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La sociedad del afecto: fraternidad animal y convivencia multiespecies Opinión

La sociedad del afecto: fraternidad animal y convivencia multiespecies

Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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La sociedad del afecto, fomenta las paces vivas en los territorios, así como la feminización de las culturas y de las riquezas materiales e inmateriales. Co-construir la sociedad del afecto es simple, directo y sin costos. Abrazarse y abrazarnos es un regalo y una fuente de energías renovables.


Hay perros de la calle que han aprendido el intercambio de bienes y servicios, así como el valor del dinero con la importancia que los seres humanos les dan a sus transacciones comerciales. Hay perros callejeros que toman del suelo un trozo de papel u hojas de los árboles y con ellas se acercan a tiendas que venden alimentos, ponen su papel u hoja arriba del mesón, para que el dueño o dependiente les entregue una ración de alimento. Los perros de la calle son observadores de la realidad social y transaccional que les toca ver diariamente y esa observación, puesta en práctica, es un aprendizaje para acceder a un tipo de convivencia multiespecies.

Seguramente muchas personas pueden contar anécdotas o relatos sobre el comportamiento de perros de la calle que han salvado vidas o acompañan a niñas y niños a la escuela de ida y de regreso, o bien, son guardianes discretos de parejas de amantes en medio de la noche, custodiando el tránsito seguro de los enamorados. Nadie se los pide, pero lo hacen porque sienten necesario entregarse a los demás. En ello, encuentran vocación y servicio comunitario.

La sociedad del afecto es pletórica en ejemplos de diversas comunidades de seres vivos, dentro de la flora y fauna animal. Hoy, existe evidencia científica sobre la comunicación arbórea. Los árboles del bosque están conectados entre sí, a través de una red subterránea de micorrizas mediante la cual, no solo comparten recursos e información, sino que también se ayudan y colaboran en la fraternidad que les toca vivir como especie. Los árboles como seres vivos respiran, deciden, sienten, se protegen y producen intercomunicación, apreciando el valor de la vida en comunidad, donde los árboles más jóvenes les entregan savia a los árboles más longevos.  

Las lombrices tienen cinco corazones y ausencia de lo que nosotros, los animales humanos, llamamos cerebro. Son seres amorosos y mucho más valiosos ecológica y evolutivamente hablando que los seres humanos. De hecho, la vida humana depende de la misión biológica de las lombrices en los ecosistemas. Ellas no conocen el ego, menos el egocentrismo o especiecentrismo tan marcado entre nosotros. Por lo demás, sabemos que nuestra huella destructiva en diversos hábitats y sobre las condiciones de vida en el planeta es conmensurable, científicamente se puede medir. Lo mismo, nuestra capacidad regenerativa y dialógica, volcada hacia la colaboración humana, la convivencia  multiespecies y la búsqueda de equilibrios. 

Eros y Thanatos conviven en el cotidiano, sin embargo, la evidencia demuestra que el daño al medioambiente, provocado por el animal humano suma y sigue, a pesar de los umbrales ya traspasados por los países y el sistema internacional en torno a los urgentes resguardos sobre el cambio climático y el diseño e implementación de políticas locales y globales para abordar la crisis ecológica. Para el animal humano el desafío generoso y generativo se inscribe en la idea de potenciar nuestras capacidades adaptativas para funcionar dentro de los límites y posibilidades que la biósfera nos permite. Como advertía Alejandro Rojas Wainer, imitar a la naturaleza y aprender cómo funciona conduce a la lucidez, ya que la idea de que el ser humano constituye la culminación de la evolución de la vida es errada y peligrosa para la sobrevivencia humana.

La agroecología para Rojas Wainer (policultivos de la mente) se enraíza en la reflexión sobre cómo aprenden los campesinos, que también se podría extender a la idea de cómo aprenden los pescadores artesanales. La ciencia agroecológica se fundó estudiando cómo los campesinos de América Latina, en las condiciones más difíciles, en las peores tierras de ladera, practicaban una agricultura sostenible, donde la biodiversidad se multiplica en vez de desaparecer, no hay insumos químicos, existe un uso generativo de la energía solar, la producción alimentaria se torna suficiente para la comunidad y el trabajo se organiza de manera cooperativa.

Llevamos siglos de política antropocéntrica institucionalizada, ignorando el impacto de nuestra soberbia e ignorancia como animales humanos por sobre los demás seres vivos del planeta y la naturaleza que nos alberga. Impulsar una visión de convivencia multiespecies es parte de un cambio cultural que nos debiese motivar para incidir en la construcción de la sociedad del afecto.

El contexto y marco evolutivo global es la crisis ecológica en la que se encuentra el planeta y los dilemas que esto significa para nuestra existencia como animales humanos, con demasiadas evidencias diagnósticas, pero con políticas erráticas o irrelevantes para el tamaño y dinámica de la crisis ecosistémica planetaria. 

Abrazar la generosidad del universo multiespecies como personas conscientes, interesadas y necesitadas de soluciones de diseño adaptativas, sensibles y sostenibles, nos permite valorar el compromiso de compartir nuestras experiencias y perspectivas espaciotemporales plurales y multisituadas, fomentando el florecimiento de diversas comunidades de aprendizaje en pos del desafío planetario crucial de adaptabilidad dinámica para una nueva habitabilidad de la Tierra.

La defensa de los valores de la igualdad y la libertad durante los siglos XIX y XX, nos han llevado a escenarios de revoluciones violentas, guerras, golpes de Estado y conflictos maltratados, poco contemplativos y compasivos con la biodiversidad emergente. En este siglo XXI nos debiese convocar la fraternidad, valorando las mejores versiones de los esfuerzos de igualdad y libertad en la convivencia humana y las relaciones multiespecies. Es posible y deseable enverdecer las ciudades y sembrar los campos de ecosociabilidad entre las tradiciones y las innovaciones, fomentando estrategias y políticas de sostenibilidad alimentaria que nos sitúe en un prosumo colaborativo (producción-consumo), basado en prácticas de equilibrios dinámicos.

En lugar de padecer planes verticales para los ciudadanos desde la política tradicional, las familias multiespecies pueden promover la horizontalidad en la política como ejercicio de nueva ciudadanía y ser determinantes en el despliegue de las economías en colores al servicio de las especies vivas y los balances ecosistémicos. Las políticas públicas tienen que plasmarse como experiencias de gobiernos abiertos, transparentes e inclusivos, con mayor participación y colaboración entre las ciudadanías, los poderes del Estado, los agentes productivos y creativos, impulsando innovaciones colaborativas entre ciencias, tecnologías y saberes ancestrales. 

La sociedad del afecto conecta eróticamente con cualquier tipo de movimiento biocultural y ecociudadano fraterno presente en el barrio, la escuela, el espacio público o el lugar de trabajo, disponibles a superar la narrativa, la estética y las prácticas de la sociedad del abuso y del abandono, aquella aberración socialmente construida sobre la base de los mismos principios del individualismo extremo que se puede visualizar en el ladrillo de los “Chicago Boys” chilensis o en “La teoría sueca del amor”. Si uno ve ambos documentales de forma continua, nos encontramos con que la canción es la misma, como cantaría Led Zeppelin, desde los años 70 hasta nuestros días.

La sociedad del afecto fomenta las paces vivas en los territorios, así como la feminización de las culturas y de las riquezas materiales e inmateriales. Co-construir la sociedad del afecto es simple, directo y sin costos. Abrazarse y abrazarnos es un regalo y una fuente de energías renovables. La sociedad del afecto nos invita a proyectarnos y transformarnos, siendo partícipes de diálogos apreciativos, policromáticos e intergeneracionales. 

En ello radica la clave para la inspiración de cualquier política pública local o global, sea en Colombia como potencia mundial de la vida, la bioeconomía generativa de Brasil o las inspiraciones que a Chile y cualquier país del mundo le toque encontrar, y proyectarse cuando se conecte con la riqueza a nivel de soluciones de diseño que se encuentra en la convivencia multiespecies. En esa erótica de la cosa pública y de la fraternidad ecosistémica, las crisis que actualmente superan nuestras capacidades de acción como especie humana, se vuelven del tamaño de un huerto comunitario o del hábitat de una lombriz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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