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La desgarradora entrevista del padre de uno de los terroristas que se inmoló en la sala Bataclan Mohamed viajó en 2014 a Siria con el fin de traer de vuelta a su hijo

La desgarradora entrevista del padre de uno de los terroristas que se inmoló en la sala Bataclan

El periódico vespertino francés Le Monde narra el encuentro entre padre e hijo. Cuenta que hubo una tercera persona que los siguió en todo momento y que la actitud del joven fue «fría». Samy no quiso recibir 100 euros enviados por su madre, asegurando que allí no tenían la necesidad de tener dinero.


Mohamed viajó a Siria, en diciembre de 2014, con el fin de encontrarse con su hijo Samy Amimour. La intención del padre, un franco argelino asentado en París, era convencerlo para que dejara las filas de ISIS (Estado Islámico) y regresara a casa. Pero le fue mal.

La historia fue contada por el diario francés Le Monde. Hoy toma importancia porque ese joven -buscado por su padre- fue uno de los ‘kamikazes’ que se inmoló en la sala de conciertos Bataclan el pasado viernes en París.

 


Mohamed cuenta en el reportaje cómo llegó a la frontera entre Turquía y Siria el 29 de junio de 2014. En el lugar, tomó un bus que lo llevó hasta Minbej, una ciudad a unos 80 kilómetros al noreste de Alepo. Ciudad que estaba controlada por ISIS.

Al día siguiente logró su objetivo: encontrarse con Samy, quien por su parte venía llegando de Raqqa. Localidad que fue atacada por Francia en respuesta a los atentados en París y uno de los feudos del Daesh.

Según la publicación del diario francés, el encuentro entre padre e hijo fue «frío» y hubo una tercera persona que los siguió en todo minuto.

El padre aseguró al vespertino galo que Samy ni siquiera lo invitó a su casa. Cuando quiso entregarle una carta de su madre y 100 euros, su hijo los rechazó señalando que allí no tenían la necesidad de tener dinero.

Tras este frustrante encuentro, el hombre cruzó nuevamente la frontera con destino a Estambul, donde tomó un vuelo rumbo a París.

«El viaje no sirvió para nada», dijo un derrotado Mohamed.

Entrevista Le Monde (traducción)

Mohamed, 67 años, fracasó. En junio, viajó a Siria para intentar recuperar a su hijo que partió a unirse al Estado Islámico hace un año. Un periplo de 3 semanas a una temperatura de 50 grados que lo fatigó. Un viaje que no logró que su hijo Khader vuelva.

En París, este hombre admite que nada ocurrió como imaginó. Aún cuando nunca perdió contacto con su hijo –hablaban por lo menos una vez al mes por Skype– no logró medir el impacto que el Estado Islámico tiene en sus reclutados.

En primavera, antes de partir, Mohamed, vendedor de ropa en Seine-Saint-Denis, había develado su proyecto a M. Temía que Khader fuera asesinado por los soldados de Bashar Al-Asad, el presidente sirio, pero también sabía que si su hijo volvía a Francia, podría ser condenado. El plan de Mohamed, franco-algeriano, era simple: sacar a su hijo de allí y ayudarlo a rehacer su vida en un pueblo, donde no estuviese en riesgo su vida.

Mohamed no le contó a su hijo del viaje que haría. No fue hasta que llegó a Gaziantep, cerca de la frontera turco-siria que lo contactó. Lo retó y le dio el nombre de quienes lo dejarían pasar. “Los tipos de Daesh (ISIS) son muy organizados (…) ellos llaman, no podemos recontactarlos”, explica Mohamed. Una semana después, lo suben a un minibús “con hombres, mujeres, niños, rusos, europeos, gente del Maghreb. Atravesamos un campo minado en pleno desierto”.

Finalmente, a 80 kilómetros al noreste de Alepo, en Minbej, vio ondear la bandera negra del Estado Islámico. “Era el primer check point (…) mis compañeros de viaje aplaudían”. Las familias eran enviadas a departamentos y los solteros a una caserna. “Me quitaron el pasaporte. Los nuevos yihadistas eran recibidos por una veintena de barbudos que gritaban ‘Allah Ouakbar’. Me felicitaban: ‘A pesar de tu edad, viniste a combatir’».

El día de la proclamación del califato

Esperando ver a su hijo, a quien contactó desde un cibercafé, Mohamed mata el tiempo. En el pueblo, los hombres de EI patrullan con 4×4 negras con una bandera de la organización a la hora del rezo. “Me preguntaron por qué no estaba rezando, me tomaron y dejaron frente a una mezquita”. Era el 29 de junio, el día del ramadán, la fecha elegida por Abu Bakr Al-Baghdadi para proclamar el nacimiento del “califato islámico entre Irak y Siria”.

Al otro día vio a su hijo. Khader venía de Raqqa, lo acompañaba un tipo que nunca lo dejó solo. “Fue muy frío, no me llevó a su casa ni podía preguntarle cómo estaba o si estaba herido. Le di 100 euros en un sobre, me los devolvió porque ‘no los necesitaba’”.

Devastado por la frialdad, el padre intentó hablar con amigos de armas de su hijo. Le mostraron videos de torturados por hombres de Bashar Al Asad. “Vi imágenes horribles. Me saturaron” y me llevaron a una tarea policial del EI en Minbej: “Eran unos franceses que hablaban mal árabe y la gente pensaba que eran mercenarios”.

Dos días después, Mohamed cruzó la frontera turco-siria sin dificultad. “Viajé con una francesa de ojos verdes de Montpellier y su hijo de 6 meses: su marido iba a cometer un atentado suicida y ella estaba orgullosa”. En Estambul, tomó el avión hacia el norte de Europa sin ser detenido. A la llegada, la policía no lo revisó.

Finalmente, el viaje de Mohamed no sirvió de nada. Le tomó tiempo entender eso. Su hijo se le escapó. Khader se casó. Hoy, ya no se llama Abu Misa, sino Abu Hajia (la guerra) y su madre no lo sabe. “Su madre quiere viajar conmigo porque está segura que ella será capaz de convencerlo. Yo no quiero que esté para siempre allá”.

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