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C1-2, la brigada secreta de la CNI que espiaba a Frei y la Democracia Cristiana PAÍS

C1-2, la brigada secreta de la CNI que espiaba a Frei y la Democracia Cristiana

Carlos Basso Prieto
Por : Carlos Basso Prieto Unidad de Investigación de El Mostrador
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Originada en la agrupación “Chacal” de la brigada Purén de la DINA, la unidad de la CNI dedicada a espiar a políticos de centro y de derecha, en plena dictadura, efectuaba seguimientos, escuchas telefónicas, filmaciones, infiltraciones y hostigamientos en contra de sus blancos. Su desconocida historia, que fue quedando en evidencia en la ahora sobreseída investigación por la muerte de Eduardo Frei Montalva, revela también los cinematográficos seudónimos que usaban los líderes de la CNI y parte de la organización interna de esta.


Al revisar las declaraciones de los exagentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI) contenidas en el expediente por la muerte del presidente Eduardo Frei Montalva es imposible no recordar al personaje de “M”, letra con la cual Ian Fleming llamaba en las novelas de James Bond a la jefa del superagente, en un evidente guiño a la forma en que forma en que en el MI-6, como se conoce popularmente al Secret Intelligence Service (SIS) británico, ha sido tradicionalmente llamada la persona que lo dirige: “C”, letra que se cree se utiliza para abreviar el concepto de “Chief” (jefe o jefa).

Nunca sabremos si quienes diseñaron la arquitectura interna de la extinta Central Nacional de Informaciones (CNI) tenían todo esto en cuenta o se trató de simple casualidad, pero el hecho es cuando Humberto Gordon asumió como jefe de ella, en 1980, pasó a ser llamado “A”.

Como lo explicó judicialmente el exoficial de la CNI Roberto Schmied Zanzi, quien seguía a Gordon en el mando (Gustavo Rivera) era llamado “B” y, por supuesto, el tercero (de quien no especificó su nombre) era “C”. De este dependían varias unidades, entre ellas la que comandaba Schmied, dedicada a la búsqueda de información y designada con la sigla “C1”, que es como lo conocían a él dentro del organismo represor.

Como en cualquier organigrama, de C1 se desgajaban a su vez varias unidades: “cada una de ellas tenía una función de recopilación de información de distintas áreas, ya sea política, sindical, educación, religión y laboral. Toda la información que se reunía era enviada al estado mayor, donde había analistas que procesaban esta información”, precisó al declarar en el caso Frei, cerrado en forma definitiva la semana pasada por la Segunda Sala de la Corte Suprema, la cual compartió la opinión del tribunal de alzada de la capital, el cual ya había declarado que en la investigación por el deceso del presidente Frei no existían antecedentes suficientes como para considerar que se había cometido un homicidio, decretando la absolución de las seis personas que fueron condenadas en primera instancia, entre ellos el exchofer del mandatario, Luis Becerra Arancibia, así como el exagente de la CNI Raúl Lillo Gutiérrez que, bajo el seudónimo de “Manuel Arriagada” era subjefe del C1-2, la brigada de la CNI dedicada a espiar, entre otras cosas, a los partidos de centro y de derecha.

Como explicó también ante los detectives que indagaron la muerte del presidente Eduardo Frei otro agente de la CNI, Sergio Canals Baldwin, de “C1” dependían las unidades C1-1 (inteligencia subversiva), C1-3 (inteligencia laboral), C1-4 (inteligencia especial) y una dedicada a investigar el sector educación, que puede haber sido C1-5.

C1-2, en tanto, es solo descrita como la unidad dedicada a la religioso y político, pero la historia de esta no comienza con la CNI, sino que va mucho más atrás, a la época de su antecesora, la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y sus brigadas de nombres rimbombantes y de una en especial: la Brigada Purén.

Los orígenes en la DINA

Más allá de los resultados negativos que arrojó la investigación iniciada por el juez Alejandro Madrid por el caso Frei, las indagaciones realizadas en torno a la muerte de quien fuera presidente entre 1964 y 1970 y falleciera en la clínica Santa María en 1982, poco después del homicidio de Tucapel Jiménez, arrojaron luz sobre una serie de hechos que, hasta antes de ello, estaban en las sombras, como -por ejemplo- los planes del Ejército de desarrollar armas bacteriológicas y cómo estas fueron “probadas” en contra de presos políticos internos en la cárcel pública (dos de los cuales murieron, como consecuencia de la bacteria botulínica que introdujeron en su comida), las relaciones entre el Instituto Bacteriológico del Ejército y Colonia Dignidad, por medio de Hartmutt Hopp; así como la destrucción de los archivos de inteligencia de la época de la dictadura.

