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El escupitajo sobre el ataúd del ex dictador


Por todo el mundo los medios globales transmitieron la noticia de la muerte del ex dictador Augusto Pinochet. También el discurso del general Izurieta durante el funeral, militar éste que posee el más alto rango en las Fuerzas Armadas chilenas. Su discurso en vez de ser neutral, por el contrario alabó lo que el ex-dictador hizo en vida como «intelectual» (porque escribió algunos «libros»), como docente, como soldado con «inteligencia visionaria», y, para realzarlo aún mas, justificó lo que hizo a partir del 11 de septiembre de 2007 hasta 1990. Todo fue dicho desde la Escuela Militar, al lado del ataúd del ex dictador, y frente a cientos de jóvenes militares que en algún momento estarán a cargo, desde la jerarquía privilegiada de sus títulos, en cuarteles militares por todo el país.



Pero en ese acto también hizo un discurso el nieto del ex-dictador, capitán activo hasta el 13 de diciembre, Augusto Pinochet Molina. Fue dado de baja de inmediato por decreto que la ministra Vivianne Blanlot firmó sin temblarle la mano. El vergonzoso discurso del nieto no sólo parecía estar apegado a una ideología neofascista (en tiempos de globalización) sino que avivó una reliquia: la guerra fría. Retomó en estos momentos lo que su abuelo a gritos llamaba, por 17 años, a eliminar «el cáncer marxista» y «sacar a los comunistas de país».



Todo eso ocurría en la Escuela Militar Bernardo O’Higgins, a la que el informe de 2004 de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (informe Valech) señala claramente en su Capítulo 6, página 185, como uno de muchos «recintos de detención» : «La mayor cantidad de detenidos se registró en 1973. Según los testimonios recogidos por esta Comisión, fueron llevados a ese recinto (Escuela Militar) hombres y mujeres que habían sido arrestados en distintos lugares de Santiago, entre los que se encontraban altos dirigentes de la Unidad Popular, los que fueron enviados posteriormente a la isla Dawson, en la Duodécima Región del país. Los prisioneros eran conducidos a un subterráneo donde se les sometía a interrogatorios. Los detenidos coinciden en denunciar que permanecieron amarrados, con los ojos vendados e incomunicados; sufrieron golpes, simulacros de fusilamiento, amenazas, aplicación de electricidad, y fueron obligados a permanecer en posiciones forzadas. También, según los testimonios, a algunos de los que fueron detenidos durante 1974, los llevaron a centros de tortura de la DINA, como el de Londres 38 y Cuatro Álamos.»



Atestado de personas, juntos a los jóvenes militares que estudian en esa Escuela, también había otros jóvenes vestidos de negro, con botas («Patria y Libertad»), y jugando con sus cadenas de supuestos karatekas (ellos aparecieron detrás de la corresponsal de PBS en Santiago cuando reporteaba desde en frente de la Escuela Militar), dos militares los azuzaban desde una tarima ante el cuerpo muerto del ex dictador, ejemplo del salvador de la patria en «momentos difíciles».



Por más que el general Izurieta haya dado de baja al capitán Pinochet Molina (lo cual quedó como el «chivo expiatorio» por el «desagravio»), lo cierto es que los mensajes quedaron pegados o reafirmados en los «discos duros» de esos jóvenes oficiales con la imagen positiva del ex dictador. Y también que lo que realizó el muerto fue lo correcto en el Chile previo y después del golpe militar en 1973. Por supuesto que ambos militares no iban a reconocer ante el país, ante la familia, y ante el mundo que los escuchaba, el río de cadáveres y desaparecidos que produjo Pinochet.



Escribí el 2 de octubre de 2005 aquí mismo una columna titulada «Los poetas en la Escuela Militar»(https://www.elmostrador.cl/modulos/noticias/constructor/detalle_noticia.asp?id_noticia=171929), cuando un grupo de poetas (Raúl Zurita, José Maria Memet, Leonel Lienlaf, y Manuel Silva Acevedo) fueron a esa misma Escuela el año pasado a leerle poemas a esos mismos oficiales que sin duda estarían en el funeral del ex dictador, escuchando ahora y con mucho más convicción ideológica, a los oradores que a unos poetas «izquierdistas». O como dijo el actor chileno Nelson Villagra muy certeramente entonces refiriéndose a esos poetas: «Hay ya demasiados delitos relativos a los DDHH en mi país que se quieren echar al olvido; demasiadas consideraciones con el viejito ladronzuelo y asesinoÂ… ¿cómo no va a ser difícil explicarles entonces a estos amigos del pueblo chileno los tristes argumentos que han dado los organizadores del insólito y vergonzoso acto «poético» en la Escuela Militar? Â…yo digo, este atado de inocentes, para decirlo de una manera suave- que han organizado dicho evento ¿realmente pensarán que leyéndole poemas a los futuros represores de nuestro pueblo, éstos en la próxima oportunidad frente a la parrilla le dirán a sus víctimas -quizás alguno de los propios poetas- con una flor en la mano «tú la llevái»?



Los discursos en el funeral del ex dictador confirmaron las palabras de Villagra. Basta conectar sin grandes dificultades intelectuales la educación ideológica que reciben esos jóvenes militares en el recinto de la Escuela Militar para que ningún acto artístico, producido por poetas, u otros artistas, cineastas, etc, que ha construido su obra sobre la denuncia de los derechos humanos por la dictadura, les afecte ni los haga cambiar como entonces el poeta Zurita, con ingenuidad decía después de ese recital en 2005: «: «Ha sido potente como metáfora lo que ha ocurrido (nuestro recital en la Escuela Militar). Encuentro bastante conmovedor haber leído el «Canto a su amor desaparecido» en esa Escuela. Para mí fue, ha sido una gran experiencia, y eso significa que, si es posible, tal vez el arte pueda efectivamente cambiar el mundo».



Pero aquella Escuela Militar fue también testigo de un hecho que recorrió igualmente el mundo este jueves 14 de diciembre. Es la historia valiente de Francisco Cuadrado Prats, nieto del general Carlos Prats. El abuelo fue asesinado junto a su esposa en Argentina en 1974, en una acción ordenada por Pinochet.



El nieto de Carlos Prats esperó varias horas bajo el calor sofocante en la Escuela Militar para ver por una ventanita de vidrio de la urna el rostro ya pudriéndose del ex-dictador. Dijo que no había pensado antes hacer lo que se le iba ocurriendo mientras estaba en la larga fila junto los que querían darle «el último adiós al salvador de Chile». Quizás recordaba una y otra vez cómo murieron asesinados sus dos abuelos o pasaban por su mente imágenes de miles de torturados, asesinados en cárceles secretas, campos de concentración, o los que fueron lanzados al mar amarrados a rieles de trenes. Eran tantas las victimas durante 17 años bajo el régimen dictatorial.



Entonces -dijo después Francisco Cuadrado Prats- «hice lo que tenía que hacer». Y ante la ventana de cristal, ante el rostro deformándose de ex-dictador muerto, lanzó un escupitajo. Esa acción valiente no fue ni una acción de arte ni siquiera planificada de antemano, sino instintiva, atávica quizás. El muerto llevaría por toda la eternidad el escupitajo de miles de victimas. Dos nietos de generales, pero dos conductas tan distintas.




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Javier Campos. Escritor, académico. Reside en EE.UU.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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