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La pobreza y la ética Opinión

La pobreza y la ética

Benito Baranda
Por : Benito Baranda Convencional Constituyente, Distrito 12
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En Chile hemos comprobado que en los últimos gobiernos los anuncios programáticos acerca de la reducción de la pobreza se reiteran, pero no son lo eficaces que el papel aguanta; dos ejemplos de ello son, por un lado, el tan publicitado aumento del empleo sin efectos claros en la reducción de la marginalidad y, otro, es la grave ausencia de políticas macizas en que se encuentran los jóvenes más excluidos.


Escuchando varias intervenciones públicas, en particular de personeros del mundo político y empresarial, y luego de observar esta locura exacerbada hasta la irracionalidad de las compras navideñas, donde inclusive la violencia se apodera de las personas por un simple mono parlanchín (furby) y la publicidad nos seduce maliciosamente asociando felicidad a posesión de bienes materiales, como si la realización del ser humano dependiera sólo del «tener», resulta atingente realizar algunas reflexiones y  mirarnos como sociedad.

La existencia conlleva decisiones éticas que nos afectan personal y comunitariamente; como dice el filósofo Roger Scruton: “El mundo humano es un mundo social y está construido socialmente. Esto no quiere decir que deba construirse sólo de una manera. Pero tampoco puede ser construido como nos plazca. En la naturaleza humana hay constantes morales, estéticas y políticas, que se pueden desafiar bajo nuestro propio riesgo, y que debemos tratar de obedecer”. Este último tiempo la discusión acerca de la ética se ha profundizado, dada, por un lado, la no correspondencia entre lo que se dice y se hace y, por otro, la perversa tendencia a querer aprovecharse en beneficio propio del poder que se ostenta.

Los Gobiernos asumen explícitamente compromisos éticos y por ellos son evaluados desde la sociedad, gracias a éstos se han producido las grandes reformas, como consecuencia de las más profundas y democráticas discusiones ideológicas, prueba de ello es la historia de la tan admirada reforma educacional de Finlandia. En Chile hemos comprobado que en los últimos gobiernos los anuncios programáticos acerca de la reducción de la pobreza se reiteran, pero no son lo eficaces que el papel aguanta; dos ejemplos de ello son, por un lado, el tan publicitado aumento del empleo sin efectos claros en la reducción de la marginalidad y, otro, es la grave ausencia de políticas macizas en que se encuentran los jóvenes más excluidos (600.000), a quienes reiteradamente se les convoca a participar de la fiesta de la democracia. Si sumamos a ello el que por décadas la política habitacional se ha dedicado a segregar y excluir, tenemos una mezcla explosiva de la cual hoy muchos se quejan sin asumir las responsabilidades en un ámbito tan delicado y donde se juega gran parte de la felicidad de las familias chilenas más vulneradas.

[cita]Es un 2013 complejo. Ya disminuyeron los voluntarios estables en las organizaciones de la sociedad civil que prestan servicio a los más excluidos y recordemos que un porcentaje no menor de la ciudadanía considera que el problema central ya no son las personas en situación de pobreza, sino las de la clase media, y que a los primeros sale más barato subsidiarlos (bonos).[/cita]

Los empresarios no se eximen de un comportamiento ético, por algo ha evolucionado tanto el concepto de «empresas socialmente responsables», cada vez más Corporaciones entregan públicamente su informe de sustentabilidad, además la transparencia en los negocios se ha transformado en una de las mayores exigencias de la era moderna. Sin embargo, hay algunas que siguen con prácticas dañinas. Por ejemplo: venden productos  engañando a los clientes, pagan bajos salarios en relación a las ganancias, compensan a sus máximos ejecutivos en paraísos fiscales eludiendo tributos, dilatan injustamente el pago de proveedores, se asesoran por empresas eufemísticamente llamadas de «eficiencia tributaria» para pagar lo menos posible de impuestos, etc. Los que actúan con una ética correcta, que apunta al bien común, colaboran efectivamente en el desarrollo a largo plazo de nuestro país, ayudando a un crecimiento humano integral y a una adecuada armonía social. En cambio aquellos que van en sentido contrario horadan la dignidad humana. Para no herir susceptibilidades contemporáneas, basta recordar la aberración de los empresarios agrícolas franceses en Haití durante el siglo XVIII; la locura impuesta por los empresarios belgas en la explotación del caucho en el Congo Belga y el sometimiento al campesinado en Chile en el siglo XIX (recordemos las observado por Charles Darwin al más puro estilo feudal) y la aberración de la explotación laboral femenina contemporánea en el mercado textil evidenciada en el desastre ocurrido el año pasado en Bangladesh.

No menor es la responsabilidad que nos corresponde a la ciudadanía, que en estas semanas hemos dado el triste espectáculo al desatar la furia del consumo, insaciable y altamente egocéntrico, en un año en que nos delatamos como personas que tenemos dificultades para vivir al lado de «los diferentes» (inmigrantes, pobladores de campamentos, personas en situación de calle, enfermos, adultos mayores… etc.) y para involucrarnos personalmente en los procesos de transformación social que debe vivir el país (baja participación política). Es un 2013 complejo. Ya disminuyeron los voluntarios estables en las organizaciones de la sociedad civil que prestan servicio a los más excluidos y recordemos que un porcentaje no menor de la ciudadanía considera que el problema central ya no son las personas en situación de pobreza, sino las de la clase media, y que a los primeros sale más barato subsidiarlos (bonos).

La gran crisis que se ha instalado en la sociedad en este tiempo es de credibilidad y de vínculo, y en esto los líderes han colaborado muy poco con su testimonio. Desconfiamos unos de otros y cada día queremos vivir más separados, es este un escenario difícil para los más marginados y excluidos, ya que sus espacios se reducen más en lo que es fundamental para ellos. Es decir, en su necesidad de inclusión y cohesión.

En Chile la superación de la pobreza, el crecimiento económico y el éxito de las políticas sociales pro integración (vivienda, educación, empleo-salarios y salud) requieren un esfuerzo de toda la ciudadanía, no son sólo las organizaciones civiles sin fines de lucro –las buenas y santas– ni los empresarios –los salvadores de la nación– ni tampoco los Gobiernos –los redentores de los chilenos–. Es el conjunto de la sociedad –donde también por supuesto participan todos los anteriores– el que debe trabajar más rigurosamente para alcanzar logros superiores, metas gratificantes y liberadoras, que permiten mayores grados de justicia y paz. Nos queda una larga tarea por delante; ésta se juega entre la superación de la exclusión social y la pobreza, la necesaria integración social con ampliación de las oportunidades, y la urgente disminución de las brechas y la desigualdad. Sobre estos ámbitos los avances son aún insuficientes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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