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La Polar, aborto, juventud… Vivir como si el resto no existiera

Claudio Alvarado
Por : Claudio Alvarado Investigador Instituto de Estudios de la Sociedad www.ieschile.cl /@ieschile
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Chile necesita con urgencia de un diálogo y un trabajo público auténtico, con identidad, que permita poner al alcance de los demás aquellas cuestiones que dan sentido a la propia vida; que recuerde que el “resto” sí existe. Salvo que anhelemos una sociedad marcada por “La Polar”, el aborto y una juventud que ni siquiera tiene la posibilidad de elegir libremente su estilo de vida.


Cada vez es más incierto que el “movimiento estudiantil” logre dejar un legado positivo – la radicalización y sus perjuicios ya resultan elocuentes –, pero lo ocurrido durante los últimos meses debiera servir para que muchos tomen conciencia del país en que vivimos. Si bien hace años se abandonó el mito de los “jaguares de Latinoamérica”, los privilegiados – ya sea que lo seamos por estudios, situación familiar, ingresos u otra causa – no solemos tener conciencia de la sociedad que se ha tejido en nuestro alrededor. Especialmente a nivel de los jóvenes, el tan bullado “futuro de Chile”.

¿Nos gustaría que nuestros hijos, no independientes económicamente, tuvieran deudas por $1.199.267 en créditos de consumo? ¿Podríamos vivir tranquilos si ellos no contaran con lo mínimo para cubrir sus gastos básicos? ¿Qué pensaríamos si en los hechos les fuera imposible emplearse una vez terminados sus estudios? Es lo que sucede, respectivamente, con las personas entre 15 y 29 años del nivel socioeconómico E (en promedio), con el 22,9% de los jóvenes chilenos, y con el 42% de los mismos (VI Encuesta Nacional del INJUV).

[cita]Chile necesita con urgencia de un diálogo y un trabajo público auténtico, con identidad, que permita poner al alcance de los demás aquellas cuestiones que dan sentido a la propia vida; que recuerde que el “resto” sí existe. Salvo que anhelemos una sociedad marcada por “La Polar”, el aborto y una juventud que ni siquiera tiene la posibilidad de elegir libremente su estilo de vida.[/cita]

Los mismos datos muestran que, en el contexto descrito, una de cada tres jóvenes embarazadas debe salir adelante sin apoyo del padre del hijo que está por nacer;  que el 29,9% de los jóvenes “sufre” un embarazo “no deseado”, siendo 16.7 años la edad promedio de iniciación sexual. Y un largo etcétera, marcado por la segregación y problemas en temas de vivienda, educación y varias otras aristas.

Esta realidad eventualmente alegra o resulta indiferente para quienes consideran que el principal criterio de valoración (de “bien y mal”) es la autonomía individual ilimitada –la del banquero que le presta a ese joven del nivel socioeconómico E, la de ese hombre que abandona a la muchacha embarazada, etc. Sin embargo, el asunto debiera dolernos y comprometernos a quienes comprendemos que llevar una vida plena, auténticamente humana, implica ciertos bienes fundamentales, que no son sólo materiales, y que se viven en comunidad. ¿O acaso en verdad creemos que la generalidad de los jóvenes ha elegido libre e incondicionadamente llevar el estilo de vida que los números reflejan? ¿Es lo que quisiéramos y promoveríamos para nuestros seres queridos? ¿Quién en su sano juicio fomentaría ese modo de vida para sus familiares y amigos?

Vivir como si “el resto” no existiera es una característica – tan implícita como real – de la sociedad contemporánea. Es lo que se ha reflejado, por ejemplo, en los ejecutivos-delincuentes de La Polar, en la discusión respecto del aborto, y en la actitud de ciertos “líderes” estudiantiles últimamente. El “problema” es que “el resto” sí existe. Sí existen los cientos de miles de clientes estafados por La Polar, que claramente no eran vistos como un “otro” digno de respeto y consideración; sí existen la madre que va a abortar y el niño en gestación que todos fuimos alguna vez; sí existen los vecinos y pequeños comerciantes de los lugares por donde pasan las marchas, y también los alumnos que quieren estudiar y que siguen pagando con esfuerzo una educación que no reciben hace meses.

Este panorama social, no exclusivo de Chile, hace interesante y digna de ser atendida la tesis iniciada por Antonio M. Baggio y seguida por muchos otros, respecto de la importancia política de la fraternidad, que “nacida como uno de los componentes del tríptico revolucionario de 1789… quedó prontamente relegada y ensombrecida por la encarnación histórica de las otras dos consignas que la acompañaban inicialmente: la libertad y la igualdad”. Ciertamente la realidad nacional y mundial clama una cosmovisión que, sin descuidar otros aspectos, enfatice la sociabilidad e interdependencia de los hombres, y consiguientemente la importancia de perseguir firme y perseverantemente el bien común, que no olvida el bien personal, pero tampoco el de quienes nos rodean (precisamente porque en último término son inseparables).

Y una cosmovisión fraterna obliga a que si yo estimo que lo mejor sobre un asunto es “Y”, no puedo, sin ser egoísta, plantearlo solamente como una opción más entre muchas posibles. ¿Es razonable no intentar difundir una convicción arraigada y razonada sobre lo que considero bueno en temas de trabajo, economía o sexualidad? ¿Por qué guardarse convicciones que pueden ser explicadas mediante razones comprensibles para todos?

Chile necesita con urgencia de un diálogo y un trabajo público auténtico, con identidad, que permita poner al alcance de los demás aquellas cuestiones que dan sentido a la propia vida; que recuerde que el “resto” sí existe. Salvo que anhelemos una sociedad marcada por “La Polar”, el aborto y una juventud que ni siquiera tiene la posibilidad de elegir libremente su estilo de vida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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