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La “realpolitik” de Piñera en el vecindario

Carlos Monge
Por : Carlos Monge Periodista y analista internacional.
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Por el momento Piñera ha optado por comportarse como un verdadero hombre de Estado antes que como un líder doctrinario.


Todas las expectativas alimentadas por los sectores más conservadores y doctrinarios de la Coalición por el Cambio, en relación a una política exterior del gobierno de Sebastián Piñera alineada en base a condicionamientos ideológicos y en abierta lucha contra el “eje del mal”, en su versión latinoamericana (Chávez, Morales, Castro),  se han visto hasta ahora frustradas.

El efecto generado por esta situación no ha pasado inadvertido para nadie. En el ámbito progresista -que es hasta el momento el dominante,  por lo menos en lo que se refiere al “vecindario”- fue el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien no pudo dejar de expresar hace pocos días la “grata sorpresa” que ha sido para muchos la gestión externa de Piñera.

En entrevista concedida al diario argentino La Nación, Correa manifestó abiertamente: “Nos preocupaba un poco el giro que podía dar Chile en el campo internacional, pero las participaciones de Sebastián Piñera a nivel de Unasur y en la cumbre Unión Europea-América Latina han sido extraordinarias”.

[cita]Por el momento Piñera ha optado por comportarse como un verdadero hombre de Estado antes que como un líder doctrinario.[/cita]

Gente bien informada indica que esas palabras pudieron haber sido suscritas, al pie de la letra, por Itamaraty, la experimentada Cancillería brasileña, o por Cristina Fernández de Kirchner, que acaba de ser anfitriona de Piñera en los festejos por el bicentenario de la Independencia argentina en Buenos Aires.

Esa sorpresa, en cambio, no ha sido tan agradable, para quienes, desde el extremo opuesto de la vereda, esperaban ver a Piñera convertido en una suerte de abanderado de la lucha contra el “populismo chavista”, desde el momento en que su sola elección representaba un importante cambio en la correlación de fuerzas en América Latina.

O tal vez el comienzo de la inclinación del péndulo, a nivel hemisférico,  hacia la centroderecha. Un proceso iniciado luego de la victoria electoral de Ricardo Martinelli en Panamá (mayo de 2009), quien sustituyó como Presidente a Martín Torrijos, hijo del asesinado líder nacionalista Omar Torrijos. Y que se espera siga adelante, con el previsible triunfo de Juan Manuel Santos en Colombia.

Dentro de la derecha criolla el que más fuertemente ha manifestado un sordo descontento con la actual situación ha sido, qué duda cabe, el senador de Renovación Nacional, Andrés Allamand. Tras no haber sido designado ministro de Relaciones Exteriores por Piñera, nominación por la que se habría jugado a fondo, el ex rugbier amenaza transformarse en una especie de conciencia crítica o “Pepe Grillo” del piñerismo, en lo que dice relación con la política exterior.

En una entrevista otorgada al diario El Mercurio, después del mensaje de Piñera del 21 de mayo, Allamand elogió su contenido  (“renació la nueva forma de gobernar…”), pero no se privó de dar algunos palos, casi de carácter preventivo, a la nueva Cancillería, encabezada por Alfredo Moreno Charme.

“La clave –dijo- es priorizar la defensa de nuestra integridad territorial aun por sobre los intercambios económicos”, al hacer alusión a cómo se deben tratar, a su juicio, los diferendos territoriales con Perú.

“Si un vecino me lleva a tribunales para mover los deslindes de la casa y me acusa de ser un peligro para el vecindario –agregó-, no puedo hacer como que aquí no ha pasado nada”.

Al mismo tiempo que remató sus ideas con el contundente mensaje de que “el juicio histórico acerca del gobierno de Piñera provendrá de su desempeño en el campo internacional”.

Mensajes cruzados

No se necesita ser un especialista en la decodificación de mensajes cifrados para darse cuenta que cuando se alerta con respecto a la sobrevaloración de los intercambios económicos en la relación bilateral con Perú se está apuntando por elevación contra Moreno Charme.

Un ex hombre de negocios que en el pasado estuvo íntimamente ligado a la conducción de Falabella, cadena del retail con amplia presencia en el país vecino.

Si la promiscuidad entre negocios y política resulta bastante poco digerible en política interna, en política exterior esta ligazón podría ser fatal, parece advertir Allamand, sin ningún tipo de anestesia.

Sus prevenciones podrían ser sólo suyas o expresar también a sectores nacionalistas preocupados porque un posible “economicismo”, de tinte cortoplacista, pudiera predominar sobre intereses más permanentes.

