gobiernos, fondos de pensiones, aseguradoras y otras instituciones del mundo a comprar bonos estadounidenses elevaría las tasas de interés y aumentaría los costos de financiamiento de nuestro déficit. Esto no solamente empeoraría la situación fiscal a niveles federal, estatal y local; también significaría mayores costos en los créditos para todo aquel que compre una casa u otro artículo de valor considerable. La consecuencia: crecimiento más lento.

Lo anterior a su vez empujaría a la Reserva Federal a retrasar de nuevo el tapering de su programa de compra de bonos. Así que las tasas permanecerán bajas en el corto plazo, pero distorsionarán aún más los mercados financieros y demorarían la restauración de una política monetaria sostenible. Y debido a que el dólar por ahora seguirá siendo la divisa de reserva del mundo, habrá mayores primas de riesgo para todos los que tengan un crédito. Las repercusiones se sentirán no sólo en los mercados y la economía de Estados Unidos, sino en todo el mundo, especialmente en los países en desarrollo, que ya pagan una prima de riesgo todavía más alta por acceder al crédito.

Aún así, sigo siendo optimista. Si nuestros políticos se muestran preparados –y capaces– de asumir un enfoque bipartidista que evite otro cierre por el techo de la deuda y de abordar las cuestiones de déficit a largo plazo, podemos minimizar un daño a largo plazo en la economía y restaurar nuestra reputación como una nación de principios comprometida con el cumplimiento de sus obligaciones. Sobre todo, la siguiente ronda de discusiones presupuestarias debería demostrar que el sistema político estadounidense aún funciona.

Pero si nos aproximamos al 2014 al son de guerra en Washington y reviviendo el discurso de una potencial falta de pago, los compradores de bonos del Tesoro de Estados Unidos en el extranjero probablemente reaccionarán más rápido para diversificar sus tenencias, con todas las consecuencias globales que esto conlleva. Todos los miembros del Congreso –conservadores y progresistas por igual– deben recordar que Estados Unidos es una nación endeudada, dependiente de los inversionistas internacionales que tienen más de $5 billones –o casi 50 por ciento – de los bonos federales de tenencia pública. Esta es la razón por la que los debates presupuestarios tienen ramificaciones globales.

El daño a corto plazo ya está hecho; la siguiente ronda de discusiones sobre el presupuesto debe mostrar que el sistema político aún funciona. Si nuestros líderes pueden regresar a los estándares de buena fe, deliberación civil y respeto mutuo que han supuesto siempre los fundamentos de nuestro liderazgo económico global, podemos restaurar la confianza de todos los estadounidenses, así como de los líderes empresariales, inversores y mercados en todo el mundo, y con ello, el potencial para un nuevo resurgimiento económico de Estados Unidos a largo plazo.

Laurence Fink
El autor es Presidente y CEO de BlackRock

(Esta columna se publicó originalmente el lunes en el Financial Times de Londres)

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