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El golpe de Estado y la autocrítica de la derecha chilena Opinión

El golpe de Estado y la autocrítica de la derecha chilena

Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC).
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Hace sólo diez años, cuando conmemorábamos el cuadragésimo aniversario de 1973, pudimos escuchar con esperanza ciertas reflexiones alentadoras en jóvenes dirigentes de la derecha chilena, que desde sectores como Amplitud y Evopoli rechazaban cualquier forma de quiebre deliberado en las instituciones del Estado. 


Algunas de las declaraciones de dirigentes de la derecha chilena parecen devolver al país a etapas que se creían ya superadas y generan desconfianza sobre su respeto irrestricto de la democracia. La declaración del diputado Jorge Alessandri (UDI), que ha afirmado: “Yo justifico el golpe de Estado”, es de tal gravedad que supone una alerta para todas las instituciones democráticas y para la convivencia cívica en este país. 

Técnicamente, la Real Academia de la Lengua Española define un golpe de Estado como una “usurpación violenta del gobierno de un país”. Si un diputado está de acuerdo con eso es motivo para estudiar seriamente su responsabilidad política como legislador.  Cuando un dirigente o parlamentario se empeña en legitimar el golpe de Estado de 1973 y ataca a quienes le advierten sobre la gravedad de sus afirmaciones, comienza a jugar con fuego, abonando un terreno peligroso. Normalizar hablar a favor de un golpe de Estado nos desarma frente a un contexto futuro, en el que se llegue a generar un golpe real en nuestra sociedad.

Hace sólo diez años, cuando conmemorábamos el cuadragésimo aniversario de 1973, pudimos escuchar con esperanza ciertas reflexiones alentadoras en jóvenes dirigentes de la derecha chilena, que desde sectores como Amplitud y Evopoli rechazaban cualquier forma de quiebre deliberado en las instituciones del Estado.  Pero en la actualidad los discursos de la UDI y Republicanos han llevado a una parte de la clase política hacia algo más grave que sus constantes faltas de respeto, hipérboles y otras formas de crispación.

Vemos una suerte de alianza orquestada por la extrema derecha que se está empeñando en generar daños irreparables dentro de la estabilidad del Estado de derecho, dando rienda suelta a discursos de odio que ponen en cuestión la legitimidad de la democracia como sistema e incentivando serios conflictos dentro de la ciudadanía. Lo que parecen buscar es revivir los fantasmas y miedos que iniciaron la sangrienta masacre de 1973, que dividió al país en bandos irreconciliables por décadas que, en lugar de escucharse, se dedicaron a atacarse mutuamente. 

Si en el futuro estuviéramos ante un golpe de Estado, todas las fuerzas políticas democráticas tendrían que salir a la calle, enfrentarse a los insubordinados y frenarlos de inmediato, de forma consecuente. ¿Sería eso lo que haría este tipo de derecha en este momento? ¿O estarían dispuesta a repetir su intolerable conducta de hace cincuenta años? 

Por eso es necesario advertir contra normalizar hablar de un golpe como algo liviano y tolerable, ya que nos desarma moralmente frente a un contexto de atentados reales a la institucionalidad. Cuando los dirigentes políticos no le dan valor a las palabras que pronuncian, no asumen el efecto de arrastre político en la población que se contiene en sus afirmaciones. No se dan cuenta que se degrada la convivencia y se deprecia lo que le da fundamento, que es la democracia, tanto como principio como procedimiento.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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