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El fussball (*) según Günter Grass

El fussball (*) según Günter Grass

Atípico por donde se mire este Premio Nobel de Literatura que murió días atrás. Como intelectual, porque fue uno de esos escasos pensadores que amó este deporte popular. Y como hincha, porque nunca olvidó que el fútbol es mucho más que una pelota rodando en una cancha, y que cobija por igual a lo mejor y lo peor de una sociedad.


Tal como el calvo uruguayo, este alemán grandote y de aspecto tosco se afanó siempre en usar a la literatura para reflexionar certeramente sobre la realidad contemporánea, con todos sus pliegues. Y al igual que el charrúa, esa lucidez lo llevó a no dudar en escribir sobre un tópico que muchos intelectuales y escritores desprecian: el deporte más popular del mundo.

“Cosas del fútbol”, dirán los más peloteros sobre el coincidente fallecimiento de Eduardo Galeano y Günter Grass este lunes 13 de abril. Uno en Montevideo, el otro en Lübeck, la partida de ambos deja una prolífica estela de textos maravillosos en que el balompié tuvo su espacio propio.

Si Galeano muchas veces escribió desde la perspectiva del hincha que él mismo fue, a imagen y semejanza de todos los que llevan al fútbol pegado a la piel, Grass lo hizo más bien para contrabandear reflexiones sobre las contradicciones patrióticas, raciales, políticas, sociales y culturales que siempre criticó a su patria alemana.

Grass nació y vivió en medio de claroscuros.

De partida, su nacimiento en Danzig, una de las tantas ciudades que las centenarias guerras europeas han zarandeado de lado y lado. Él vio la luz en 1927, cuando la ciudad era alemana. Hoy, como ya lo había sido antes, es polaca y se llama Gdansk, donde en 1980 surgió el Sindicato Solidaridad que liderado por Lech Walesa abrió una de las primeras grandes brechas en el monolítico imperio soviético.

Enseguida, por su adolescente afiliación a la Juventud Nazi, en medio de la Segunda Guerra Mundial, pecado juvenil que mantuvo avergonzadamente oculto hasta que en 2006 decidió revelarlo y dar de ahí en adelante públicas, reiteradas y tal vez comprensibles explicaciones ante una asombrada comunidad alemana y mundial que no entendía tamaña contradicción de parte de un intelectual que dedicó su vida literaria a meter el dedo en la llaga de los pecados germánicos.

En el fútbol, por ejemplo, no dejó nunca de recordarles a sus orgullosos compatriotas que parte de la grandeza alemana se debía al aporte de los muchos y muy buenos jugadores de origen polaco que representaron a la “Maanschaft” desde sus albores. Los aficionados más veteranos recordarán al triple mundialista Jürgen Grabowski, excelente delantero que defendió a Alemania en 1966, 1970 y 1974. Los más jóvenes han sido testigos de la calidad vigente de Miroslav Klose (goleador histórico de los Mundiales) y Lukas Podolski. Entremedio ha habido centenares de jugadores similares a ellos.

Ese fenómeno que lo toca en su fibra más íntima lo refleja en un relato de su libro “Mi Siglo” (1999), donde repasa la historia alemana de la pasada centuria a través de 100 piezas reflexivas y anecdóticas.

Apelando a la figura de un dirigente, revive la primera final de la Copa Alemania, en 1903, disputada en Altona, entre el VFB de Leipzig y el Deutscher FC de Praga (el equipo de la minoría germana en la capital checa), ganada por los primeros 7 goles a 2. Este partido no fue elegido al azar por Grass. Tal como Polonia, parte de Checoslovaquia fue acaparada por Alemania poco antes de la Segunda Guerra Mundial bajo la justificación nazi de que mucha de su población tenía sangre germana. Y tal como Polonia, acabada la conflagración, el territorio pasó de nuevo a manos checoslovacas.

Casi todo el relato consigna la impronta alemana y checoslovaca. Pero en el final le hace el guiño a los polacos: “Los once (del Leipzig) lucharon como un solo hombre, aunque Bruno Stanischewski, al que llamábamos sólo Stany, dio a conocer ya lo que los jugadores de origen polaco han hecho, con el paso de los años, por el fútbol alemán…Puedo decir sin temor: desde el campeonato de Altona, el fútbol alemán fue cada vez a más, en gran parte gracias a la alegría de juego y la peligrosidad ante la puerta de aquellos polacos germanizados”.

El segundo relato se sitúa en 1954, durante el Mundial de Suiza, cuando Alemania gana inesperadamente el torneo a la maravillosa selección húngara liderada por Ferenc Puskas. Aquí Grass rescata el valor de esta victoria para la recuperación de la moral alemana, aplastada tras la segunda conflagración mundial. Pero también sugiere cómo la sensación de injusticia puede frustrar los intentos de reconciliación.