También, gracias a esa indagatoria, hoy es posible entender que la dictadura no solo espiaba a la izquierda chilena, sino también a los partidos percibidos como “de centro” y, además, a la propia derecha, lo que hacía fundamentalmente por medio de la unidad C1-2, que funcionaba en el que cuartel central de la DINA, ubicada en calle Belgrano 11 (actual calle Periodista José Carrasco Tapia), ubicada a 200 metros de la alameda, por Vicuña Mackenna.

Como explicó uno de los agentes de C1-2, el sargento de Carabineros Juan Duarte Gallegos, lo que inicialmente fue la Brigada Purén en la DINA, dirigida por el oficial de Ejército Gerardo Urrich González, es lo que en 1977, con el fin de la policía secreta dirigida por Manuel Contreras y su rebranding como “CNI”, pasó a llamarse “C1”.

El cambio fue solo cosmético, pues todos los agentes que operaban en Purén pasaron a C1 y siguieron efectuando las mismas tareas que realizaban antes, aunque con algunos matices. Inicialmente, como dijo a la justicia Raúl Lillo, Purén estaba dividida en cinco áreas: Salud, educación, religión, sindical y política (el jefe de esta última era el detective Hugo Favres Bocaz), aunque solo se dedicaban a los partidos de centro y de derecha, pues los movimientos, grupos y partidos de izquierda estaban a cargo de otras brigadas, cuya misión era no solo espiar, sino -en la mayoría de los casos- aniquilar a sus cuadros más importantes, como sucedió con las dirigencias de los partidos socialista, comunista y con el MIR.

En Purén, aparte de la DC, se espiaba a los militantes de los partidos Nacional, Radical y Liberal, como confesó el exagente Ernesto Gutiérrez Rubilar, quien dice que la agrupación dedicada a ello se conocía como “Chacal”. Según él, “me correspondió conocer la identidad de los dirigentes políticos, como también las actividades y reuniones que realizaban. También se realizaban seguimientos discretos. En general debíamos estar al día en sus desplazamientos (y) de sus actividades”.

La DC, el blanco principal

Uno de los principales focos de espionaje era la Democracia Cristiana. Como explicó el sargento de Carabineros Rudeslindo Urrutia Jorquera, “me correspondió trabajar la estructura política de la Democracia Cristiana, establecer los nombres de sus dirigentes, sus actividades, reuniones y objetivos. También se realizaban escuchas telefónicas a los dirigentes políticos”.

Lillo añadió que “teníamos un libro de todas las personas inscritas en el Partido Demócrata Cristiano”, explicando que cuando pasaron a la CNI, “la brigada C1-2, encargada del área política y sindical, estaba a cargo del oficial de Carabineros Miguel Hernández Oyarzo”. Este respondía a Schmied, “quien tenía la responsabilidad del área política y sindical y era él quien informaba directamente al Director de la CNI, el general Gordon, de nuestras actividades y resultados que obteníamos del área política”, indicó Lillo.

Debajo de Hernández, quien usaba la chapa de “Felipe Bascur” venía Lillo y a él lo seguían “once agentes, todos suboficiales de Carabineros, de Ejército y empleados civiles, a quienes separé por partidos políticos”.

“El Partido Democracia Cristiana lo trabajaban los suboficiales de Carabineros Héctor Lira Aravena, Enrique Gutiérrez Rubilar, Rudeslindo Cerda Urrutia, Juan Duarte Gallegos, Clodomira Reyes Díaz, Pedro Alfaro Fernández, como escribiente, y los suboficiales de Ejército Nelson Hernández Franco, Luis Mora Cerda y los empleados civiles Jaime Márquez Campos”, precisó ante el ministro en visita.

Contaban con un libro bibliográfico de los partidos de centro y de derecha, en el cual tenían antecedentes de todos quienes estaban vinculados a ella, incluyendo “sus cuentas corrientes, información del Servicio de Registro Civil e Identificación, fotografías, red familiar, empresas asociadas a estas personas”, agregó Lillo, añadiendo que “entre las personalidades públicas que teníamos de nuestra responsabilidad estaba el expresidente de la República, don Eduardo Frei Montalva, de quien no era necesario realizar seguimiento de su persona, ya que manteníamos un buen nivel de infiltrados e informantes de su partido político”.

Asimismo, comentó que “cuando existían reuniones políticas donde participaba don Eduardo Frei se concurría discretamente y se anotaban, de sus participantes, las patentes de sus vehículos, que después eran chequeadas con el Registro Civil”.