Como sea, lo cierto es que al lado de un nacionalismo rampante, que se manifiesta por lo general a través de columnistas como Hernán Felipe Errázuriz, cuyo “leit motiv” suele ser alertar en forma persistente contra la hipótesis de conflicto 3, aflora una crítica más de fondo que apunta a una presunta abdicación de las antiguas banderas ideológicas.

Quien lleva el estandarte en este terreno es José Piñera, hermano del Presidente y autor de las reformas laborales que definieron con más fuerza el perfil del modelo económico pinochetista.

Piñera (José) “tuiteó” un breve pero significativo mensaje: «Foto del Tercer Mundo: dos destructores de América Latina, Perón y Allende, homenajeados por madame Kirchner y sus siete fans». Eso, a propósito de una foto donde se vio a su hermano Sebastián, junto a Cristina Fernández, cuando fue inaugurada la Galería de los Patriotas Latinoamericanos en la Casa Rosada, donde Salvador Allende ocupa un lugar de privilegio junto a Juan Domingo Perón.

Lo cierto es que Piñera parece haber sucumbido ante la “realpolitik”, el viejo concepto acuñado por Otto Von Bismark y ejercido antes de él por Nicolás Maquiavelo, que aconseja ser prudente y tener como referente a los hechos por sobre los voluntarismos y los anhelos ideológicos.

Ni siquiera la reciente incontinencia del embajador chileno en Buenos Aires, Miguel Otero, que justificó a la dictadura militar, diciendo que sin ella Chile sería otra Cuba -independientemente de cómo termine este episodio, que ha puesto un innecesario ruido en la relación con la Casa Rosada-, será capaz de cambiar este lineamiento estratégico. Su inmediato “mea culpa” así al menos lo confirma.

Alineamiento con Lula

La realidad indica que es hoy, sin duda, más aconsejable la “coexistencia dentro de la diversidad”, de la que habla Boris Yopo, que ser nave insignia de cruzadas improbables.

Por esa razón Piñera se ha alineado, con sabiduría, junto a Brasil, cuya tesis básica es mantener la interlocución con todos los sectores, y llegó a presentar incluso una propuesta conciliadora, previa a la reciente cumbre de Madrid, con el fin de desbloquear el tema de Honduras, mientras la derecha “clásica” abogaba por la participación abierta del nuevo presidente hondureño Porfirio Lobo en ese foro. Lo que equivalía, a fin de cuentas, a una especie de “perdón y olvido” o “borrón y cuenta nueva” para el golpe contra Manuel Zelaya.

Por eso también es que, a diferencia de Alan García y Álvaro Uribe, a quien se lo unía “a priori” como parte de un presunto tridente anti-ALBA y antibolivariano, Sebastián Piñera no rechazó la invitación a participar en los festejos de los 200 años de la Revolución de Mayo en Argentina. Es más: tuvo hasta el gesto de audacia de participar en un desfile de Presidentes por las calles bonaerenses, en un ambiente no protegido donde se expuso a eventuales contramanifestaciones.

El mensaje de fondo, hasta este instante, parece claro: Chile no resucitará las vetustas “fronteras ideológicas” propias de la Guerra Fría (y aun así, superadas en su momento por Allende y por Lanusse, que no podían ser más antitéticos). Y tampoco pretende influir en los hechos políticos que sucedan más allá de sus límites, fijando posiciones de principios que pueden convertirse en vallas infranqueables.

Es obvio que en su fuero interno Sebastián Piñera siente más afinidad con Mauricio Macri, el intendente de centroderecha de Buenos Aires, que con los Kirchner. Y que probablemente vería con mejores ojos que en las próximas elecciones brasileñas se impusiera José Serra (que no es para nada un derechista, pese a que ha sellado una alianza duradera con el DEM, que es lo más parecido a RN en Brasil) antes que Dilma Rousseff, la heredera de Lula.

Pero por el momento ha optado por comportarse como un verdadero hombre de Estado antes que como un líder doctrinario. Y ha destruido muchos preconceptos que se tejían al respecto, caminando sin complejos al lado de Pepe Mujica, un ex guerrillero, o de Evo Morales y Fernando Lugo.

Resta por verse, sin embargo, si esta postura es sólo un acomodo temporal ante la realidad vecinal concreta –es decir, el barrio “realmente existente”- o un proyecto estratégico que ve en la integración latinoamericana algo más que la mera posibilidad de hacer buenos negocios.

El interrogante, por ahora, sigue abierto y únicamente el futuro cercano y los signos que se emitan desde La Moneda podrán darle algún tipo de respuesta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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