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El Panteón chileno Opinión

El Panteón chileno

Mauricio Electorat
Por : Mauricio Electorat Escritor y académico chileno. Autor de "El paraíso tres veces al día", "La burla del tiempo", "Las islas que van quedando" y "No hay que mirar a los muertos", entre otros textos.
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El Panteón chileno también es solemne, hay fotos gigantes del difunto, fuegos artificiales, muchos balazos… y son “escoltados” por Carabineros de Chile. Los más recientes (bulliciosos y bullados) son el del Ñaju y el del Mota. El Ñaju fue acribillado en Valparaíso de treinta tiros. Ese día el Ministerio de Educación suspendió las clases en diez colegios del puerto. Al ministro Ávila le pareció una buena decisión el cierre de los colegios. Y el senador Juan Ignacio Latorre declaró: “Hubo una buena reacción por parte del Estado en su conjunto, con la coordinación de la Delegación, las policías y el municipio”. O sea, son funerales de Estado.


Francia se debate, como el resto de Occidente, en una grave crisis política, marcada por el aumento exponencial de todos los populismos. El Rassemblement National, de la ultraderechista Marine Le Pen, es el primer partido político en la Cámara Baja, con 89 diputados, algo que hace algunos años era impensable. Al frente está la Nueva Unión Popular Ecológica y Social, una coalición heteróclita de partidos de izquierda, liderada por el sulfuroso Jean-Luc Mélenchon, que pasa sus vacaciones en países como Venezuela o Cuba para, según él, volver a los orígenes. Hay un indiscutible paralelismo con lo que ocurre en Chile, salvo que los Republicanos chilenos ya quisieran ser el primer partido en la Cámara de Diputados (Dios nos libre, pero Dios, como es sabido, no se mete en política, y cuando se mete, suele ser de derecha… ¡temblemos!).

A pesar de todo, hay una tradición francesa que encarna la República tanto como la Educación Nacional o la Seguridad Social: me refiero al Panteón, un monumento donde reposan los grandes hombres (y mujeres) que han obrado por Francia. En el frontis del edificio se lee: “Aux Grands Hommes, la Patrie Reconnaissante” (“A los grandes hombres, la Patria reconocida”). Entre sus muros hay escritores, científicos, economistas, políticos y resistentes a la ocupación nazi, como la cantante Joséphine Baker. La lista incluye a Voltaire, Victor Hugo, Zola, Rousseau, Pierre y Marie Curie y Simone Veil, entre muchos otros.

Cuando un “gran hombre” es “panteonizado”, la Guardia Republicana acompaña la urna en un desfile solemne por las calles de París y en las escalinatas del Panteón es recibido por el presidente de la República, quien pronuncia un discurso fúnebre, nacional, épico y eterno. Eternos son los discursos de André Malraux, quien, como ministro de Cultura del general De Gaulle, acogió la urna de Jean Moulin, el jefe de la resistencia asesinado por los nazis. “Entra aquí, Jean Moulin, con tu terrible cortejo –dijo Malraux–, con los que murieron en las mazmorras sin haber hablado, como tú, con la última mujer muerta en Ravensbruck por haber dado asilo a uno de los nuestros (…), entra aquí con tu pueblo, renacido de las sombras y la noche…”. Ese es un ministro de Cultura, digo yo.

En Chile, fíjese usted por dónde, también tenemos un panteón. Pero es mucho más moderno, o posmoderno, que el francés. En primer lugar, es móvil. Y popular. Se encuentra en todos los “territorios”, para hablar con corrección política, donde se les rinde homenaje a los “grandes hombres” (que yo sepa, hasta ahora no hay mujeres). El Panteón chileno también es solemne, hay fotos gigantes del difunto, fuegos artificiales, muchos balazos… y son “escoltados” por Carabineros de Chile. Los más recientes (bulliciosos y bullados) son el del Ñaju y el del Mota. El Ñaju fue acribillado en Valparaíso de treinta tiros. Ese día el Ministerio de Educación suspendió las clases en diez colegios del puerto. Al ministro Ávila le pareció una buena decisión el cierre de los colegios. Y el senador Juan Ignacio Latorre declaró: “Hubo una buena reacción por parte del Estado en su conjunto, con la coordinación de la Delegación, las policías y el municipio”. O sea, son funerales de Estado.

El Mota fue el último “panteonizado”, entre los más conocidos, claro, porque el Panteón chileno es muy democrático y hay funerales de Estado en los territorios de la Patria casi todas las semanas. Al Mota se le hicieron, de hecho, dos funerales, uno “in corpore insepulto” y otro, cuando su cuerpo llegó a Chile embalsamado –honor que no tuvieron ni Gabriela Mistral, ni Neruda, ni ningún estadista–, desde Roma, donde cumplía condena. Ese día la comuna de Pedro Aguirre Cerda cerró cuatro establecimientos educacionales. Es que el Mota era un ejemplo vivo para nuestra juventud: había triunfado en el extranjero. Los funerales de estos “grandes hombres” merecen, por cierto, una amplia cobertura mediática, y los ciudadanos nos enteramos pormenorizadamente de sus altos hechos de armas y sus proezas.

La enfermedad de Chile tiene un nombre: decadencia. Algunos países se salvan, otros no. Esperemos contarnos entre los primeros. Aunque es conveniente recordar el verso de Parra: “Creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje”. Narcopaisaje, diría yo. Que tengan buena semana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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