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Reformas: epistemología para un acuerdo

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Roberto Meza
Por : Roberto Meza Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona.
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Por eso la actual polémica en torno a las ideas tiene pocos interesados, porque cada cual sabe que a partir de ciertos principios rectores las conclusiones de los argumentos esgrimidos serán distintas y, por consiguiente, lo que en definitiva cuenta es el poder que se tenga, sea legítimo, expresado mediante mayorías conseguidas en elecciones, o, de hecho, manifestado en la capacidad de influir del dinero, la fuerza o la convicción moral o experta que los grupos de interés tienen en los ámbitos de las reformas propuestas.


¿Con un conjunto idéntico de datos se puede llegar a conclusiones diferentes? En matemáticas no, porque sus elementos son datos “vacíos” que cuantifican o describen abstracciones que no existen en la realidad, pero si se siguen correctamente los procesos internos de ese lenguaje, es decir, su especial modo de relación entre sus componentes, los resultados serán iguales.

¿Con un conjunto idéntico de palabras, conceptos, sentencias o silogismos, se puede llegar a conclusiones diversas? Sí, porque las palabras, conceptos, imágenes e ideas, se instalan sobre la base de experiencias y genéticas humanas distintas, en las que las situaciones de aprendizaje, emociones, estructuras de poder y cultura en las que están inmersas las personas, actúan coloreando de diferente modo los significados de las frases descriptoras de la realidad observada.

Es decir, los conceptos e imágenes que transportan las palabras y que representan cosas, hechos y fenómenos están incorporadas y encadenadas a nuestras emociones básicas de supervivencia, reproducción y creación, de manera de recordarlas y mantener conductas adecuadas para desenvolvernos en nuestros entornos. Pero, al mismo tiempo, dicho encadenamiento nos hace presa de convicciones sobre la realidad que sólo están en nuestras cabezas, haciéndonos creer que lo que pensamos es la verdad.

Este fenómeno epistemológico explica por qué tenemos perspectivas tan diversas sobre los mismos hechos y fenómenos que nos rodean y por qué los “técnicos” convergen cuando sus análisis surgen de similar conjunto de datos y están basados en los mismos axiomas. También, por qué otros “técnicos” de diversa extracción ideológica muestran conclusiones tan divergentes cuando analizan los mismos hechos desde fundamentos distintos.

Un caso típico ha sido el de las reformas tributaria y educacional.

[cita]Por eso la actual polémica en torno a las ideas tiene pocos interesados, porque cada cual sabe que a partir de ciertos principios rectores las conclusiones de los argumentos esgrimidos serán distintas y, por consiguiente, lo que en definitiva cuenta es el poder que se tenga, sea legítimo, expresado mediante mayorías conseguidas en elecciones, o, de hecho, manifestado en la capacidad de influir del dinero, la fuerza o la convicción moral o experta que los grupos de interés tienen en los ámbitos de las reformas propuestas.[/cita]

Hasta hace algunos años, cuando la economía funcionaba a toda velocidad merced a la libertad y globalización de los mercados financieros, pocos técnicos, dirigentes políticos, sociales o religiosos enfatizaban en la igualdad como axioma de sus argumentaciones. El sistema funcionaba y parecía que haría rico a todos. ¿Por qué entonces poner en duda la evidencia de que la libertad era efectiva y eficiente en la lucha contra la pobreza? Pero la crisis de 2008 echó por tierra esa idea, la realidad económica se impuso sobre los juegos teórico-matemáticos de Wall Street y el mundo, en su zozobra, giró hacia la igualdad como nuevo axioma de los análisis económico-sociales. Y es que, si bien aceptamos que somos desiguales en talentos, en lo que respecta a la valoración de nuestra dignidad, somos todos muy iguales.

En efecto, hace 10 años habría sido imposible proponer con éxito político-social un aumento de los impuestos a las empresas y buscar recoger nada menos que US$ 8.200 millones anuales para gasto social tendente a la equidad (educación, previsión, salud). Hoy parece haber amplia coincidencia en la necesidad de emparejar la cancha de las oportunidades para el despliegue de los talentos a través de una mejor educación, aunque, como hemos visto, seguimos teniendo diferencias en los métodos para conseguirlo.

Asimismo, hace una década pocos discutían la idea base de que las empresas son un conjunto de personas que, libremente asociadas en el riesgo de reunir capital y trabajo para producir un bien o servicio, compiten con sus pares de todo el mundo, razón por la que hay que evitar que el Estado nacional sea una carga que les reste competitividad, limitando, por ello, el excesivo control burocrático o impuestos muy altos. Tras la debacle del 2008, por el contrario, muchos tienden a ver nuevamente al capital no sólo como opuesto a quien aporta el trabajo, sino hasta como el causante de sus desgracias, dada la inequidad en el reparto de los resultados del esfuerzo conjunto. Así, hasta el árbitro Estado ha comenzado a adoptar la mirada igualitaria, aconsejado, incluso, por las máximas expresiones del poder financiero: FMI, OCDE y Banco Mundial, que hoy recomiendan “regular” al sistema financiero internacional y avanzar en disminuir la desigualdad.

Y es que, hasta hace un tiempo, el poder del dinero parecía haber cooptado a un “árbitro saquero” que no cobraba los evidentes fouls del equipo del capital. Pero, pasado el éxtasis de la falsa riqueza, la dura experiencia ha inducido la creencia de que es la “libertad” –y en particular la del capital– la que generó las inequidades, aunque se diga menos que la crisis, más que producto de la libertad, fue consecuencia del libertinaje, corrupción y engaños de ciertos megaactores financieros, que, no obstante las millonarias “tarjetas rojas” con que el “árbitro” los ha multado, “indignaron” a millones de ciudadanos tras comprobar que los obstáculos para progresar con esfuerzo y trabajo honesto eran esas inmoralidades y no necesariamente la libertad, que siempre debe entenderse como esa autonomía para hacer todo aquello que no está prohibido por la ley o acuerdo social.

Por eso la actual polémica en torno a las ideas tiene pocos interesados, porque cada cual sabe que a partir de ciertos principios rectores las conclusiones de los argumentos esgrimidos serán distintas y, por consiguiente, lo que en definitiva cuenta es el poder que se tenga, sea legítimo, expresado mediante mayorías conseguidas en elecciones, o, de hecho, manifestado en la capacidad de influir del dinero, la fuerza o la convicción moral o experta que los grupos de interés tienen en los ámbitos de las reformas propuestas. Eso lo saben los estudiantes, movimientos ciudadanos, trabajadores o pequeños empresarios y de allí su desconfianza y porfía en exigir hechos y no promesas, así como la advertencia constante de defender sus derechos en la calle.

Pero si la lucha es de puro poder, más que de ideas o argumentos, ¿no podría ésta transformarse en una refriega de meras imposiciones que perturben la paz social y estabilidad que han hecho posible nuestro desarrollo? La sabiduría aconseja, pues, que por puro pragmatismo, no obstante el volumen de poder que administre cada actor (capital, venia electoral, entrada al cielo o expertise) lo sensato es negociar el grado aceptable y sostenible de cambios, así como el impacto de las reformas en los respectivos patrimonios, evitando patines, aplanadoras o retroexcavadoras, que se usen luego para hacer trincheras en las que terminen hechos añicos los bienes de todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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