No se trata que seamos amigos, “patas” como dicen los peruanos o “compadres” en la jerga chilena. Es más simple: que nos toleremos, que vayamos generando confianzas que nos permitan trabajar juntos. No por amor súbito, simplemente debido a que nos conviene.
Tiempo atrás visitó Chile, mi país, Alan García, Presidente del Perú, y surgió uno de esos debates propios del verano austral, de la época de vacaciones, cuando la mente no quiere esforzarse. Como García iba a ser condecorado por el gobierno chileno, situación usual en estas visitas de Jefes de Estado, más de alguno se opuso, señalando que Alan García “no era amigo de Chile”.
No sé si el calor hizo efecto en cerebros cansados o, simplemente, se estaba innovando en las prácticas del viejo protocolo diplomático. Ahora las medallas se otorgarían a los “amigos”.
Y por eso escribo estas líneas. Hay que proporcionar antecedentes, pensar un poco, un poco, no mucho, no hay que provocar infartos al cerebro cuando la canícula arrecia en nuestra sureña capital.
Los gobernantes, más que la simpatía o antipatía a otras naciones, deben velar por la defensa de los “intereses nacionales”. Y, por supuesto, esta concepción está sometida a distintas visiones, algunas hasta “ideológicas”, en otras palabras cuando la inteligencia es nublada por el dogma, la “verdad revelada” por una persona ya muerta que, a lo mejor, era talentosa pero uno duda de sus seguidores.
[cita]No se trata que seamos amigos, “patas” como dicen los peruanos o “compadres” en la jerga chilena. Es más simple: que nos toleremos, que vayamos generando confianzas que nos permitan trabajar juntos. No por amor súbito, simplemente debido a que nos conviene.[/cita]
En el caso de Chile y Perú hay básicamente dos concepciones del “interés nacional”. La primera la “nacionalista” alimentada por los conflictos que dieron origen a los límites sudamericanos. Y pese que nos referimos como “países hermanos” a los Estados herederos del Imperio de Indias de España, ha sido entre “hermanos” donde se ha demostrado mayor belicosidad.
Chile y Perú han tenido varias confrontaciones, la última la “Guerra del Pacífico”, librada a fines del siglo XIX, culminó con la ocupación de Lima por las tropas chilenas y a la anexión por el vecino del sur de provincias peruanas.
La “Guerra del Pacífico” condujo a la formación de los sentimientos nacionales, al patriotismo de los beligerantes. Después de combates que dieron origen a mitos de heroísmo ejemplificado, entre otros, por Miguel Grau en Perú y Arturo Prat en Chile, chilenos y peruanos descubrimos que teníamos una nación distinta a la de nuestros vecinos aunque habláramos el mismo idioma, el castellano.
De ahí que las relaciones chileno-peruanas están marcadas por un intenso factor emocional y el “nacionalismo” apela al recuerdo de los héroes, en Perú al resentimiento del vencedor que ocupó Lima. Y obviamente en esta concepción el “interés nacional” clama por la beligerancia, por alcanzar el desquite incluso por las armas.
La otra visión preconiza que los países sudamericanos, para vencer el atraso, la pobreza y la irrelevancia internacional deben modernizar sus sistemas productivos, coordinarse a nivel regional e integrarse a la economía mundial.
Ello implica, obviamente, superar las heridas de la Historia, matizar los agravios y trazar estrategias que nos conviertan de rivales, de eventuales beligerantes, en socios. No se trata que seamos amigos, “patas” como dicen los peruanos o “compadres” en la jerga chilena. Es más simple: que nos toleremos, que vayamos generando confianzas que nos permitan trabajar juntos. No por amor súbito, simplemente debido a que nos conviene.
Y es en este plano donde debemos observar a Alan García. Y pese a que recurrió al Tribunal de La Haya para superar un reclamo planteado por Perú para revisar la frontera marítima con Chile, situación que irritó a los chilenos, debemos recordar su trayectoria y la del APRA, su partido. Ambos han trabajado por la reconciliación entre Perú y Chile. No por cariño a o amistad hacia sus vecinos del sur. Ha sido el “interés nacional” la motivación. Países débiles como los nuestros están inermes en un mundo de gigantes, tienen que cooperar para actuar en un planeta donde compiten los grandes: Estados Unidos, China, India y la Unión Europea.
Y esto no implica desconocer la capacidad política de los “nacionalistas”, de los que claman por la hostilidad entre los “países hermanos”. Y para ello hay que buscar mecanismos de negociación o de instancias jurídicas que descompriman los diferendos e impidan que lleguen a mayores. De ahí la necesidad de recurrir a los sabios juristas del Tribunal de La Haya.
Y, por ello, pese a la canícula, al calor que limita nuestra capacidad de razonar, tenemos que hacer el esfuerzo, unos y otros, de mantener la cabeza fría, de darle una oportunidad a la inteligencia por sobre el malestar y el malhumor. No le pidamos a Alan García que sea “amigo de Chile”, no le pidamos que nos ame, debiera bastarnos con que sea moderado y racional.