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Elogio de la Amistad

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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En los partidos políticos, la amistad es un valor mercantil, interesado y por lo tanto de gran fragilidad. No se puede hablar de amistad en este caso, pues no es honesta y transparente. No es amigo quien no habla con sinceridad y franqueza; quien nos miente y finge sólo para ganar adeptos.


Por Claudio Vásquez Lazo*

Sepultamos  a Carlos Rubio Sandoval (el Cacho Rubio), ex Jefe de Gabinete del Presidente Ricardo Lagos. Se fue repentinamente, como en aquellos aciagos días de la dictadura militar, pero ahora sin retorno. Físicamente nos queda el recuerdo de sus mostachos y cabellera tempranamente alba, pero sobre todo nos queda el recuerdo de su profunda humanidad con los más pobres y su inquebrantable  y permanente preocupación por la suerte de sus amigos.

El Cacho Rubio tenía muchos amigos: algunos cientos de esos estaban en la despedida final en el camposanto. En efecto, habíamos de todos los pelajes y de las distintas parroquias políticas, pero la mayoría estaba compuesta por  ex mapus que hoy adornan el  variopinto  mapa del escenario político nacional.

En el exilio romano muchos de nosotros fuimos acogidos por Cacho y Sabine en su departamento. Siempre abierto a escuchar y entregar fraternal apoyo. En la ex capital de la RFA, Bonn, siguió su lucha contra la dictadura militar.

Su amistad era llana y sin dobleces, sin pedir nunca nada, pensando que pronto estaríamos todos en un  Chile democrático.

El reencuentro en el sepelio con tantos conocidos y algunos amigos me hizo reflexionar sobre el valor de la amistad y lo que ella nos deja con el transcurrir de los años. Por momentos pensé: ¡el Cacho sí que tiene amigos! Y tantos como uno nunca pensó  tener.

En este escenario, pletórico de amigos, puedo decir que sentí esa sensación de arropamiento que seguramente siente el bebe en el útero materno y que acompaño al Cacho en su último adiós.

Han transcurrido casi dos años de un episodio funesto que me afectó a raíz del caso del Registro Civil e Identificación: nunca me sentí más aislado y desolado, ni siquiera cuando fui detenido y torturado en el Perú a finales de los años setenta. Episodio que, entre paréntesis, recién conocen algunos de mis familiares.

En momentos difíciles como éstos uno recurre a sus amigos, pero he descubierto que amigos tengo muy pocos y la pregunta que me da vueltas es: ¿por qué estoy tan solo?

Las respuestas pueden ser muchas y quiero acercarme a algunas que me parecen relevantes. Según el escritor marroquí Tahar Ben Jalloum, en su libro «Elogio de la Amistad», la amistad es una religión sin Dios, sin juicio final y sin diablo. Una religión no ajena al amor, a un amor donde se proscriben la guerra y el odio, donde es posible el silencio. 

Siempre pensé que tenía muchos amigos, pero no. Fueron quedando en el camino con el transcurrir de los años, por mis propios errores y las expectativas no cumplidas por pedir a algunas amistades más de lo que ellos y yo podíamos dar.

A algunos de mis amigos los conocí en momentos difíciles de nuestra convivencia cívica: tiempos en que la amistad tenía significado de vida o muerte. Era la diferencia entre la cárcel o la libertad; el heroísmo extremo  y la traición falaz. De esos amigos, de tiempos difíciles, algunos desaparecieron asesinados o de muerte natural y otros de indolencia y olvido. Otros -los más- quedaron en los países en los que viví mi exilio.

La amistad hay que cuidarla: «Es un valor infrecuente y demasiado apreciado para que se maltrate o descuide con comportamientos subidos de tono o simplemente despreocupados»,  nos dice Ben Jelloum.

A principios de los noventa, durante el gobierno del Presidente Aylwin tenía muchos amigos: claro, era jefe de gabinete de un gran Canciller y tenía cierto peso político. Aparentemente, tenía muchos amigos por conveniencia y eso es así  en el transcurso de la vida de una persona. Pero como dice el ya citado escritor marroquí, el tiempo es el mejor constructor de la amistad, también su testigo y su conciencia.

