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¿Tigre o Güiña?

Víctor H. Parraguez
Por : Víctor H. Parraguez Médico veterinario, profesor de la Universidad de Chile.
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¿Cómo es posible que nuestro principal terminal aéreo, donde diariamente circulan miles de personas, esté construido de planchas de cielo que se caen en un 100% y vidrios que estallan en un sismo de esta naturaleza?


El título de este comentario no corresponde a simple deformación profesional. Escuché durante algunos años que éramos “los Tigres de Latinoamérica”, como resultado de algunos estadígrafos que caracterizaron la macroeconomía de nuestro país y también posiblemente como reminiscencia de una utópica superioridad socio-cultural que nos “distinguía” del resto de los pueblos de  nuestro continente. Afortunadamente soy de aquellos testarudos que no alcanzó a convencerse de esta fantasía.

La disyuntiva a que alude el título me volvió a la cabeza este último fin de semana, luego de haber vivido –junto a mis dos hijos menores- el terremoto en la puerta principal de nuestro país, el aeropuerto Arturo Merino. Más allá de las sensaciones evocadas por la violencia del terremoto y el hacer de tripas corazón para transmitir seguridad y tranquilidad a mis hijos frente al cataclismo -aunque las planchas y los vidrios que caían desde el cielo sugerían lo contrario-, la idea concluyente de la situación es que en realidad estamos caros para güiñas (que me perdonen estos pequeños felinos silvestres). Quiero simplemente enunciar –en forma de interrogante y subsecuente comentario- algunos de los hechos que fundamentan mi última aseveración.

[cita]¿Cómo es posible que nuestro principal terminal aéreo, donde diariamente circulan miles de personas, esté construido de planchas de cielo que se caen en un 100% y vidrios que estallan en un sismo de esta naturaleza?[/cita]

¿Cómo es posible que nuestro principal terminal aéreo, donde diariamente circulan miles de personas, esté construido de planchas de cielo que se caen en un 100% y vidrios que estallan en un sismo de esta naturaleza? Conozco muchos lugares públicos, quizás arquitectónicamente más modestos, donde no se derrumbó ningún cielo, entre ellos los de mi Facultad en la Universidad de Chile.

¿Cómo es posible que no exista en el aeropuerto ningún plan de contingencia ante un terremoto, en un país en que se sabe que hay terremotos? Ciertamente, nadie sabía qué hacer más allá de buscar algún lugar despejado donde no tuviera cerca techos, vidrios ni murallas. Solo aparecieron unos funcionarios que aparentaban ser de seguridad, pero sin nada que efectivamente los distinguiera de cualquier miembro del Ejército de Salvación, dando instrucciones a viva voz de moverse hacia los estacionamientos.

¿Cómo es posible que estos funcionarios que aparentemente deben velar por la seguridad de los usuarios del aeropuerto no sepan hablar inglés? Demás está comentar la gran cantidad de extranjeros que no hablaba castellano que estaba a esa hora en el aeropuerto, sin entender lo que pasaba y sin nadie que ostentara alguna responsabilidad que pudiera dar respuesta a sus inquietudes.

Como interrogante final y derivado de que soy un usuario más o menos frecuente del aeropuerto, ¿cómo es posible que no existan zonas de seguridad predeterminadas y claramente remarcadas, donde se pueda llegar fácilmente, con mapas de ubicación entendibles para quiénes  hablen castellano, inglés, chino o ruso? Recuerdo que hasta en mi colegio sabíamos claramente qué hacer y hacia dónde dirigirnos en casos de emergencia.

No pretendo con este comentario hacer leña del árbol caído, solo me gustaría que se tomen las medidas correctivas necesarias antes del próximo terremoto, que me permitan darme el lujo de sentirme orgulloso de vivir en esta tierra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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