Frei sabía perfectamente bien que era espiado. Como relató su hija Carmen, “antes y después del plebiscito mi padre era seguido en Chile y entiendo que también en el extranjero”.

Además, indicó que “estuvimos siempre conscientes de que nos seguían o que podían grabar a mi padre. En su oficina de calle Huérfanos entraba al baño y hacía correr el agua potable para contar algo confidencial. Todo lo anterior se agravó después del plebiscito”.

Manuel Contreras, el jefe de la DINA, estaba personalmente preocupado del espionaje y el seguimiento a Frei, a tal punto que en cierta ocasión en que unos maestros estaban martillando la interior de la casa del fallecido presidente, en calle Hindenburg (Providencia) “a los pocos minutos llamó el general Manuel Contreras, Director de la DINA, preguntando si había pasado algo en su hogar, porque ´tenía conocimiento de que había sucedido algún percance en su casa’. Mi padre le contestó que lo único raro que podía haber escuchado eran los golpes de los martilleos de los maestros. Así entendió mi padre, desde años antes de su enfermedad, que existían micrófonos instalados en su casa para vigilarlo”, especificó la exsenadora.

Otro antecedente en el mismo sentido lo aportó el exagente Urrutia, que relató que cuando Eduardo Frei Montalva importó un automóvil desde el extranjero, lo mandaron a las oficinas del Servicio de Impuestos Internos (SII) en Providencia, a fin de averiguar si se habían pagado las tasas de importación. No obstante, la jefa de la oficina sospechó de sus preguntas y ante eso ella llamó a Contreras, luego de lo cual recibió el visto bueno para seguir, concluyendo que lo que esperaban era que no se hubieran pagado los impuestos, a fin de tener con qué hostigarlo.

No era lo único. Entre los testimonios de los exagentes también existe constancia de que (como pasó con Andrés Zaldívar) a veces los mandaban a seguir a los dirigentes de la DC con la instrucción expresa de que -contrariando la norma básica del espionaje, que es la clandestinidad- tenían que ser vistos, a fin de intimidar a quienes seguían. Sin embargo, no se limitaban a eso. En cierta ocasión, como testificó también Eugenio Ortega (esposo de Carmen Frei, actualmente fallecido), su suegro estaba en una cena en casa de Oscar Pinochet de la Barra cuando un vecino llamó, diciendo que había visto a desconocidos merodeando los autos estacionados afuera.

Salieron y “al observar el auto de don Eduardo, le encontraron, en el ángulo que se hace entre el capó y el parabrisas, dos paquetes alargados, de los cuales salían alambres hacia el motor”. Luego, al retornar a la casa para llamar a Carabineros, “observan que debajo de las flores adyacentes al porche de entrada había una casa de zapatos con un sonido de reloj”. Ortega precisó que la policía uniformada fue al lugar y efectuó una explosión controlada de dicho reloj. En la caja había una suerte de masilla que parecía explosivo plástico.

La infiltración

Parte importante la información que obtenían en la CNI provenía de informantes pagados, uno de los cuales fue Julio Olivares Silva, auxiliar de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF) y quien, años más tarde, relataría a la PDI que había estado procesado (aunque luego fue absuelto) en el caso por el crimen del líder de la ANEF, Tucapel Jiménez. Según Olivares, “en el año 1976 aproximadamente me relacioné con la DINA. Me contactaron ellos a través de un agente”, pues “les interesaba saber información a través de mí de los dirigentes sindicales que concurrían a esa asociación”.

Debía ir dos veces por semana al cuartel de la DINA y “cuando me citaban me relacionaba con don Manuel, el jefe del área política de la CNI, que después supe que se llamaba Raúl Lillo Gutiérrez. Después me contactaba con otro jefe, a quien conocía como Felipe, que después supe que se llamaba Miguel Hernández Oyarzo”, añadiendo que “como informante, debía mantener(los) al día de las actividades de los dirigentes políticos que concurrían a la ANEF, de sus integrantes y reuniones”.

Otro de los informantes estrella que tuvo la brigada C1-2 fue Luis Becerra Arancibia, quien llegó muy joven a trabajar a la casa de los Frei y se convirtió finalmente en el chofer del mandatario, creándose una relación muy estrecha. Según el testimonio judicial de Becerra (que prestó servicios a la Armada entre 1973 y 1976, pese a lo cual fue detenido varias veces en 1975) se convirtió en informante luego de la muerte de Frei Montalva, cuando otro militante de la DC lo invitó a reunirse con agentes de la CNI y allí fue extorsionado, de acuerdo con él, por la amenaza de los agentes de hacerle algo a su hija, que en ese tiempo convivía con un integrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR, que fue creado en 1983). Luego de eso, dijo, conversaba con Lillo, quien “me contactaba en los alrededores de mi casa y en otras oportunidades me citaban en el Parque Forestal, donde procedía a entregarle información del Partido de la Democracia Cristiana”.