Más arriba les decía que hoy, después de más de sesenta años de vida, a los amigos los puedo contar con los dedos de mi mano. ¿Por qué tan pocos?  Una explicación  podría ser la que nos da Cicerón y que me interpreta plenamente: la mayor parte de las personas quiere con gran injusticia, por no decir desvergüenza, que sus amigos sean tales como ellos mismos no pueden ser; y exigen de los amigos lo que ellos no están dispuestos a hacer por éstos. Lo justo, por el contrario, es que comencemos por ser buenos nosotros y busquemos luego a otro que se nos parezca.

Durante cuarenta y cinco años he sido militante de un partido político y muchos pensarán que de esa cantera tengo muchos amigos: nada más alejado de la realidad. La pregunta que usted se formulará: ¿y por qué no?

En la política partidaria los amigos aparecen -cuando se tiene poder- como moscas al pastel, como burócratas al poder: por interés, sin lealtades y con mucho arribismo y mezquindad. Fraternidad y fidelidad son ilusiones que sucumben ante la lucha por el poder, que está supeditada- casi siempre- a lo funcional que puedan ser para el caudillo de turno.  

Es frecuente -y yo lo he sentido profundamente en este tiempo- sentirse traicionado, estafado y humillado por alguien en quien se confiaba.

Citemos a Rutebeuf para graficar este sentimiento: «Cuantos amigos me traicionaron, mientras Dios me acosaba por todos los flancos y ni uno de ellos vi acercarse a mi casa. El viento, creo, me los arrebató: el amor ha muerto».

En los partidos políticos, la amistad es un valor mercantil, interesado y por lo tanto de gran fragilidad. No se puede hablar de amistad en este caso, pues no es honesta y transparente. No es amigo quien no habla con sinceridad y franqueza; quien nos miente y finge sólo para ganar adeptos. La política altera la naturaleza de la amistad y la arruina,»cuando se habla de amistad política a menudo no es más que un encuentro de intereses». 

Atributo indispensable de la verdadera amistad es la franqueza: decir lo que se piensa, sin herir, esta es una exigencia amistosa, nos dice el escritor marroquí. El recibir un consejo correctivo de un amigo y aceptarlo es muchas veces difícil.   

Los asuntos de dinero son otro elemento que a menudo matan la amistad: si pido prestado dinero a un amigo a sabiendas que no puedo pagarle en el plazo estipulado y quizás nunca, eso mata la credibilidad y ocasiona un daño material y también afectivo que muchas veces es irreparable.   

En momentos de crisis económica, quedar cesante y cuando no se tiene ahorros pasado los sesenta es  un desastre de proporciones. En efecto, desde hace un año soy parte del sector de capas medias sin protección social: la  atención de salud de la familia la tenemos gracias a una tarjeta Prais (para exonerados políticos), sin muchas esperanzas en el sector privado y con un Estado que nunca fue benefactor.

Como dice Zygmunt Bauman en su libro «Trabajo, Consumismo y Nuevos Pobres»: En estos días, los pobres no unen sus sufrimientos a una causa común. Cada consumidor expulsado del mercado lame su herida en soledad; en el mejor de los casos, en compañía de su familia, si ésta no se ha quebrado todavía. Según  Bauman, los consumidores fracasados están solos, y, cuando se les deja solo mucho tiempo, no vislumbran las posibilidades que la sociedad puede ayudarlos, no esperan ayuda tampoco y no creen que su suerte pueda cambiar a ser que no ganen la lotería u otro juego de azar.

Cuando estás en la situación arriba descrita, muchas veces la amistad es sólo un espejismo. Para aquellos en que uno creyó ver un amigo, te conviertes en un cacho el que no se quiere ver.

Con el escritor marroquí comparto el terror y convencimiento de «que sin amistad, la vejez será difícil de llevar y horrible». En todo caso, quiero hacer una declaración de amistad a todos aquellos a quienes fallé, enojé o humillé. A todos ellos pido sinceras disculpas. Si de mí dependiera ahora, daría cualquier cosa por conservar la amistad  de tantos amigos que fueron como mi familia, que me dieron tanto y yo tan poco.

Mi aspiración hoy día es que cuando muera tenga un tercio de amigos de los que deja Carlos (Cacho) Rubio.

*Claudio Vásquez Lazo, ex embajador.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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