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La cárcel: un lugar hediondo, peligroso e insalubre Opinión

La cárcel: un lugar hediondo, peligroso e insalubre

Diego Palomo
Por : Diego Palomo Académico de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Talca
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No podemos resignarnos a que el lugar al que llamamos “cárcel” haya perdido su propósito original y se haya convertido en un espacio hediondo, peligroso e insalubre.


De nuevo nos tomamos del audio viralizado donde una juez del Trabajo describe la cárcel en estos términos para advertirle a un testigo de las consecuencias de mentir en su declaración.
Pero acá nos queremos detener en la situación insostenible de los centros de reclusión en el país, que obliga a pensar que responsabilidad nos cabe a cada uno en esta verdadera crisis de civilidad mínima. Para ello, ponemos la mirada en un clásico de Carnelutti.
En las páginas del libro Las miserias del proceso penal del maestro italiano Carnelutti, se revelan las abrumadoras deficiencias y miserias inherentes al sistema carcelario. La cárcel, concebida como una institución destinada a rehabilitar y reformar a los delincuentes, se ha transformado en un lugar donde la humanidad y la civilidad son olvidadas y donde la dignidad se desvanece.
El primero de los problemas se encuentra en el propio diseño de las prisiones, que se asemejan más a antiguos calabozos medievales que a instituciones modernas. Estos recintos oscuros, con escasa iluminación y ventilación, dan lugar a condiciones insalubres y deplorables. La falta de higiene y el hacinamiento son una realidad, convirtiendo las cárceles en una vergüenza nacional. ¿Podemos sentir orgullo de lo descrito?
No obstante, el problema no se limita al entorno físico. Es dentro de las paredes de la cárcel donde se manifiesta una verdadera catástrofe humana. La cárcel se ha convertido en un caldo de cultivo para la violencia, la contaminación criminógena y la corrupción. Bandas y facciones internas luchan por el control y los recursos escasos, convirtiendo el lugar en un real campo de batalla, donde Gendarmería, con los escasos recursos que posee, muchas veces no da abasto para controlar con respeto a los DDFF que los reclusos no pierden por estar privados de libertad, incurriendo en abusos intolerables. La inseguridad reinante hace que los reclusos estén constantemente en peligro, condenados a vivir en permanente riesgo.
El sistema carcelario ha demostrado ser incapaz de cumplir su función rehabilitadora. Más bien, se convierte en una fábrica de criminales endurecidos por la vida en reclusión. Las escasas oportunidades de educación y formación, así como la escasa perspectiva de un futuro digno, hace que muchos reclusos recurran a la reincidencia. Incluso, no pocos jueces, ante la reincidencia o ante el incumplimiento de alguna pena alternativa a las penas privativas de libertad, acuden a una explicación en extremo simplista: el carácter refractario de este grupo de la sociedad.
¿Dónde está la justicia en este ciclo interminable?
Es en este punto donde el libro de Carnelutti expone una crítica mordaz al sistema penitenciario. La cárcel, concebida originalmente como una herramienta para impartir justicia y reformar al infractor, se ha convertido en una trampa en la que la sociedad parece haber renunciado a su deber de corregir y redimir a aquellos que han cometido errores (delitos).
Es imperativo que la sociedad y las autoridades reconozcan la urgente necesidad de reformar el sistema carcelario. La prioridad debe ser el respeto a la dignidad humana y el reconocimiento de la capacidad de cambio y redención de cada individuo. La implementación y ampliación de programas de reinserción, la mejora de las condiciones carcelarias y la promoción de una justicia humana son pasos esenciales hacia la construcción de un sistema penal más justo y efectivo.
No podemos resignarnos a que el lugar al que llamamos “cárcel” haya perdido su propósito original y se haya convertido en un espacio hediondo, peligroso e insalubre. La crítica planteada por Carnelutti en Las miserias del proceso penal resuena hoy con más fuerza que nunca. Urge tomar medidas para que la cárcel vuelva a ser un lugar de esperanza y oportunidades para aquellos que han cometido delitos y desean reformarse. Solo así podremos aspirar a una sociedad más justa y compasiva.
Como señala Carnelutti, “nuestro comportamiento o frente a los condenados es el índice más seguro de nuestra civilidad”. “Al llegar a cierto punto, el problema del delito y de la pena deja de ser un problema jurídico para seguir siendo solamente, un problema moral”. Cada uno de nosotros tiene un papel que cumplir.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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