Sin embargo, dicha versión no convenció en su momento al juez Madrid, dado el testimonio de uno de los agentes de C1-2, Ernesto Gutiérrez Rubilar, según el cual “cuando don Eduardo Frei Montalva viajaba al extranjero nos enterábamos a través de un informante del señor Lillo, que al parecer era chofer, quien lo trasladaba al aeropuerto”. Sin embargo, como ya está indicado, Becerra fue finalmente absuelto en dos ocasiones.

Seguir a Frei

Casi todos los agentes que fueron interrogados en el caso Frei coincidieron en señalar que este era un objetivo importante, como lo explicó Ernesto Gutiérrez:

Del expresidente Eduardo Frei Montalva había una carpeta personal, la cual yo manejaba recopilando información tanto de fuentes abiertas como de informantes, los cuales manejaban exclusivamente el teniente Hernández y el señor Lillo. Respecto de los seguimientos que (se) realizaban al señor Frei, estos los practicaba cualquiera de nuestra agrupación, pero solo cuando existía un antecedente importante”, precisando que ellos se enteraron de la internación de este por medio de la prensa, aunque “posteriormente el señor Raúl Lillo, a través de un informante en la clínica, de quien ignoro su identidad, pudo recabar más información, pero solo recuerdo que esta tenía relación con su estado de salud”.

Juan Duarte, en tanto, aseveró que “con relación al expresidente don Eduardo Frei Montalva, en algunas ocasiones tuve que concurrir a su domicilio, como vigilancia discreta, y observar movimientos de personas que ingresaban o salían de su residencia, las cuales debíamos identificar”.

Asimismo, respecto de su internación en la clínica Santa María “como en dos oportunidades me ordenaron concurrir a esa clínica para conocer el estado de su salud, donde llegué solamente hasta la recepción en el primer piso y ahí como cualquier persona podía conocer su estado de salud”. Por cierto, como especificó, él no era el único blanco, pues “nuestro trabajo de inteligencia era infiltrarnos en las reuniones de los dirigentes políticos y recabar información de sus actividades, identificar a sus integrantes, sus objetivos”.

Lo anterior fue reafirmado por el exagente Urrutia Jorquera, quien recordó ante los investigadores que en 1981 “me correspondió hacer las carpetas de los diferentes dirigentes políticos de la época. Recuerdo a don Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin Subercaseaux, Andrés Zaldívar Larraín. Para ese efecto recibíamos una orden escrita, que presumo venía del comandante Pedro Espinoza Bravo, si venía de un superior, y esta la recibía nuestro jefe directo, el oficial de Carabineros Miguel Hernández, quien la ingresaba en un libro y nos la entregaba. Estas órdenes señalaban que debíamos investigar las actividades de estos señores dirigentes, con quienes se relacionaban, sus actividades, reuniones, de los que menciono anteriormente y otros. Casi todos tenían oficinas en el centro. Don Eduardo Frei tenía en calle Huérfanos. Teníamos que hacerle seguimientos, anotar patentes de los vehículos, con quienes se juntaban”. Además, el exagente de C1-2, Héctor Lira Aravena, admitió que “en algunas ocasiones filmábamos” las actividades de sus blancos.

El espionaje telefónico

El espionaje telefónico (y seguramente por medio de micrófonos) se efectuaba desde la División de Telecomunicaciones de la CNI, al mando de Jorge Vizcaya Donoso, ubicada en la casona de calle República 517, donde más tarde se instalaría también la jefatura de esa policía secreta. Según Gutiérrez, las escuchas “llegaban transcritas a nuestra brigada. Las conversaciones de don Eduardo Frei Montalva que realizaba desde su casa me llegaban transcritas, las que analizábamos y guardábamos en su carpeta”.

Sin embargo, las memorias de Urrutia al respecto era un tanto distintas, pues según él “tenía que concurrir al cuartel general, en calle República, y en una ventanilla que estaba en el subterráneo me pasaban un casete que uno lo solicitaban por número, el que identificaba a una persona o una sede. Luego me iba a una caseta, donde procedía a escucharla y transcribía lo que era importante. Luego debía entregar el casete en la misma ventanilla, donde firmaba un libro. Esta información la llevaba a mi unidad y dependiendo de la importancia se informaba o se guardaba en una carpeta”.

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