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Recuerdo: la hazaña de la Selección Chilena a días del Golpe

Recuerdo: la hazaña de la Selección Chilena a días del Golpe

El 26 de septiembre de 1973 la selección que dirigía Luis Álamos dio un paso gigantesco para clasificar al Mundial de Alemania al resistir sin fisuras el asedio constante de la Unión Soviética, en Moscú. Elías Figueroa y Alberto Quintano fueron los pilares para un andamiaje futbolístico inédito.


Salieron del país viviendo una experiencia que ninguna otra delegación deportiva soñó: buses militares fueron a buscar a sus casas a cada integrante y los trasladaron en medio de una ciudad desierta hasta el aeropuerto.

El toque de queda imperaba por esos días, y desde el anochecer Santiago vivía en un silencio que sólo interrumpían los disparos. El clima de tensión vivido en el trayecto no lo olvidaron nunca.

A pocos días del bombardeo de La Moneda, la muerte de Salvador Allende y la asunción al poder de una Junta Militar encabezada por el general Augusto Pinochet, los dirigentes del fútbol tuvieron que utilizar muchos argumentos para convencer a las nuevas autoridades de la conveniencia de que la selección de fútbol se presentara a jugar en Moscú, contra la Unión Soviética, por las eliminatorias del Mundial de Alemania. La inasistencia significaba no sólo una sanción para el fútbol nacional, sino otro desprestigio para el país, cuya imagen externa estaba absolutamente deteriorada después del 11 de septiembre.

Autorizada la salida, los seleccionados partieron sin saber qué les iba a ocurrir en un lugar previsiblemente inhóspito.

Dos partidos, uno en México y otro en Suiza, relajaron un poco a los jugadores. Pero al pasar por Alemania volvió la preocupación: allí les comunicaron la ruptura de relaciones con la Unión Soviética.

Dos horas los tuvieron. a su llegada, en una sala del aeropuerto de Moscú. Temieron, incluso, que los tomaran de rehenes. Estaban solos, sin posibilidades de comunicarse con nadie, en un país ‘enemigo’.

Luis Álamos era el director técnico del equipo chileno, que había ganado un grupo clasificatorio sudamericano dejando en el camino a Ecuador y Perú, y que ahora buscaba los pasajes definitivos para el Mundial del próximo año.

Durante el viaje había realizado un trabajo sicológico en el que era maestro. Primero, hacerles olvidar todo lo que no fuera el partido mismo. Después, prepararlos para el hecho de que en defensa iban a actuar Alberto Quintano y Elías Figueroa, que nunca habían jugado juntos.

Una gira realizada a España con Colo Colo, algunos meses antes, le sirvió a Luis Alamos para sacar conclusiones valiosísimas para aplicar en el Estadio Lenin. Allí había visto jugar al Dínamo, campeón soviético. Y se convenció de que no podía aspirar al éxito sin esa pareja de extraordinarios defensas centrales. Sobre esos pilares iba a construir todo el andamiaje defensivo que con tanto éxito iba a funcionar durante los 90 minutos.

Les llamó la atención a los “rusos” que Chile entrenara tres veces en los dos días que permaneció en Moscú. El único objetivo de esas prácticas era conseguir que Quintano y Figueroa se adaptaran entre sí.

Antes del partido no hubo arengas. Pero sí reiteradas instrucciones sobre la forma en que debía actuar cada jugador. Alamos les explicó cómo jugaban los adversarios y cómo contrarrestarlos. Les advirtió sobre el aluvión que tendrían que soportar en los primeros veinte minutos. Les pidió que, pasara lo que pasara, mantuvieran la tranquilidad. Les insistió en la importancia que el partido tenía para el país.

Los aficionados chilenos no pudieron ver ni escuchar lo que ocurrió esa tarde en el Estadio Lenin: las autoridades soviéticas se opusieron a las transmisiones. Para conocer los detalles del histórico 0-0, hubo que esperar a que regresaran.

Y lo que contaron los viajeros coincidía con el juicio del entrenador, que calificaba al partido como “un infierno”.

Ante unas 60.000 personas que no manifestaron ninguna hostilidad hacia el equipo chileno, la defensa nacional resistió heroicamente el constante asedio soviético. El arquero Juan Olivares -pequeño de estatura- sólo vivió un par de angustias. Todo murió en la cabeza de Quintano y Figueroa, auxiliados permanentemente por Juan Machuca y Juan Rodríguez el primero, y por Antonio Arias y Guillermo Páez el segundo.

Francisco Valdés, Sergio Ahumada y Leonardo Véliz trataban de retener la pelota en el centro del campo, y adelante quedaba solitario Carlos Caszely.

Álamos lo graficaba en poca palabras:

“Hablar de hazaña es muy poco. Por todo lo que pasamos, ese empate fue mucho más que una hazaña”.

Después, la Unión Soviética no se presentó a jugar en Santiago. Y Chile asistió al Mundial de Alemania, donde compitió dignamente.

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