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Registrar la profesión en femenino: el hito que consiguieron las mujeres estudiantes en la Pontificia UC Opinión

Registrar la profesión en femenino: el hito que consiguieron las mujeres estudiantes en la Pontificia UC

Consiguieron lo que ellas mismas creyeron imposible: que la mayor instancia resolutiva de la casa de estudios, un espacio masculinizado y conservador, consagre el derecho de las mujeres a registrar el título profesional en femenino. En el marco de este trascendental logro que habla de una revolución cultural en marcha, según afirma la presidenta de la FEUC, Ignacia Henríquez, bien sería el tiempo de reflexionar sobre la rigidez normativa de la Real Academia Española de la Lengua, institución que ha desdeñado la posibilidad de promover un lenguaje inclusivo que visibilice, por de pronto, a la mitad más uno de la población hispanohablante.


No exagero si me arrogo el derecho a representar a las mujeres formulando una frase: El espacio público es un entorno hostil para nosotras. Lo sentimos así desde que somos niñas. Es hostil porque entraña peligros para nuestra integridad física y psíquica, cosa que suele darse a consecuencia del acoso y la agresión misógena que sufren muchas mujeres cuando, por ejemplo, se desplazan por la calle. Pero es hostil, además, porque restringe nuestro aporte en espacios como el trabajo, la política, la ciencia, la administración pública, la empresa y la Iglesia Católica, así como también en universidades como la nuestra, donde el conservadurismo ha tenido siempre un poder hegemónico en la construcción de sentidos y en la elaboración de narrativas para la élite. A estas alturas sería absurdo negarlo.

Sin embargo, nuestra casa de estudios ha dado un paso histórico, un hecho que, si bien simbólico, nos habla de un cambio de ciclo, de una transformación cultural constante e inexorable: en sesión llevada a efecto el viernes 9 de julio, y por unanimidad de sus integrantes, el Honorable Consejo Superior aprobó una resolución orientada a consagrar el derecho de las estudiantes que completen el proceso de titulación a registrar su profesión en femenino, de tal modo que el diploma, en mi caso, ya no dirá “Ignacia Henríquez, Ingeniero UC”, sino que dirá “Ignacia Henríquez, Ingeniera UC”, tal y como corresponde a mi condición de mujer

Es efectivo que tal logro ya fue conseguido, por ejemplo, por nuestras compañeras de la Universidad de Santiago. Sin embargo, en nuestro caso hemos ido más allá en términos de otorgarle carácter retroactivo, de tal modo que las mujeres que ya ejercen o ejercieron su profesión podrán pedir el título con el género que les identifica.   

Es importante destacar que esta iniciativa prosperó en una instancia marcadamente conservadora, ahí donde las mujeres tienen una representación casi simbólica. Pero el hecho de que los integrantes del Consejo hayan entregado sus votos nos habla, a las claras, de una institución que lenta pero progresivamente entiende que las mujeres somos esenciales en todos los campos, en todos los lugares del mundo, y de cara a todos los enormes desafíos que ha de sortear la humanidad en los años venideros, especialmente los referidos a la crisis climática, la desigualdad y la digitalización de la existencia. 

Es cierto: es un hecho simbólico, pero es enormemente significativo porque representa esa transformación largamente anhelada por nosotras, las mujeres, en un espacio muy masculinizado, como es, por cierto, nuestra Pontificia Universidad Católica. Invitamos a todas las mujeres de Chile a compartir nuestra alegría, porque es un paso más en el tortuoso camino a la igualdad de derechos, y ciertamente acompaña esa gesta nuestra de ganarnos el derecho a forjar el destino de nuestro país en una Convención Constituyente paritaria como no se había visto nunca en ningún otro país. 

Una lengua española que invisibiliza

Nuestra alegría sólo ensombrece cuando recordamos a todas las compañeras que nos antecedieron y que no alcanzaron a vivir para asistir a tan luminoso momento de nuestra historia universitaria. Por “compañeras” entendemos a las que estudiaron en la Universidad Católica y a las que ejercieron su labor académica. En todas ellas pensamos cuando comenzamos a discutir esta iniciativa en una asamblea feminista de Ingeniería. En todas ellas pensamos cuando impulsamos y articulamos este proyecto desde la Dirección de Género, una modesta unidad administrativa que cuenta con tan solo dos funcionarias. En todas ellas pensamos cuando concurrimos con nuestro voto en compañía de Almendra Aguilera, Consejera Superior. 

Algunos quizás no lo entenderán del todo porque nunca han sido subestimados por el solo hecho de ser mujer, pero invitamos, a partir de este hito tan concreto como trascendental, a reflexionar en la manera que usamos el lenguaje para referir a nosotras. Más allá de la ácida polémica que enfrenta a la Real Academia Española de la Lengua con quienes promueven el lenguaje inclusivo, es bueno recordar que, como dice su estatuto en su artículo primero, esta institución debe cuidar “que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”. El lenguaje inclusivo, creemos nosotras, en ningún caso ha de impedir esa unidad, ya que los cambios en el habla se están dando simultáneamente en toda Hispanoamérica. 

Esta declaración reemplazó aquella que rezaba que la RAE “limpia, fija y da esplendor” a la lengua de Cervantes. Esperemos que ese esplendor evolucione hasta iluminar a quienes han sido invisibilizados en el discurso, como hemos sido históricamente nosotras, las mujeres.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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