Ocupa para ello a un consultor financiero que años más tarde del Mundial intenta reunir al capitán del equipo teutón Fritz Walter y a Puskas para sacar un rédito comercial. Pero ambos se niegan rotundamente. De las razones de Walter no se ocupa. Pero en el caso de Puskas, entonces todo un triunfador en el Real Madrid, especula con un posible resentimiento por el gol que le fuera anulado casi al final del partido y que hubiese significado el empate 3-3 y la consiguiente definición en tiempo extra.

Como sea, Grass reconoce el impacto de ese título en la autoestima de sus compatriotas haciendo reflexionar a su personaje: “…me acomete a veces una idea: qué hubiera sido del fútbol alemán si el árbitro, cuando Puskas marcó, no hubiera pitado ‘fuera de juego’, nos hubiéramos quedado atrás en la prórroga o hubiéramos perdido el inevitable partido de repetición, y nos hubiéramos ido nuevamente vencidos y no como campeones del mundo…”.

Tal vez el más lúcido y genial de los tres relatos es el que recuerda el partido de las dos alemanias en el Mundial de 1974. En el mismo grupo en que estaba Chile, Alemania Federal enfrentó a la República Democrática Alemana, la que venció 1-0 a los futuros campeones con gol de Jürgen Sparwasser. La paradoja de una nación dividida por un muro ideológico y de cemento la refleja Grass al apelar a Günter Guillaume, el espía comunista que se infiltró en las altas esferas del gobierno socialdemócrata de Willy Brandt. Ya cumpliendo su condena en prisión, Grass lo sitúa en su celda escuchando el partido por radio y reflexionando sobre su doble condición de alemán y espía, sin saber al final a qué selección debía apoyar.

NO AL USO COMERCIAL

Futbolísticamente, Grass fue hincha del Friburgo, actual militante de la Primera División de la Bundesliga. Pero hasta ahí llega su relación con el fútbol desde la aproximación emocional que suele dominar a todo fanático.

Porque nunca dejó de observarlo racionalmente, como uno de los tantos reflejos de una sociedad. Esta otra perspectiva lo hizo admirar y encariñarse con un club profesional más pequeño, pero cuya singularidad ha sido desde su aparición el representar los ideales más alternativos y antifascistas del balompié germano. Es el Sankt Pauli, afincado en Hamburgo, con el cual el escritor colaboró estrechamente.

El simbolismo más certero de esta relación que Grass ocurrió en el año 2004, cuando ayudó a las arcas del pequeño club hamburgués al leer públicamente pasajes de su libro “Mi Siglo” en el Millerntor Stadio, ante unas dos mil personas. Grass siempre se regocijó recordando que “el acto tuvo el formato de un partido: 45 minutos, pausa y otros 45 minutos. Y al final yo mismo di el silbatazo final… sin prórroga”.

Al explicar su apoyo a un club del que no fue un hincha visceral, dijo que lo hacía por su identificación con el fútbol popular. “La comercialización del fútbol me parece terrible”, planteó antes del Mundial disputado en su país en 2006.

Esa misma vez, embistió contra el máximo controlador del balompié mundial. “La FIFA es una asociación de cobardes, que ha hecho de todo para convertir el deporte en un negocio y lo ha alejado de la gente […] disfruto más con los partidos de Segunda y Tercera, porque son más populares, auténticos y cercanos”.

ACEPTACIONES FINALES

Implacable en su juventud y adultez, Grass admitió con el tiempo que mucha de la distancia ética con su país se había atenuado. Incluso confesó que había terminado por entonar el himno patrio antes de los partidos de la selección porque entender que aun cuando habla de una “Alemania unida”, lo hace “unida en libertad y justicia”.

También aceptó que había llegado a insultar árbitros. “Voz en grito”, porque es “un gesto que convierte a los estadios en una válvula de escape”, justificó, tal como lo haría un hincha cualquiera en cualquier cancha del mundo.

Como parte de su acercamiento más pedestre hacia el fútbol, dijo también en 2006 que, aunque tardía, en su madurez se decidió por jugarlo. “Ya a los 50, empujado por la afición de mi hijo pequeño, disputé un encuentro. Acabé exhausto, y no pude mover la rodilla durante cuatro días. Pero mi hijo estaba orgulloso, y eso me bastaba. Incluso puse algún centro digno, al más puro estilo de Lahm (seleccionado alemán que disputó los mundiales de 2006, 2010 y 2014)”, recordaba en una entrevista dada al Süddeutsche Zeitung.

Allí mismo dijo que, como era de suponer, su puesto elegido era el de puntero izquierdo.

(*) fútbol, en alemán

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