Publicidad

El desarrollo también está en la mente

Claudia Mora
Por : Claudia Mora Claudia Mora, Doctora en Sociología y Directora de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello.
Ver Más

La tarea democrática (inconclusa en nuestro país) es incorporar en nuestros acervos y prácticas culturales la noción de la irrenunciabilidad de la ciudadanía plena de todos, sin excepción.


En los últimos días, el Festival, así con mayúscula, ocupó gran parte del espacio de nuestros diarios y noticieros centrales.  Podríamos decir que esta ha sido una elección de contenidos extraña, porque para quienes lo siguen es, simplemente, repetir lo que acaban de ver.  Para quienes no lo siguen, bueno, hay una razón para ello, que no necesariamente es la falta de tiempo.

Ha habido sí, un interesante intercambio en los diarios y blogs sobre  las actuaciones de los humoristas y su insistente uso del viejo recurso de la homofobia para hacer reír al público. Algunos han argumentado, con razón, que cada cual puede decir lo que le plazca en un país democrático.  Pero, usando el mismo principio (el democrático) ¿qué es lo que esto indica sobre nosotros, los chilenos? No es un asunto como para tomar a la ligera. ¿Nos causa gracia reproducir estereotipos que han mantenido a las minorías sexuales al margen de la ciudadanía plena en Chile? El humor es también discurso normalizador y a través de él encauzamos lo que consideramos digno o indigno, respetable o risible.  Reírnos del ‘otro’ afirma la legitimidad del ‘yo’ a la vez que reproduce la alteridad: el humor homofóbico legitima la opción heterosexual como la única ‘apropiada’, a la vez que mantiene en el imaginario un estereotipo que continúa al servicio de la exclusión de los homosexuales en Chile.

[cita]La tarea democrática (inconclusa en nuestro país) es incorporar en nuestros acervos y prácticas culturales la noción de la irrenunciabilidad de la ciudadanía plena de todos, sin excepción.[/cita]

Semanas antes, en este medio se dio otro intercambio similar sobre ser (o no ser) feminista.  Similar en que es también una discusión normativa sobre un orden de género que supuestamente existe en Chile como fórmula única e inalterable: las mujeres debieran poder dedicarse a la maternidad y el feminismo (leninismo) no debiera arrebatar esta sublime función. ¿Me he perdido parte del debate feminista? ¿O es, de nuevo el uso estereotipado que de sus demandas se hace –y estereotipado de lo que las mujeres son o pueden llegar a ser?  Caricaturizar la exclusión social de las mujeres en un debate sobre si podemos y queremos ser madres no es solamente simplón, es también restringir el debate sobre la inclusión igualitaria de todos/as los ciudadanos.  Como los homosexuales, los estereotipos sobre la mujer madre y la feminista rabiosa no son más que añejas fórmulas de reproducción de desigualdad.

La democracia, usada por varios para justificar aquí la libertad de expresión, es ciertamente, un valor último.  Pero para que no sea sólo un slogan, sus cimientos deben estar firmemente radicados en la meritocracia: el valor del esfuerzo, la responsabilidad, el respeto, es lo que, idealmente, llena nuestro corazón de patriotismo y nos hace ceder gustosamente la guía de nuestros destinos a nuestros líderes.  La tarea democrática (inconclusa en nuestro país) es incorporar en nuestros acervos y prácticas culturales la noción de la irrenunciabilidad de la ciudadanía plena de todos, sin excepción.

Y eso significa luchar porque las oportunidades de vivir la vida buena sean independientes de la sexualidad, del género, del origen nacional, de la clase social. ¿Es esto contradictorio con la libertad de expresión? Sin duda que no.  Cierto es que una sociedad que reglamenta lo que se puede decir y lo que no está al filo de lo antidemocrático (y digo al filo, porque ciertamente hay expresiones que por su injuria a otros no debieran estar permitidas).  El punto aquí es no necesitar la ley para que nos ‘haga ver de lejos lo que algunos no pueden ver de cerca’ como decía el integrante de un grupo musical (y que dicho sea de paso, por su osadía se llevó el ‘insulto’ de ‘extranjero’). Es detenerse antes del discurso simplón, estereotipado u ofensivo.  Así como nos cuidamos, al menos en público, de mostrar otras miserias y vulgaridades, nuestro camino hacia la democracia y el desarrollo pasa también porque nos cuidemos de integrar a todos en sus diversidades.

Cuando los estereotipos ya no causen risa y ya no sean la base de argumentos ‘serios’ habremos dado un importante paso adelante.  El desarrollo está también en la mente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias