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Los dilemas del Gobierno y de Republicanos Opinión

Los dilemas del Gobierno y de Republicanos

Juan Legal
Por : Juan Legal El nombre de este perfil corresponde a un seudónimo para proteger la identidad de su autor/a
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Pero los republicanos también tienen un extraño y decisivo dilema, que es al mismo tiempo su propia trampa, que consiste en elegir entre liderar el rechazo al nuevo proyecto de Constitución, teniendo que explicar por qué no usaron el veto que conquistaron el 7 de mayo pasado, o sumarse a una propuesta que genere consenso entre los consejeros constitucionales, pasando a ser parte del establishment.


Hay elecciones en que la derrota de los políticos y partidos tradicionales es más importante que la victoria de una mayoría circunstancial, que aparece disruptiva y que puede ser efímera, como lo fue el triunfo de la Lista del Pueblo en la elección de convencionales para la ya fallecida Convención Constitucional.

El desmoronamiento de todo un orden de poderes, costumbres, influencias, pactos históricos y límites tácitos es una puerta abierta de par en par a la incertidumbre y desconcierto, que, por lo demás, es algo normal, lógico y deseable en cierto modo. Nadie sabe qué lugar ocupará en el nuevo escenario, lo que significa el advenimiento de un nuevo ciclo y no solo una elección con resultados para algunos inexplicables.

Igual como el 18 de octubre, en que la gente salió a protestar contra los abusos del Estado, de las AFP, de las isapres, o contra la falta de fiscalización de los servicios públicos provistos por privados, contra las ventas atadas, los excesos de los bancos, la desprotección del Sernac, las colusiones, el precio de los remedios, etc., ahora, en esta elección del 7 de mayo pasado, la sociedad hizo sentir su transversal y radical cuestionamiento a la clase política tradicional. E hizo saber su hastío con el Gobierno, con el Congreso, con los partidos históricos, con los dirigentes y con todos los que representan o han representado a grupos que se perciben como privilegiados, abusadores o con desidia frente a los problemas más urgentes de resolver.

Porque los abusos no se han terminado, sino que siguen igualmente ocurriendo, y la indignación contra los políticos tradicionales está en alza, es que ambos estados de indignación no son excluyentes, sino que deben sumarse.

Aquí no ganó un discurso neoliberal ni ha habido un vuelco a la derecha. Aquí ganaron la molestia y la desconfianza, ganó el miedo a la delincuencia y el rechazo a la inmigración masiva e ilegal. Aquí ganó la exigencia de una actuación del Estado que garantice eficacia y eficiencia en la persecución de los delincuentes, usurpadores, incendiarios, protestantes violentos, saqueadores, asaltantes, narcotraficantes, fiscales indolentes y jueces excesivamente garantistas de los derechos de los imputados y no protectores de las víctimas.

Y desapareció el centro político, por no saber interpretar el sentido común de la inmensa mayoría de los chilenos y por enfrascarse por muchos años en reyertas fraccionales y personalistas alejadas del bien común.

Si uno mira de verdad los resultados, lo que encuentra es una redistribución de la votación de la derecha y del Partido de la Gente en favor de los republicanos. Ve una fragmentación del voto de izquierda, que sumada no es nada despreciable, pero que sumida en el marasmo de recriminaciones recíprocas pesa poco, y encuentra dos millones de votos nulos y blancos, duplicando el porcentaje tradicional.

El Partido Republicano no es nada más que un efímero disfraz de la ultraderecha para capitalizar el descontento social contra la clase política, tal como sucedió y sucede con Trump, Bolsonaro, Meloni, Le Pen, Vox y otros que, levantando el tema migratorio y la seguridad como ejes de su propuesta política, han tenido éxitos electorales sorprendentes, que ponen evidencia hasta ahora la completa incapacidad presente de los sectores de centro y de centroizquierda para ser alternativa creíble y competitiva frente a este populismo de derechas.

Pero los republicanos también tienen un extraño y decisivo dilema, que es al mismo tiempo su propia trampa, que consiste en elegir entre liderar el rechazo al nuevo proyecto de Constitución, teniendo que explicar por qué no usaron el veto que conquistaron el 7 de mayo pasado, o sumarse a una propuesta que genere consenso entre los consejeros constitucionales, pasando a ser parte del establishment.

Mi convicción es que los republicanos están condenados a ser antisistema, porque necesitan la polarización para existir. Dicho en otras palabras, si se logra un acuerdo constitucional, con republicanos incluidos, la foto de las manos en alto será su sentencia de muerte frente a su enrabiado electorado. Ellos lo saben, pero las derrotados el 7 de mayo pasado aún no se dan cuenta.

Los republicanos saben que no es nada improbable que en el próximo plebiscito de salida la opción Rechazo pueda ganar y por eso es por lo que tratarán, como hasta ahora, de capitalizar el voto de protesta, restándose de cualquier tipo de acuerdos.

Frente a esta realidad predecible, y que es de manual, el Gobierno debe encabezar la estrategia política, primero nucleando a sus partidarios, y salir de La Moneda y del Congreso a explicar en terreno a los chilenos qué significa para ellos el perdonazo a las isapres o el rechazo a la reforma previsional y a la reforma tributaria.

Simple pero claro, el Gobierno debe abandonar esta rara prescindencia y salir a la cancha a defender su programa y sus ideas. Así vale la pena gobernar. Para resignarse a los dictados de una derecha, que maneja los medios de comunicación y pautea diariamente la agenda sin mayor resistencia, mejor arriar la bandera y dedicarse a administrar lo mejor posible por los próximos tres años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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