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¿Presidencia pública o privada?

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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El eje de la elección presidencial es sobre quién y cómo se conduce a Chile hacia la modernidad. Si lo hace un amplio y plural movimiento político con una sólida doctrina democrática de gobierno. O lo hace la derecha, con una gran convicción unitaria sobre sus intereses económicos y corporativos, pero una débil convicción democrática y una visión instrumental de las instituciones y la política.

Con el país instalado en plena normalidad democrática, es deber de los demócratas aclararle a la ciudadanía porqué no da lo mismo votar por Bachelet que por Piñera. La explicación debe basarse en cómo la Concertación concibe la modernidad del país, en un contexto de estabilidad y crecimiento, que deriva del éxito de sus propios gobiernos.

La Concertación mayoritariamente concibe la modernidad como un desarrollo con igualdad ciudadana, e integración y protección social. La derecha piensa la modernidad como un éxito individual, basado en la apropiación excluyente de los beneficios del crecimiento, y en soluciones automáticas de mercado. La primera produce integración y paz social. La segunda visión produce marginalidad y exclusión.

La derecha tiene una concepción tecnologizada de la modernidad, que permite sólo bolsones de ella pero sin ciudadanos. La Concertación percibe la modernidad como un hecho cultural integral, del cual las tecnologías son sólo un instrumento al servicio de las personas. Por lo mismo, impulsa una vasta obra de infraestructura física y digital en el país, para que el ciudadano común se apropie de ellas, en un acto de uso público y democrático.

Esas visiones, aunque parten de supuestos aparentemente comunes, son diferentes y conducen a resultados socialmente distintos. Un ejemplo al canto. Los gobiernos de la Concertación han realizado la mayor de las transformaciones de infraestructura y conectividad física en la historia del país, entre ellas, en materia de aeropuertos. Pero pocos o ninguno de los beneficios se han traspasado a los usuarios en materia de tarifas, comodidad o certidumbre y previsibilidad horaria en los viajes internos. Sigue siendo más económico o cierto viajar al exterior.

Este es un ejemplo de las dos maneras diferentes de ver la modernidad. Una al servicio de los ciudadanos, otra como una nueva oportunidad de ganancias privadas. En un mercado tan difícil como el aéreo, es evidente que los consumidores requieren que alguien responda por la infracción de sus derechos cuando ocurre, y por el funcionamiento transparente del mercado, si es que, como ha ocurrido frecuentemente, otros operadores acusan a alguien de prácticas monopólicas.

En una sociedad de economía social de mercado, tanto el riesgo como la oportunidad son dos conceptos muy articulados y presentes. Pero la política empresarial basada en la oportunidad, como es el sesgo exhibido por Sebastián Piñera según la propia derecha, exige de una rigurosidad mayor para que no se produzca una depredación de las instituciones económicas, la competencia y los intereses colectivos y ciudadanos.

Sería absurdo y un contrasentido pensar que las empresas de transporte privatizadas, entre ellas LAN, debieran volver a manos del Estado. Sin embargo todas ellas fueron creadas o impulsadas por el Estado bajo el criterio de «utilidad y servicio público», y el hecho de que pertenezcan a privados no le quita este carácter a su operación. Y parece entonces indispensable la existencia de un control ético y legal que permita que la conectividad social del país no quede entregada libremente a la especulación.

Tampoco es correcto dejar que las «expectativas económicas», naturales en una sociedad de mercado tan informada y formada como la chilena, distorsionen el valor real de las empresas por un manejo ambiguo de su vínculo al poder político. Esa es una especulación que en cualquier caso es pura ganancia para el dueño mayoritario de ellas. En el caso de esta elección presidencial, es ganancia en la fase previa porque aumenta de manera artificial el valor de los activos. Luego de la eventual derrota, porque se vienen al suelo las expectativas, y la burbuja de mayor valor desaparece licuando el valor de la propiedad de los pequeños y medianos accionistas. Y si se gana, entonces se «confirman las expectativas».

El control de la interfase económica empresarial entre expectativa y derrota, no puede depender de un candidato presidencial. Ello lesiona gravemente las bases de una economía social de mercado en la cual los aspectos regulatorios son sustanciales, la credibilidad de las instituciones y, en definitiva, la seriedad de la política.

Si dejamos que ello ocurra, no sería extraño leer en los clasificados de El Mercurio el aviso «vendo lindo país esquina con vista al mar», o simplemente vernos expuestos a un escándalo público mayor por conflicto de intereses.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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