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Cierre de desembocaduras de ríos: el colapso de los ecosistemas costeros en Chile Opinión

Cierre de desembocaduras de ríos: el colapso de los ecosistemas costeros en Chile

Carolina Martínez Reyes
Por : Carolina Martínez Reyes Directora del Observatorio de la Costa, académica de Geografía UC, investigadora Secos - CIGIDEN.
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Nuestra costa está cambiando de forma acelerada y debemos tomar acciones si queremos preservar estos ecosistemas para las futuras generaciones. No hablamos de paisajes “prescindibles” que podemos manipular a nuestro antojo en aras del progreso. Cuando se construye sobre un humedal o la playa, cuando se destruyen las dunas, esto repercute en el mayor impacto que apreciamos de fenómenos como las marejadas y los sistemas frontales, tal y como hemos visto en semanas recientes con graves inundaciones a lo largo de Chile.


A comienzos de año, las primeras mediciones nos dieron la señal de alerta. Había una alarmante disminución en el caudal del río Maipo, uno de los principales sistemas fluviales de Chile central, con una cuenca de 15.380 km2. A solo 20 kilómetros de la desembocadura, en la estación Cabimbao de la Dirección General de Aguas, el caudal llegaba a 1,8 m3 por segundo. En comparación, en 2010, el caudal superaba los 101 m3 por segundo.

A fines de enero ocurrió lo que temíamos: se presentó un embancamiento en la desembocadura y el río dejó de conectarse con el mar, por primera vez desde que se tiene registro en esa zona. Pero lo que está pasando en este estuario está lejos de ser una situación aislada, ya que se repite en otras importantes desembocaduras que estamos también investigando tanto en el Observatorio de la Costa UC, como en los centros científicos CIGIDEN y SECOS, en los ríos Aconcagua (Región de Valparaíso), Cahuil y Mataquito (Región de O’Higgins).

En todos los casos las causas suelen ser similares, es decir, la intervención de los caudales de los ríos para actividades productivas y la sobreexplotación del recurso hídrico. A estos factores debemos sumar la megasequía que afecta al país desde hace décadas y el aumento de las marejadas, que según nuestras investigaciones son más intensas y persistentes desde 2015. En efecto, de acuerdo al GEOlibro “Hacia una Ley de Costas en Chile: bases para una gestión integrada de áreas costeras”, las marejadas han causado daños a la infraestructura costera más de 200 veces desde 1823, y se ubican como el tercer desastre de origen natural en términos de daños en el país, después de los terremotos y tsunamis.

De acuerdo al texto, “en los últimos años se ha producido un aumento importante en la frecuencia de las marejadas que han afectado la costa de nuestro país, produciendo inundaciones costeras, daños a la actividad turística, erosión daños en la infraestructura y un aumento de los cierres de puerto”.

La desembocadura del río Maipo, en particular, ha sido uno de nuestros “laboratorios naturales” para estudiar estos fenómenos, donde se presentan todos los factores antes mencionados, a los que debemos sumar el crecimiento urbano en los últimos 50 años y la expansión del Puerto de San Antonio. La semana pasada estuvimos en esta desembocadura como parte de un esfuerzo interdisciplinario liderado por el Instituto Milenio SECOS, en el que participan investigadoras e investigadores de seis universidades del país.

Se trata de una investigación inédita, no solo por la importancia científica de analizar estos cierres en las desembocaduras, que conllevan diversos impactos para los ecosistemas, sino también porque representa un ejemplo de gestión integrada para la costa donde participan representantes de comunidades locales y autoridades. Todas y todos empujando la investigación y la generación de conocimiento para la protección de la costa en Chile.

Desde hace dos años que realizamos estos muestreos estacionales, en invierno y verano, contando con 11 estaciones de monitoreo distribuidas desde la boca del río y el puente Lo Gallardo, abarcando unos siete kilómetros siguiendo el eje del río. En estas estaciones se obtienen datos de parámetros físico-químicos, nutrientes, contaminantes y sedimentos, es decir información referida a la salud del estuario. Con esta información, se busca generar un protocolo de apertura para estas desembocaduras de ríos que cuando se cierran, provocan conflictos socioambientales. Este verano, por ejemplo, tras el primer cierre se acordó con la autoridad una apertura mecánica para evitar inundaciones, sin embargo, se volvió a cerrar a los pocos días y hubo que recurrir a una segunda apertura mecánica.

Ecosistemas interconectados

¿Por qué es importante mantener la buena salud de nuestros estuarios y desembocaduras de los ríos? No solo para evitar inundaciones y problemas para comunidades locales, también porque la interacción de los ríos con el océano costero es clave para las actividades de comunidades costeras, para la biodiversidad y los ecosistemas de la costa, además de sostener la pesca artesanal, la recolección de orilla y proteger la vida humana ante amenazas como los tsunamis y las marejadas, entre otras.

Esto porque el agua de los ríos no se “pierde en el mar”. El agua dulce entra al océano generando lo que se denomina “pluma”, donde se dispersan sedimentos, contaminantes, nutrientes y microorganismos, que influencian la productividad de la costa, con impactos en las comunidades y ecosistemas que ahí habitan.

Recientemente dimos a conocer un informe científico que analizó la evolución geomorfológica del sistema estuarial río Maipo-playa de Llolleo, durante el período 1945-2023. Según analizamos, en la zona costera de las comunas de San Antonio y Santo Domingo, donde se ubica esta desembocadura, destacan actividades portuarias y turísticas, respectivamente, las cuales deben coexistir con un sistema altamente dinámico y rico en biodiversidad, que es la desembocadura del río Maipo.

Para el periodo analizado, el crecimiento urbano y la extensión del puerto de San Antonio han generado una fragmentación del sistema estuarino y sus geoformas, así también severos impactos en la dinámica del ecosistema. Los eventos más recientes de marejadas han ocasionado, a su vez, cambios irreversibles en el área de las desembocaduras que regula la entrada de marea y en los humedales de ambas riberas (se les conoce como barras o espigas litorales).

Lo que aprendemos de todos estos estudios, es que un ecosistema incide en el otro, lo que implica que para poder salvaguardar la riqueza y servicios ecosistémicos que nos provee esta importante zona natural del litoral central, así como otras desembocaduras en Chile, se requiere una visión sistémica. Esta debe considerar la interconexión que presentan playas, dunas, humedales y ríos.

En la desembocadura del río Choapa, cercana al humedal de Huentelauquén, también se reportan impactos por el uso indiscriminado y no fiscalizado de aguas, que ha hecho desaparecer el río mucho antes de que alcance el humedal. Sobre la playa del humedal, desde hace años existe una barrera frontal que cierra el humedal y el año pasado se tuvo que abrir con maquinaria por el crecimiento e inundación de suelos agrícolas y viviendas. En la Región de Valparaíso, en tanto, en la desembocadura del río Aconcagua ubicada en Concón, pasó algo parecido y durante las últimas lluvias en junio, se abrió esta barrera mecánicamente para evitar inundaciones.

Nuestra costa está cambiando de forma acelerada y debemos tomar acciones si queremos preservar estos ecosistemas para las futuras generaciones. No hablamos de paisajes “prescindibles” que podemos manipular a nuestro antojo en aras del progreso. Cuando se construye sobre un humedal o la playa, cuando se destruyen las dunas, esto repercute en el mayor impacto que apreciamos de fenómenos como las marejadas y los sistemas frontales, tal y como hemos visto en semanas recientes con graves inundaciones a lo largo de Chile.

Esta semana estamos precisamente en la desembocadura del río Mataquito, para continuar investigando estos fenómenos, mientras seguimos esperando que la moción para una Ley de Costas ­–desde diciembre en el Parlamento– avance para contar con una regulación acorde a los fenómenos que estamos viviendo y que continuarán incluso aumentando su intensidad, según el conocimiento científico actual, para permitir una gestión integrada de los territorios costeros. Chile no tiene una política pública centrada en gestión integrada de áreas costeras, luego de 170 años de espera, es urgente contar con ella.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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