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A 50 años del golpe de Estado: el día de después Opinión

A 50 años del golpe de Estado: el día de después

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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A la fecha de esta columna se ve difícil un acercamiento de posiciones.  El 11 de septiembre del 2023 demostrará que los chilenos seguimos sufriendo la fractura de hace 50 años. Por tanto, en ese clima, lo más previsible es que pasado septiembre continúe el enfrentamiento, especialmente entre el gobierno y buena parte del congreso.  Ese contexto será el que impere en medio de las negociaciones sobre las reformas que el gobierno pretende impulsar, especialmente la previsional y el nuevo pacto fiscal.  Serán difíciles: es lo menos que podemos decir.


La conmemoración de los 50 años del 11/9 abrirá paso a una nueva coyuntura en el proceso chileno. ¿Cuántas heridas quedarán? ¿Qué caracterizará al último trimestre del presente año? ¿Se mantendrá la guerra de trincheras entre oposición y oficialismo?

En el ámbito político, lo que hasta ahora se evidencia es la profundización de la “grieta” entre Gobierno y oposición.  La incapacidad de llegar a esta fecha con un planteamiento que refleje el mínimo común democrático así lo demuestra. Razones hay más que suficientes para explicar esta situación. En el oficialismo es indudable que la invitación a una declaración común no estuvo bien manejada. No se hacen llamados de esta profundidad si es que no hay sondeos previos, buscando comunes denominadores, menos aun cuando el anuncio se hace por los medios y desde el extranjero. Por cierto, si se busca construir un buen clima transversal -lo que sería muy necesario- no ayudan las declaraciones llenas de adjetivos. De parte de la oposición de Chile Vamos (los republicanos guardan silencio), si bien el contenido de su propuesta puede ser compartido por amplios sectores, la omisión expresa a una condena a los golpes de estado como mecanismo de solución política, y la ausencia de una mención a la vigencia de los DDHH, es notoria.

A la fecha de esta columna se ve difícil un acercamiento de posiciones.  El 11 de septiembre del 2023 demostrará que los chilenos seguimos sufriendo la fractura de hace 50 años. Por tanto, en ese clima, lo más previsible es que pasado septiembre continúe el enfrentamiento, especialmente entre el gobierno y buena parte del congreso.  Ese contexto será el que impere en medio de las negociaciones sobre las reformas que el gobierno pretende impulsar, especialmente la previsional y el nuevo pacto fiscal.  Serán difíciles: es lo menos que podemos decir.

¿Y la sociedad?

Una cosa son las peleas entre los partidos políticos, el parlamento y el ejecutivo, pero todas las mediciones señalan que la población tiene como prioridad la preocupación por el incremento del crimen y la violencia, junto a los sacrificios que las mayorías sufren por la situación económica.

En estas circunstancias, surge otra grieta: la de la ciudadanía respecto de las elites políticas.  Los representados tienen desconfianza y no creen en sus representantes.  En la vecina Argentina, Milei llama a estos últimos “la casta” para diferenciarlos de los ciudadanos de a pie.  Vale para muchos otros países de la región también, tiene que ver con la calidad de la democracia y sus pendientes.

Pero en el concreto caso del Chile de fin de año lo que tendremos es la impotencia de las políticas de seguridad interior.  Frente a los cotidianos hechos de violencia, de diversa índole (portonazos, sicariatos, asaltos a comercio, balaceras varias) siempre las autoridades a cargo informan de los hechos delictuales, pero estos prosiguen.  La manida frase de “presentar querellas contra quien resulte responsable” dice poco ante la evidencia de su lejanía en el tiempo y en la práctica.  Capítulo aparte es la situación de la Araucanía, donde el poder político ha recurrido al empleo de FFAA por más de un año, plazo en el cual aún no se define el Objetivo Final Deseado que se pretende alcanzar con dicha operación. Vale lo mismo para el empleo de FFAA en la frontera norte. En suma, la mayoría de las familias chilenas seguirán atemorizadas, para empezar, el resto de este año.

Y la economía proseguirá su ritmo, con un meritorio control de la inflación, pero a costa de una baja del consumo y una ralentización del crecimiento. Esperemos que no crezca el desempleo y ojalá se recupere la inversión, pero para ello hay que crear condiciones y, allí, la guerra de trincheras no ayuda.

Además, es altamente probable que el último trimestre del 2023 sea escenario de movilizaciones sociales diversas. Es evidente que hay razones para que la ciudadanía demande y ello se acentúa cuando se percibe un gobierno debilitado. Virtualmente no hay ámbito social donde no tengamos déficits: vivienda, salud, movilidad, entre otras.  El magisterio acaba de demostrar que la movilización da algunos frutos, no todos los que se demandan, pero algo se consigue.

Este clima de precariedad económica y de seguridad pondrá a prueba la capacidad de maniobra del equipo de gobierno, en especial del gabinete.  No ayuda mucho que prematuramente empiecen los “autodestapes” que empezamos a observar a través de trascendidos de prensa, ya no solo de ministros, porque el entusiasmo también parece llegar a nivel de subsecretarios. Una de las leyes no escritas del presidencialismo es que todos los funcionarios dedican su mayor esfuerzo a “hacer la pega” y es el presidente el que da el vamos al final del mandato, pero en nuestro sistema predomina mucha ansiedad en sus elites. Vale el destape no solo “para el premio gordo”, pues también mucho alto funcionario empieza a mirar algún “gordito” (parlamentario o de gobernador) donde aterrizar en un futuro cercano.  Es lo que algunos llaman “las agendas personales”, las que generan una alteración de las prioridades de algunas autoridades.

Un nuevo fiasco constituyente

La primavera chilena también será escenario del desenlace del segundo intento constituyente.  Los aprontes no son prometedores.  Si la mayoría conservadora que esta vez determinara el contenido del nuevo texto insiste en consagrar su propia cosmovisión, tendremos un seguro segundo rechazo, esta vez por la izquierda. Así lo enuncian todas las mediciones realizadas en el último tiempo.

No es lo único. Chile padece de “fatiga constitucional”. Una parte considerable de la población ve a este debate como algo alejado de su realidad, que confirma su visión de que las prioridades de las elites no son las de la gente.

En resumen, después del 11/9 quedarán heridas.  Las elites seguirán atrincheradas y con ese ánimo se enfrentará el debate constitucional.  La sociedad, mientras tanto, se movilizará buscando aliviar su situación. En medio de este clima nada fácil, la relación de algunos sectores con las FFAA experimentará ruidos.  No faltarán los que culpen a las FFAA de ahora de lo que paso hace 50 años.  Tampoco faltan extremos conservadores, a los que les gustaría volver a esa situación.  Mientras, se percibe una relación poco fluida (por decirlo en forma diplomática), entre las instituciones y las autoridades, al menos las del sector.  Todo ello, sin contar con la persistente insistencia del ministerio del Interior de intervenir en tareas propias de defensa.

En momentos complejos se hace necesario más que nunca que las agendas de defensa y de política exterior asuman sus contornos nacionales, transversales, con objetivos de largo plazo, donde ojalá no predomine la inexperiencia ni menos la injerencia en su manejo por parte de otras dependencias.  Como bien se dice, no son responsabilidades a las que se viene a aprender.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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