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Opinión: la vieja obsesión de un título en la nueva Copa América

Opinión: la vieja obsesión de un título en la nueva Copa América

Como hace 24 años, el hincha se deja llevar por la quimera de ver a la Roja campeona, mientras el técnico Sampaoli apela al discurso de los “kamikazes” para motivar a sus soldados de élite.


Tan peligroso como cualquier mensaje populista, la promesa de un título de la Copa América para los chilenos tiende a atrapar engañosamente a quienes suponen que el “dueño” de la fiesta siempre puede quedarse con la reina del baile…

Con matices y circunstancias históricas distintas, el fenómeno actual de una hinchada que deposita en Jorge Sampaoli y su tropa el peso del favoritismo para quedarse con el título, fue igual de tangible hace 24 años cuando se disputó en Chile la Copa América 1991.

El país recién transitaba el umbral de su anhelado retorno a la democracia, con Patricio Aylwin liderando aquella transición “en la medida de lo posible”, y el nacionalismo deportivo se encendió luego de que el memorable Colo Colo de Mirko Jozic conquistara en junio la Copa Libertadores.

Por razones naturales, esa “colocolitis” triunfalista se viralizó hasta una Selección que –dirigida por Arturo Salah en su plenitud técnica- llegaba a la cita con un plantel estelar, sustentado en una base de jugadores albos y tres estandartes ofensivos de consolidado prestigio internacional: Iván Zamorano del Sevilla español, Hugo Eduardo Rubio del Saint Gallen suizo e Ivo Basay, del Necaxa mexicano.

El “medio”, esa entelequia que siempre intenta resumir las aspiraciones del público, el marketing y la prensa, le adosó a la Roja la obligación expresa de repetir la hazaña de Colo Colo y dejar en nuestro país la primera corona sudamericana.

DEL INGENIERO…

Patricio Toledo era el arquero y, a despecho de su elección como el mejor de América, nunca sabremos si habría o no triunfado igual que Claudio Bravo en el Barcelona. Pero aquél era un plantel capacitado y de jerarquía internacional, liderado técnicamente por un entrenador de estilo metódico y conservador, con una atildada organización de juego y apego táctico a los cánones más tradicionales de la época.

Mientras la prensa postulaba un título para Chile sin reparar demasiado –igual que hoy- en las virtudes de Argentina y de Brasil, la polémica superficial de entonces se centró en si Salah arriesgaría reunir en ataque a Basay y Zamorano, dos líderes de personalidad firme que no sintonizaban en su plano personal.

Si ello no ocurrió tampoco incidió demasiado en la suerte de la Roja, que quedó tercera cumpliendo con un ABC clásico detrás de los campeones albicelestes y de los brasileños. Más allá de cuestionamientos y expectativas generales, esa ubicación tradujo fielmente la lógica del realismo y la fantasía: las capacidades del equipo no equipararon el nivel de aquellas exigencias que nacen más de la pasión que de la razón.

…AL SAMURAI

Hoy, la organización de una nueva Copa América impone similares propósitos al equipo nacional de Jorge Sampaoli, avalado por una generación dorada, que individualmente reditúa glorias y triunfos en la refulgente vitrina europea. La prensa más pasional predica con la misma fe de los jugadores que “Chile tiene potencial para ser campeón en su casa”, como si argentinos y brasileños no contaran hoy con emblemas tan formidables como Lionel Messi y Neymar Júnior.

Ya en las proximidades de la apertura del torneo, el técnico tropieza con algunos contratiempos en la preparación –lesiones y reglamentación de la FIFA para la cesión de jugadores desde clubes el Viejo Continente- y de pronto su discurso confunde la motivación con algunos conceptos que parecían abolidos de la fraseología futbolera. “Quiero once kamikazes, once fanáticos en la cancha”, expresa el entrenador, recordando la actitud y agresividad colectiva implantada como sello por Marcelo Bielsa en el proceso hacia Sudáfrica.

Sin embargo, el mensaje tuvo efecto contradictorio, no sólo por la pintoresca alusión a los míticos guerreros suicidas de la cultura japonesa, sino porque a estas alturas de 2015 los mejores equipos del mundo no se encomiendan al poder combativo de sus “guerreros” como valor superlativo, sino que prefieren sublimar la riqueza técnica de sus exponentes.

Como sea, muchos coincidieron en que el “autogol” dialéctico de Sampaoli –o de sus asesores- podría afectar la correcta focalización de la Roja para responder a su favoritismo en la Copa América o, de pronto, terminar siendo una suerte de “harakiri” simbólico para el samurái de Pinto Durán.

En rigor, ya sea luchando en forma enceguecida a la usanza nipona o explotando cerebralmente la categoría de sus “soldados” de élite, la Selección se acerca a una multitudinaria cita sudamericana que le presiona con organizar la mejor fiesta y conquistar a la reina del baile.

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