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Llueve en Antofagasta Opinión

Llueve en Antofagasta

Juan Cristóbal Beytía
Por : Juan Cristóbal Beytía SJ, Capellán TECHO-Chile
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En el camino ciertamente les llovió sobre mojado. La suerte parecía no componerse nunca, hasta que llegaron. En la tierra prometida, donde se esperaban las oportunidades, no les fue mucho mejor. Hubo que armar un campamento precario en La Chimba, en medio de los reciclajes de basura de la ciudad de Antofagasta. No había otro modo de sobrevivir con el escuálido ingreso. La acogida de Chile fue fría, más bien de caricatura, probablemente por miedo al distinto. Los hombres fueron calificados de ladrones o narcotraficantes, las mujeres pasaron a ser todas putas en el imaginario local.


Antofagasta es uno de los lugares más áridos del mundo y, sin embargo, llueve. Llueve sobre mojado. Las 33 familias que han sufrido este incendio han hecho un camino largo hasta aquí. Han venido desde su tierra lejana, en viajes penosos y pasando peligro. Muchos de ellos han sido víctimas de abusos o engaños en el camino. Unos vienen escapando de la violencia sostenida en sus pueblos, otros buscando mejores oportunidades para su vida, dado que en su país no daba para más. Dejaron a sus familiares, a sus vínculos y sus afectos. Su tierra y sus muertos quedaron atrás. Nunca es fácil la decisión de partir, porque es ir a lo desconocido y se sabe que requerirá más trabajo armarse y empezar desde cero. Para partir hay que ser valiente, “hacer de tripas, corazón” y estar dispuesto a sacarse la mugre en la pega.

En el camino ciertamente les llovió sobre mojado. La suerte parecía no componerse nunca, hasta que llegaron. En la tierra prometida, donde se esperaban las oportunidades, no les fue mucho mejor. Hubo que armar un campamento precario en La Chimba, en medio de los reciclajes de basura de la ciudad de Antofagasta. No había otro modo de sobrevivir con el escuálido ingreso. La acogida de Chile fue fría, más bien de caricatura, probablemente por miedo al distinto. Los hombres fueron calificados de ladrones o narcotraficantes, las mujeres pasaron a ser todas putas en el imaginario local.

[cita]En el camino ciertamente les llovió sobre mojado. La suerte parecía no componerse nunca, hasta que llegaron. En la tierra prometida, donde se esperaban las oportunidades, no les fue mucho mejor. Hubo que armar un campamento precario en La Chimba, en medio de los reciclajes de basura de la ciudad de Antofagasta. No había otro modo de sobrevivir con el escuálido ingreso. La acogida de Chile fue fría, más bien de caricatura, probablemente por miedo al distinto. Los hombres fueron calificados de ladrones o narcotraficantes, las mujeres pasaron a ser todas putas en el imaginario local.[/cita]

Además, los tratan de ilegales, término que la prensa mundial ha dejado de utilizar porque atenta contra la dignidad humana. Afortunadamente, algunos más inteligentes saben que no puede haber personas ilegales, sino más bien situaciones irregulares. Y así sigue lloviendo en Antofagasta. Ayer, para colmo de males se les quemó su casa. Precaria y maltrecha, como era. El patrimonio, si se puede llamar así, quedó hecho ceniza. Las pocas raíces que podrían haber comenzado a tejer, un modo de afincarse en algún sitio, un medio de pertenecer a algo, todo quedó consumido en cuestión de minutos.

Llueve todavía, porque la reacción nuestra se limita a pequeñeces, haciendo eco de prejuicios dignos de discusiones medievales, cuando no tenían claro si los de raza negra tenían alma. Nos armamos de artilugios legales para lavarnos las manos o restringir la ayuda. Justificamos nuestras fobias irracionales generalizando imágenes vendidas por otros. En esto mostramos lo peor de nosotros, haciendo diferencias porque una persona nació más allá o más acá de líneas trazadas por torpes guerras. Caemos bajo al cuidar a los seres humanos peor que a algunos animales de casa.

En Antofagasta llueve poco, pero a los migrantes les llueve sobre mojado. ¿Cuándo va a parar de llover?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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