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¿Qué hace Chile en Haití?

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Un razonamiento simple indica que los casi 14 mil efectivos militares y policiales que componen la MINUSTAH, más los carros artillados y la tecnología militar ad hoc no sirve. Lo que se requiere es ayuda real en alimentos, salud, educación, vivienda e infraestructura.


No existen reportes directos sobre actos de canibalismo en Haití luego de la emergencia alimentaria provocada por el terremoto del 12 de enero. Sin embargo es muy probable que ello sí haya ocurrido y que las eventuales víctimas pertenezcan a los miles de niños huérfanos o abandonados que deambulan por las calles de Puerto Príncipe.

Pese a la crueldad de una interrogante de esta naturaleza, ella es válida por los antecedentes  de prácticas caníbales ancestrales en toda el área del Caribe, México y Mesoamérica. Habitualmente como parte de ritos religiosos, pero a veces desencadenadas como práctica alimentaria por situaciones de escasez extrema de alimentos como la que hoy se vive en Haití. En la profundidad religiosa haitiana cannibal es una de las denominaciones de las sociedades secretas vudú.

La verosimilitud de la ocurrencia  de estos hechos se ve aumentada por el caos administrativo y de inseguridad que dejó el terremoto, pese a que se ha reforzado la presencia militar y policial extranjera luego de que ocurriera.

[cita]Es claro que Chile parece tener un interés nacional en Haití, y que está más que comprometido con su destino como nación. Por lo mismo resulta prudente preguntarse por qué lo único que hemos hecho en seis años por ese país es enviarle policías y militares.[/cita]

Más allá de la tragedia y los actos heroicos que en ella hemos presenciado, es el momento de preguntarse cuál es el proyecto de la Fuerza de Estabilización  (MINUSTAH) en Haití. Qué desarrollo ha trazado la ONU para el país al momento de acordar la misión humanitaria, y para qué ha servido el equipamiento bélico con el cual ha arribado a la isla. Pues la evidencia es que con casi exclusivamente puros soldados, armamento y un plan de ocupación territorial, la situación continúa siendo precaria y luego del terremoto será aún peor.

Un razonamiento simple indica que los casi 14 mil efectivos militares y policiales que componen la MINUSTAH, más los carros artillados y la tecnología militar ad hoc no sirve. Lo que se requiere es ayuda real en alimentos, salud, educación, vivienda e infraestructura. Plantas desalinizadoras  para dar agua potable a la población, industrias nuevas, plantas procesadoras de basura, proyectos generadores de energía no convencional, de agricultura, de reforestación. Se requiere infraestructura física, conectividad y transporte. Todo ello desde antes del terremoto y ahora por supuesto mucho más.

¿Para qué insistir en un modelo de fuerza militar que resulta totalmente ineficiente frente a situaciones como las actuales? Ello debiera ser considerado por nuestra política exterior.

El problema de Haití es que experimenta una tragedia cotidiana en toda su historia como país. Degradación ambiental, analfabetismo, violencia, extrema desigualdad económica y gobiernos de facto que operan como mafias – o simplemente lo son- distribuyendo lo poco o nada que hay. Es ello lo que lo han convertido en el país más pobre de América.

Siete de cada 10 habitantes son pobres, el 56 % vive con menos de un dólar diario, el 50% es analfabeto, y el 1% es dueño de la mitad de las riquezas de país. La esperanza de vida es de 54 años, el SIDA es una verdadera pandemia y la cobertura de salud no alcanza al 30% de los habitantes. La producción nacional sólo cubre el 46% de las necesidades del país y el 60% del presupuesto nacional depende de la ayuda externa.

Haití es un país  de desastres naturales. Entre 2001 y  2007 ellos dejaron más de 18.000 muertos, 132.000 personas sin hogar y millones afectados. El año 2008 debió soportar cuatro tormentas tropicales por espacio de tres semanas con un resultado de 800 personas muertas y un millón de damnificados.

La actual MINUSTAH no es la primera misión de la ONU en Haití. En poco más de 10 años ha habido tres, aunque todas han estado orientadas por la lógica de intervenir para producir consecuencias políticas y crear condiciones de democracia. Ninguna realmente para recomponer el escenario social, económico y político de Haití.

En un simulado primer acto de gobierno el presidente electo Sebastián Piñera declaró que reconfirmaba a  Juan Gabriel Valdés como delegado chileno en Haití, lo que fue aceptado por éste y rubricado con senda foto en la prensa local. La Presidenta saliente Michelle Bachelet realizó una corta visita a la devastada nación  sumándose al pivoteo turístico de otros mandatarios entre ellos Nicolás Sarkozy de Francia y Rafael Correa de Ecuador. Allí  declaró su voluntad de ser vocera de los niños y las mujeres haitianas.

Es claro entonces que Chile parece tener un interés nacional en Haití, y que está más que comprometido con su destino como nación. Por lo mismo resulta prudente preguntarse por qué lo único que hemos hecho en seis años por ese país es enviarle policías y militares.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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